Victoria Kent

Málaga

(Málaga, 1898- Nueva York, 1987)

EL ESCONDITE PARISINO DE MADAME DUVAL

La jurista y parlamentaria malagueña permaneció encerrada en un pequeño apartamento de París los cuatro años de la ocupación nazi. Victoria Kent se refugia en la escritura de unos diarios que, tras la Segunda Guerra Mundial, se publicarán con el título de ‘Cuatro años en París’. En esas páginas, Kent asiste al horror de la guerra desde una ventana de París y se refugia en su memoria y en el recuerdo de su infancia feliz en Málaga. Los recuerdos de la ciudad natal le permiten resistir el terrible encierro. Ante el miedo a ser descubierta por la Gestapo que la entregaría a la policía franquista, Victoria Kent desdobla su voz narrativa y pasa a ser Plácido, un personaje que reflexiona sobre la libertad y el exilio. Tras la pesadilla parisina morirá en el destierro en Nueva York.

París vive el primer invierno bajo la ocupación nazi. Hace frío, ese frío azul antes de la nieve. Estamos en 1940 y faltan pocos minutos para que suene el toque de queda. La gente corre apresurada a refugiarse en sus casas. Pronto se apagarán todas las luces y se encenderán las pesadillas.

En un pequeño apartamento cerca del Bois de Boulogne, una mujer escribe sus miedos en un cuaderno. Está escondida en estas cuatro paredes desde que los nazis entraron en París, porque teme que la encuentre la Gestapo y la denuncie a la policía franquista. Se hace llamar Madame Duval, pero es un nombre falso. Nadie podría imaginar quién es.

La mujer escondida en un minúsculo apartamento en el París ocupado nació en Málaga en 1892 y eso es lo único que quiere recordar:los años felices, la infancia perdida, el sol tibio ahora que hace tanto frío en esta ciudad silenciosa, el sabor de las naranjas, la dulzura de las pasas, la cal blanquísima en las paredes.

Efectivamente, nadie podría imaginar que esta mujer sola, refugiada, oculta, aterrada es Victoria Kent, una de las grandes mujeres de la Segunda República, esas mujeres pioneras y valientes que se atrevieron a protagonizar su tiempo y que la dictadura franquista cambió por la sumisión de las amas del hogar y las damas amaestradas de la Sección Femenina.

Victoria Kent vivió los cuatro años de la ocupación de Hitler escondida entre la embajada de México, en un principio, y más tarde en este apartamento parisino. La que fuera directora de Prisiones, parlamentaria e importante jurista fue nombrada responsable de la Secretaría de la embajada de la República Española en París. Su misión era alojar a niños sin familia en colonias infantiles.

El diario de Madame Duval

Sin embargo, con la entrada de los nazis, Kent se encierra en el apartamento y oculta su identidad bajo el nombre de Madame Duval. Su único refugio está en la memoria y en los diarios que escribe. Estas páginas son uno de los testimonios más estremecedores de las olvidadas páginas del exilio. El libro se llamó en un principio Cuatro años en París (1940-1944) y se publicó en 1947 por la editorial francesa Le Livre du Jour. En castellano se edita poco después en la editorial Sur de Buenos Aires gracias a los esfuerzos de Victoria Ocampo. En España, no es hasta 1978 cuando la editorial Bruguera lo publica con el título ya definitivo de Cuatro años de mi vida.

Son los diarios de alguien que contempla la guerra:«Se diría que la ciudad había sido sorprendida en un momento de escalofrío», escribe desde su escondite esta mujer exiliada dentro de otro exilio.

Estas notas desesperadas se escribieron como evasión, sin intención de ser publicadas. «Son unas notas en las que fui apuntando mis impresiones más vivas –o más desalentadoras– de aquellos cuatro años que París padeció y que yo me vi obligada a soportar», confiesa. «Yo quiero no olvidar todo lo que sé. Que otros hagan la historia y cuenten lo que quieran;lo que yo quiero es no olvidar, y como nuestra capacidad de olvido lo digiere todo, lo tritura todo, lo que hoy sé quiero sujetarlo en este papel».

Victoria Kent reflexiona sobre la guerra describiendo las estampas que observa desde la ventana –siempre con cuidado de no ser descubierta–, en ese París tristísimo, que amanece con escalofrío, que asiste al horror. Un miedo que, a pesar de todo, puede llevar al humor. Kent observa los camiones y vehículos alemanes pintarrajeados que circulan «sin tregua» por París:«A veces, tengo que hacer un esfuerzo para no detenerme y reír de buena gana, francamente;creo estar contemplando los preparativos para la romería del Rocío».

