Hilari Raguer: «Franco no es un “caído por España” y no pinta nada en el Valle de los Caídos»

► Hilari Raguer, monje de Montserrat y experto en la Iglesia y la Guerra Civil, dice que “la Iglesia española tiene una responsabilidad antes de la guerra por su posición extremista y su identificación con las derechas”

► “Los procesos de beatificación y canonización de religiosos que se han abierto en los últimos años son una trampa”

► “El Vaticano no compartió la posición belicosa de la inmensa mayoría del episcopado español”

ELDIARIO.ES | ORIOL SOLÉ ALTIMIRA | 14-4-2017

Hilari Raguer Suñer (Madrid, 1928) es uno de los mayores especialistas que hay en España sobre la Iglesia y la Guerra Civil. Su vocación religiosa le hizo ingresar en el monasterio benedictino de Montserrat en 1954, donde vive cuando no está dando conferencias o investigando en archivos del Estado y del extranjero. Antifranquista y catalanista desde su juventud, cuando hacía el servicio militar Raguer fue detenido porque los militares le descubrieron una carta que iba a enviar al sindicato de estudiantes belgas para evitar que entablara relaciones con el sindicato de estudiantes franquista.

Raguer ha formado parte de la junta del Memorial Democràtic de la Generalitat y de la comisión de expertos sobre el futuro del Valle de los Caídos que creó el gobierno de Zapatero en 2011. Ha escrito una docena de libros, algunos de ellos obras imprescindibles sobre la cuestión religiosa en la guerra, como La pólvora y el incienso (Península HCS, 2001) o la biografía Viernes de Pasión. Vida y muerte de Manuel Carrasco y Formiguera (Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 2015) dedicada al político católico y republicano de Unió Democràtica.

Raguer reconoce que sus tesis no siempre siguen la línea oficial de la Iglesia española. Por ejemplo, cuando defiende que la Iglesia “no ha asumido la responsabilidad de su silencio ante la represión franquista”, que los procesos de canonización de religiosos que se han abierto en los últimos años “son una trampa” o que “Franco no es un ‘caído por España’ y no pinta nada en el Valle de los Caídos”. Raguer también revela uno de sus últimos descubrimientos vaticanos: el intento del secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pacelli, más tarde el Papa Pío XII, de evitar la publicación de la carta colectiva de los obispos dando su apoyo a Franco en  1937.

¿La Guerra Civil española fue una guerra de religión?

El factor religioso fue aprovechado y utilizado por los militares sublevados. Al principio, el grupo del general Mola no se movía por convicciones religiosas. El historiador Josep Benet documentó que en ninguno de los bandos de declaración del estado de guerra de las capitales donde hubo levantamiento militar se menciona la religión. La prensa de los primeros días de la guerra en Salamanca, Sevilla, Zaragoza y en otros lugares donde triunfó la revuelta no habla de religión. Sin embargo, en cuestión de pocos días la Guerra Civil se convierte en una guerra de religión.

¿Por qué?

El motivo principal es la persecución religiosa que se desata en poblaciones donde fracasó la revuelta. “Los incendiarios de julio de 1936 sirvieron en bandeja a Franco el título de cruzada, que le sería muy útil”, dice Benet.

Sin embargo, tanto en plena guerra como para consolidar el franquismo el componente religioso es crucial.

El episcopado español no participó en la conspiración militar, aunque la deseaban prácticamente todos los obispos. Algunos obispos, como Irurita en la diócesis de Barcelona, recogían fondos para la revuelta, aunque no sabían qué harían con ellos. Pero los obispos no intervinieron directamente en la conspiración. Mola informó de la revuelta a muy poca gente. Los obispos no estaban en el complot, pero cuando se precipita el levantamiento se le echan en brazos. Primero muy prudentemente, esperando al ‘qué dirán’ desde Roma, pero enseguida colaboran, por ejemplo cediendo locales, dando mantas de los seminarios en los hospitales o contribuyendo a las listas de donativos.

Posteriormente, la Iglesia ha promovido una intensa campaña de beatificaciones y canonizaciones de víctimas de la persecución religiosa.

Estoy en contra de todos estos procesos. Creo que durante la guerra hubo efectivamente una persecución religiosa. Mataron y encarcelaron a personas porque eran sacerdotes o católicos practicantes. Pero para ser mártir o beatificado no basta con eso, sino que se debe haber muerto asesinado por odio a la fe y a Cristo. Conviene recordar las palabras de un jesuita, el padre Alfons Thió Rodés, que cuando se escondió durante los primeros días de la guerra en un bosque de la Ametlla del Vallès (Barcelona) escribió: “¿Persiguen a los sacerdotes por causa de Cristo o persiguen a Cristo por causa de los sacerdotes? ¿Lo primero sería muy tranquilizador para nosotros, pero no será más cierto lo segundo?”.

