Rogelio Pérez Rodríguez

Gines
Sevilla
Beltrán Pérez, Roger

Rogelio Pérez Rodríguez nació en Gines, provincia de Sevilla, el 9 de septiembre de 1897. Era el tercero de los cuatro hijos de Alberto Pérez de Castro y Dolores Rodríguez Camino. Estaba  casado con Teresa y tenía tres hijos: Alberto, de siete años; María Teresa, de cuatro, y la pequeña Dolorcita, de dos.

Sabía leer y escribir. Se dedicaba a la compra-venta de tierras y ganado, también era destajista; su actividad permitía que su familia viviese cómodamente. Debido a su trabajo, se relacionaba con todo tipo de personas.

Los que lo conocían  decían que era un hombre emprendedor, con don de gentes, muy trabajador, pero lo que más destacaban era su solidaridad: siempre estaba dispuesto para ayudar a los demás. También comentaban: «Lo que le ocurrió a Rogelio, no tenía que haber pasado».

A principios de noviembre de 1936, fue detenido en su casa, c/ Virgen del Carmen n.º 2, por el cabo de la Guardia Civil José Quesada Cantos, junto a un grupo de falangistas del pueblo, por orden del presidente de la nueva gestora, Eladio Sánchez Camino, en presencia de su mujer y sus tres hijos. La escena fue desgarradora, las suplicas de su mujer no produjeron ningún efecto en ellos… Aun así, pidió ayuda desesperadamente a sus vecinos en el corto trayecto que hay desde su casa a la cárcel del pueblo; nadie salió en su auxilio, pesaron más el pánico y el miedo. Tan solo una persona oscura y siniestra se asomó por una ventana, para comprobar que su plan se estaba llevando a cabo.

Lo llevaron a la cárcel del pueblo, y allí coincidió con algunos vecinos que también habían sido retenidos forzosamente. Todos se hacían las mismas preguntas.

Le pidió a su mujer que le preguntase al cura Juan Bautista Gago si él sabía por qué estaba detenido. Éste le respondió con una falta de humanidad y gran cinismo: «No te preocupes, mujer, a Rogelio no le va a pasar nada malo».

Pasados unos días, una mañana sin previo aviso, les comunicaron el traslado a Sevilla. Quería ver a su mujer… ¡sus niños! La angustia se apoderó de él, no le permitieron despedirse de ellos…

Con las manos atadas a la espalda, lo obligaron a subir a un camión, que recorrió la calle principal del pueblo; sintió que era la última vez que pasaría por ella… ¡Cuántos recuerdos vinieron a su memoria! Se le encogió el corazón y no pudo evitar las lágrimas.

En Sevilla, el camión se detuvo en la puerta del Teatro Salón Variedades, en la calle Trajano, que había sido habilitado como cárcel provisional. En el interior, los detenidos estaban hacinados como animales y en condiciones infrahumanas. Había sido insultado, humillado, maltratado. Pudo comer algo gracias a que su mujer, Teresa, iba todos los días andando desde Gines y le dejaba un canasto con ropa limpia y comida que compartía con algunos presos.

Un día le permitieron ver a su mujer y a su hijo Alberto. La visita fue muy corta y de pocas palabras, todo se lo dijeron con las miradas. Sabía que a sus hijos no los vería crecer… Y a Teresa se la arrancaron, y le dolía el alma. Ningún niño debería crecer sin sus padres…

El jueves 19 de noviembre de 1936, como cada noche, se repitió la misma escena. El silencio era absoluto. Un militar comenzó a leer «la saca» en voz alta, hombres que se llevaban y no volvían más. Dijo su nombre… un escalofrío recorrió su cuerpo, dijeron que le iban a aplicar el bando de guerra. ¡Cuánta injusticia!, no le dieron la oportunidad de defenderse. ¿Pero de qué le acusaban? ¿Qué delito había cometido? ¡Cuánta impunidad! Tenía 39 años, no cumpliría más…

El cansancio, la incertidumbre, el frío lo habían calado hasta los huesos, haciendo mella en él. Le ataron las manos, lo subieron a un camión junto a un grupo de hombres y una mujer y los llevaron a las tapias del cementerio de San Fernando de Sevilla, llenas de sangre y testigos de tantas muertes inocentes… Los recuerdos se agolpaban en su cabeza, sentía mucho miedo. Lo colocaron de espaldas a las frías tapias… miró a sus compañeros, el fin estaba próximo. Frente a él, un militar dio la orden de disparar a unos soldados, dándole muerte… Su último pensamiento fue para su mujer, Teresita, y sus hijos… sus niños. Qué sería de ellos…

Lo recogieron en un camión, fue trasladado dentro del cementerio, y en una fosa común lo tiraron como a un perro. Cayó sobre otros cuerpos…. y otros cuerpos cayeron sobre él…. De esta forma quisieron ocultan sus delitos los golpistas.

Con el tiempo, su nieta averiguó que su trágico final lo decidieron tres individuos de su pueblo, mientras jugaban una partida de cartas. Motivos: envidias y ambición. Justificación del hecho: lo acusaron de ser comunista. Se enriquecieron tras la incautación de todos sus bienes.

Todo se volvió de color negro. La peor pesadilla comenzó para su familia.

Lo mataron, pero sigue vivo en los pensamientos, recuerdos y en los  corazones de los suyos, y ellos transmiten al mundo quién fue y qué hizo en esa corta vida.

Su nieta, después de 80 años de su asesinato, lo busca y pide:

Verdad, justicia y reparación.

Su familia es el ADN de la memoria.

Para que su nombre no se olvide.

Para que no se borre de la memoria.