El encierro de Victoria Kent dura cuatro años. Demasiados días que parecen los mismos, el mismo amanecer, las pesimistas noticias sobre España que escucha en la radio, la contemplación hasta el hastío de los objetos del pequeño piso, las voces de la vida tras las paredes, los pasos que suben por las escaleras –¿quiénes serán?–, la obsesión con el reloj, el temor al sueño, la llegada de la noche. Siempre la misma noche…

En esos cuatros años, Kent escribe en su diario reflexiones sobre el verdadero sentido de la libertad. Qué ironía, ella, la directora de Prisiones que ahora sufre la falta de libertad. A pesar del tono memorialístico, se trata de unos diarios escritos en presente, por lo que se descubren diversos estados de ánimo. Cuando escribe, Kent no sabe cómo terminará la pesadilla de su encierro ni que algún día la ciudad será liberada. Tiene miedo, mucho miedo de que descubran los diarios que servirían como prueba ante la policía franquista.

Por esa razón, decide desdoblarse en un personaje, una especie de trasunto, de alter ego llamado Plácido. Con esta máscara, con «la otra persona que llevaba dentro», sufre el encierro y va colgando de las paredes mapas de toda Europa, donde sigue minuciosamente las líneas de batalla, el curso de la guerra.

Desde la ventana, Kent-Plácido observa cómo los nazis meten a los judíos en camiones para llevarlos a los campos de concentración. «Que otros adornen la verdad, yo no, y la verdad es ésta:en Drancy, en el mes de mayo de 1944, existe un niño registrado con esta mención:‘niño de dieciocho meses. Terrorista’».

El largo exilio

En sus divagaciones, piensa qué es el exilio, sin saber que será su destino inevitable, pero ella escribe en un presente que desconoce lo que está por venir:«El exilio sigue siendo una fuente inagotable de sufrimientos… el hombre fuera de su patria es un árbol sin raíces y sin hojas:lucha por mantenerse firme sobre la tierra y nadie puede descansar bajo su sombra».

Kent ve pasar la vida observando el reloj, los cuadros, las fotografías. Hasta que llega el gran día de la liberación, más feliz aún porque los tanques llevarán nombres españoles, ya que algunos exiliados republicanos habían luchado contra los nazis como la última salvación para liberar a España. Así es su narración de la entrada de los tanques de Leclerc:«¿Y esos tanques? ¿Veo claro? ¿Son ellos? Sí, son ellos. Son los españoles. Veo la bandera tricolor;son los que atravesando el África, llegan hasta los Campos Elíseos. Los tanques llevan nombres que son una evocación ‘Guadalajara’, ‘Teruel’, y son los primeros desfilando por la gran avenida. París aplaude. París aplaude a los españoles curtidos en una lucha de nueve años, que sonríen hoy al pueblo liberado. París aplaude a la España heroica de ayer, a la España libre, democrática y fuerte de mañana. Parece un sueño… Parece un sueño». Sí, fue un sueño breve. Un sueño que no era más que el principio de un largo exilio que terminará en Nueva York, una mañana de 1987.

MORIR EN AQUEL PATIO SOLEADO DE LA INFANCIA

En aquel apartamento olía a río Sena, hacía frío y entraba el sonido grave de las campanas de París, pero Victoria Kent paseaba por otro lugar, un lugar que se resistía en su memoria. Aquellas cuatro paredes se convertían por artificio del recuerdo en la Málaga de su infancia. «Morir en aquel patio blanco, soleado, alegre, era distinto;morir en su patria era dejar riqueza en buenas manos, semilla en buena tierra. Pero morir en un camino sin fisonomía, en el filo de una esquina, en un patio lóbrego en esa hora fría del alba, en país extranjero… No, no. Morir en mi país, eso sí, aunque deba morir a manos de los otros».

Esta mujer escondida que recuerda su infancia en nada se parece a aquella que fue la primera mujer que actuó ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina en el mundo oa la mujer que discutía con Clara Campoamor en contra del voto femenino al pensar que la mujer no era libre, sino que estaría influida por la iglesia y votaría a los partidos conservadores.

Según María Dolores Ramos, profesora de la Universidad de Málaga e investigadora de la figura de Kent, «desde niña había interiorizado la trayectoria histórica de la ciudad donde nació (liberalismo, cantonalismo, republicanismo, tradición librepensadora). Su formación intelectual distará mucho de las clases de bordado y piano que recibían las chicas de clase media. Su familia frecuentaba los círculos de la sociedad malagueña de Ciencias y la Institución Libre de Enseñanza, especialmente, la amistad de Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes».

Advierte María Dolores Ramos cómo recupera desde su escondite parisino los paisajes de su infancia:«El barrio de la Victoria, calle Lagunillas, la plaza de la Merced, busca las azoteas blancas desde donde adivina el mar azul. Esa memoria de los paisajes, los seres y cosas conduce inevitablemente a la nostalgia del tiempo perdido».

Cuando termina la pesadilla parisina, la jurista se establecerá en México donde el gobierno le encarga fundar una escuela para formar al personal de prisiones, da clases en la Academia Mexicana de Ciencias Penales y en la Universidad. En 1949 la ONU le ofrece un puesto y traslada su residencia a Nueva York. Allí permanecerá hasta su muerte destacando en su labor de lucha contra la dictadura a través de la revista Ibérica, que funda en 1954 en colaboración con Salvador de Madariaga.

(Publicado en El Mundo el 13 de noviembre de 2006)

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