¿Se han beatificado víctimas que no deberían haber sido beatificadas?

Los procesos de beatificación y canonización de religiosos que se han abierto en los últimos años son una trampa. Se han beatificado y canonizado juntos asesinados en 1936 con asesinados en 1934, y la persecución religiosa duró hasta el 1939. Los sacerdotes y religiosos asesinados en 1934 no fueron víctimas de la República, sino de una insurrección contra la República, que precisamente encomendó su represión a Franco. Decir que la persecución religiosa comenzó en 1931 es una forma de criminalizar la República y legitimar la sublevación militar. Estoy en contra de la opinión general sobre las canonizaciones, incluso la de la Iglesia católica, porque no los tengo a todos por mártires.

¿Fue más una persecución política que religiosa?

Sí. No se perseguía a los religiosos por odio a Cristo, sino por odio a la institución eclesiástica considerada enemiga. La Iglesia en España, desde hacía siglos pero sobre todo en la Segunda República, se identificaba con las derechas y estaba muy unida a los ricos y a los poderosos. Mataban a sacerdotes porque eran miembros significados de una institución que buena parte de la población consideraba enemiga del pueblo. Cuando en 1933 ganan las derechas católicas, rebajan el salario mínimo y derogan la tímida reforma agraria de Azaña y varias leyes sociales, ¡con razón los veían como enemigos! Hay excepciones notabilísimas de sacerdotes dados a los pobres de manera heroica. Pero son excepciones.

¿Al otro lado también hay excepciones, es decir, religiosos no perseguidos?

Los protestantes no fueron perseguidos en la zona republicana, sino en la zona nacional. Además, los católicos vascos son católicos y antifascistas. Dudaron por qué bando decantarse, pero finalmente continuaron siendo católicos y antifascistas. Cuando los católicos vascos se establecen en Barcelona huyendo de la zona nacional abren su capilla. Ni el más feroz de los anarquistas se metió nunca con la capilla vasca porque habían demostrado que eran antifascistas.

¿Falta un perdón contundente y sincero por parte de la Iglesia católica?

La Iglesia española tiene una responsabilidad antes de la guerra por su posición extremista y su identificación con las derechas. Esto no quita que en algunos aspectos la Segunda República fuera sectaria. Pero la Iglesia no debía ser sectaria. Una vez comienza la guerra, la Iglesia española no fue un elemento de pacificación, sino el contrario. La Iglesia no ha asumido la responsabilidad de su silencio ante la represión franquista. No todos los cadáveres hacen el mismo bulto. El de un terrateniente, un alto empresario, un sacerdote o un obispo ocupa más. En cambio, un pobre jornalero andaluz, matado por el ejército de África en la ofensiva hacia Madrid, no tenía a nadie en el extranjero que hiciera propaganda de él, pero los sacerdotes y los obispos algo debían saber.

A pesar de ser víctimas de un mismo conflicto, no se les trata de la misma manera.

La Iglesia española y particularmente el episcopado tuvo la piel muy sensible para sus víctimas pero muy dura para las otras víctimas. El cardenal Pla i Deniel escribe al principio de la guerra al cardenal Gomà que todo ha ido muy bien, que el pueblo se ha unido al Ejército dominando la situación, como si no hubiera pasado nada, cuando hubo una gran cantidad de asesinatos a personas que sencillamente eran republicanas o socialistas. “Esa salvaje pesadilla”, escribe Unamuno. Hay una complicidad de la Iglesia, al menos por silencio o por omisión.

¿Se ha intentado alguna vez que la Iglesia pidiera perdón?

El cardenal Tarancón lo promovió en la asamblea conjunta de obispos-sacerdotes de 1971. Había cierta unión en un clima de postconcilio Vaticano II marcado por la corresponsabilidad, y salen todos los retos, incluso el celibato sacerdotal. Sobre la Guerra Civil se dice: “No supimos ser ministros de conciliación en una guerra fratricida”. Esta propuesta tuvo la mayoría de votos, pero según el reglamento las propuestas tenían que salir aprobadas por dos tercios, y no los consiguió. La asamblea conjunta no pidió perdón, pero hubo una mayoría simple de sus miembros que querían hacerlo.

La Iglesia española debería pedir perdón porque tuvo una responsabilidad en la Guerra Civil y en la represión franquista. El perdón no sería un descrédito, sino todo lo contrario. La Iglesia española no ha pedido perdón, al contrario de lo que han hecho las iglesias de Chile, Argentina o Alemania por su complicidad con la represión y los crímenes dictatoriales. En cambio aquí no, no se quiere reconocer nada. Más bien la posición fue, ya incluso en democracia, más cercana al franquismo, aunque no quisieron decirlo abiertamente.

