Reforma agraria y represión fascista

«Suéltame un brazo, que con uno solo te mato», le dijo Frasco Pandereta al guardia Ortiz cuando se lo llevaban detenido. Un testigo vio cómo lo arrastraron a las afueras del pueblo y lo mataron a tiros. El cadáver quedó abandonado en la cuneta, hasta que lo recogió el vehículo que a diario recorría la carretera entre Arcos de la Frontera y Villamartín –«camión de la carne» le decían– y lo descargó en el cementerio de Arcos.

Casi setenta años después, Máximo Molina Gutiérrez, el nieto de Pandereta, viajó de Cuenca a Cádiz, de Tarancón a Bornos, para desenterrar la historia de su familia materna. Allí también habían asesinado a un bisabuelo, Manuel Perea Méndez. Los crímenes ya no tenían remedio, pero quería saber: saber qué había ocurrido, saber por qué, conocer las sinrazones de lo injustificable.

En Bornos conoció a Jorge Garrido, un maestro que lleva el apellido del alcalde socialista de la República: Antonio Garrido Jiménez, otro bornicho asesinado. Los testimonios que recogieron en 2003 dibujan un cuadro desolador de violencia, muerte y latrocinio. «Ciento trece machos y tres mujeres» fue la lapidaria respuesta de Miguel el Bombito a la pregunta por el número de víctimas que causó la represión fascista en aquel pueblo en donde no hubo violencia republicana previa. Casi un centenar están registradas, con nombres y apellidos, en un listado que todavía se conserva en el archivo municipal.

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