Formó parte de la comisión de expertos creada por el Gobierno de Zapatero sobre el Valle de los Caídos. ¿Qué opina del debate actual sobre este espacio?

En el informe de la comisión que creó Zapatero concluimos que con el Valle de los Caídos se tenía que hacer algo similar a lo que hizo Alemania con los campos de exterminio. Es decir, no destruir el Valle sino convertirlo en un centro de interpretación, explicar qué es, cómo se construyó y eventualmente hacer un memorial con lápidas con todos los nombres concretos que se puedan identificar de las más de 30.000 personas que hay allí enterradas.

En el dictamen también decían que el cadáver de Franco debía retirarse del Valle y ponerse a disposición de su familia.

Franco no es un ‘caído por España’ y no pinta nada en el Valle de los Caídos. No hay que hacer caso de lo que digan los franquistas y falangistas nostálgicos. Curiosamente, uno de sus nietos dice en sus memorias que Franco nunca habló de ser enterrado en el Valle y que él quería ser enterrado en el panteón familiar que tenían en el cementerio de El Pardo.

Pero de nuestro dictamen a última hora Miguel Herrero de Miñón, Feliciano Barrios y Pedro González-Trevijano hicieron un voto particular. Ricard Vinyes, Carme Molinero y yo habíamos cedido en algunas cosas para llegar a la unanimidad del dictamen, y a última hora, cuando pensábamos que la habíamos conseguido, ellos hacen el voto particular. Dijeron que una parte importante de la población española se sentiría ofendida si se sacara a Franco del Valle. Me supo mal y no me pareció leal.

¿Se podría identificar a las más de 12.000 personas enterradas en el Valle sin identificar, de un total de 33.000?

No todos los cadáveres que hay en el Valle se pueden identificar. El edificio tiene muchas goteras y algunas cajas de madera se han podrido y se han mezclado los restos. En algunos sectores se deberían practicar pruebas de ADN hueso por hueso. En algunos casos se podría hacer, pero en otros no es posible. Por otra parte, hay un grupo de personas enterradas en el Valle de las que poca gente se acuerda: los trabajadores forzados. Fueron gente que estaba encerrada en prisiones o campos de trabajo y que fueron al Valle para respirar aire fresco y cobrar un jornal miserable para ayudar a su familia. No se puede decir que fuera trabajo libre, como dice alguna gente. Quienes hicieron más negocio con el Valle de los Caídos fueron los constructores, como Huarte y Banús, que pagaban unos sueldos miserables.

¿El Vaticano intentó algún tipo de mediación durante la guerra?

El Vaticano, desde el inicio del conflicto, intentó que hubiera una mediación internacional. Los obispos españoles, sin embargo, se oponen a la mediación y se alían con Franco, que lo que quería justamente era alargar la guerra. Hay una campaña internacional donde interviene la Santa Sede tratando de no confundirse con Francia e Inglaterra.

¿Quién participó del episcopado español?

Vidal i Barraquer escribe a Franco ya Negrín pidiéndoles que acepten una paz negociada, pero era lo contrario de lo que Franco quería, y promueve que todos los obispos españoles hagan documentos e intervenciones diciendo que no puede haber negociaciones ni paz negociada, que esto es ir en contra de España y que quieren la paz pero que sólo puede venir del triunfo total de la fe, del Ejército nacional y de la destrucción del enemigo. Esto lo sostendrá sobre todo el cardenal Gomà en el congreso eucarístico de Budapest de mayo de 1938.

En una de sus últimas investigaciones ha descubierto intentos del Vaticano para detener la carta colectiva de los obispos apoyando a Franco de 1937.

La carta colectiva la pidió Franco al cardenal Gomà, que se había mostrado escéptico sobre los documentos colectivos pero cuando Franco se lo pide se tira de cabeza. Gomà escribe a Pacelli que Franco le pide la carta y que los obispos quieren hacerla. De Roma le contestan que si cree que tiene que hacer la carta, que sea prudente, y que se escriba siempre de acuerdo con los demás obispos. Gomà, en el primer borrador, es muy moderado. En anteriores pastorales él ya se había referido a la guerra como una cruzada, pero en la carta colectiva no sólo no dice que sea una cruzada, sino que dice que no lo es. “La Iglesia no ha querido esta guerra”, llega a decir. Y expresa reservas sobre cómo puede evolucionar el régimen. Es muy moderado, y muchos obispos, como Pla i Deniel, se quejan por ello.

Finalmente, Pacelli escribe una carta diciendo que la carta colectiva no se publique y que Gomà no la envíe a los demás obispos extranjeros. La razón que da es que un documento de este tipo debía ser unánime de todo el episcopado, y como el mismo Gomà le ha explicado, el cardenal Vidal i Barraquer o Múgica no están muy de acuerdo.

La carta de Pacelli, sin embargo, no se llega a enviar porque llega la noticia de que la carta colectiva ya se había enviado a todos los obispos de todo el mundo. Y deberían llegar noticias de que en Burgos se hacían unos trabajos colosales de copias de la carta en una gran campaña propagandística. Si el Papa prohíbe enviar la carta, no sólo el gobierno sino también los obispos españoles no lo habrían aceptado.

Durante su larga carrera también ha investigado sobre dos personajes que no encajan en el esquema de las dos españas: Carrasco i Formiguera, de Unió Democràtica, y el general Batet.

En Catalunya este sector es muy importante. Carrasco y Formiguera debe huir porque la FAI le quería matar y cuando llega a Bilbao le cogen los franquistas y le fusilan en Burgos. Al general Batet en Barcelona le hubieran fusilado porque es quien hizo prisionero a Companys el 6 de octubre de 1934, pero como en 1936, siendo jefe de la División Orgánica de Burgos, se niega a seguir las órdenes para sublevarse, los franquistas le fusilan en 1937.

Ambos son ejemplos de la gente que no cabía en ninguna de las dos Españas. El novelista e historiador Luis Romero dijo que la Guerra Civil española fue como el filo de una navaja, donde no se puede sentar nadie encima y se tiene que decantar por un lado o el otro. Personas y grupos muy cercanos la víspera del alzamiento al día siguiente están enfrentados a muerte. No podían sentarse en el filo de la navaja.

¿Ningún político se esperaba el golpe militar?

Azaña y Casares Quiroga tenían muchas informaciones sobre los preparativos del golpe militar. En Barcelona la policía de la Generalitat encontró entre discos de música de unos de los oficiales comprometidos con la revuelta la lista de los implicados. Companys pidió permiso para detenerlos y Azaña y Casares Quiroga se lo niegan porque ello provocaría a todo el Ejército. El gobierno de la República ignoraba que el complot estuviera tan bien preparado. Se pensaban que sería como la sanjurjada de agosto de 1932, y los desbordó completamente.

En el libro La pólvora y el incienso (Península HCS, 2001), describe cómo el jefe de la CEDA, Gil-Robles, quiere ayudar al golpe pero lo frenan.

Las derechas católicas esperaban y deseaban el golpe. Mola, sin embargo, se niega a recibir un remanente de las elecciones de febrero de 1936 que le ofrece Gil-Robles. Este se lo hace depositar en una cuenta y luego utilizará el dinero para heridos de guerra. El grupo de generales conspiradores no se caracterizaba precisamente por su piedad. El general Dávila era el único creyente, era de Acción Católica. Cabanillas era masón, Queipo de Llano un anticlerical, y los compañeros de Franco de África antes de la guerra decían que su lema era Ni misa ni mujeres. Incluso un franquista como Ricardo de la Cierva, cuando murió Carmen Polo, hizo un artículo diciendo que ella sí era muy católica, pero que antes de la guerra Franco no se caracterizaba por su religiosidad.

¿Las posiciones entre Vaticano, jerarquía eclesiástica española y cristianos de base fueron las mismas?

El Vaticano no compartió la posición belicosa de la inmensa mayoría del episcopado español. Franco alargó la guerra intencionadamente, podría haberla terminado mucho antes. Franco reconoce al embajador italiano que no quiere entrar en Madrid tan temprano porque hay muchos comunistas, pero esto es una simple excusa: en la guerra morían comunistas y anticomunistas. Si como ocurría en los pronunciamentos del siglo XIX el golpe debía triunfar en horas y días, Franco no era el primer general en la lista para mandar.

¿Quién era el primero de la lista?

El primero era Sanjurjo, que murió de misterioso accidente y sin Sanjurjo, Cabanellas era el general de división más antiguo. Muchos generales estaban por delante de Franco, pero el 1 de octubre de 1936 es elegido jefe del Gobierno del Estado, y él lo convierte en jefe del Estado. Aun así, de momento él era el primero pero era un primus inter pares, necesita tiempo para consolidarse. Después de tres años de guerra, con el episcopado a su lado, ya es como un dios.

¿Se acuerda de la tensión que había antes de la guerra?

Yo vivía en Sant Just Desvern (Barcelona) y era monaguillo. El rector del pueblo era un tío de mi padre. Sant Just no era un lugar acomodado como ahora, vivían básicamente jornaleros. Todos los monaguillos veníamos de familias sencillas y el juego más habitual era jugar a derechas e izquierdas. Curiosamente, sólo jugábamos a ser de derechas el sobrino del rector, yo y el hijo de la tienda donde vendían cirios.

http://www.eldiario.es/catalunya/politica/Franco-caido-Espana-Valle-Caidos_0_630637818.html