Rafael Pedraza Bellido

Montemayor
Córdoba

Homenaje a su memoria

Querido abuelo: me gustaría empezar diciéndote que estáis más presentes que nunca y sois nuestros referentes.

Rafael Pedraza Bellido nació en Montilla, el 6 de junio de 1897, hijo de Candelaria Bellido Repiso y Rafael Pedraza Luque. Era el mayor de cuatro hermanos, dos hermanas: Concha y Carmela y un hermano, el menor: Ángel Pedraza Bellido. Se casó en primeras nupcias con Carmen Uruguru y tuvo un hijo llamado Rafael Pedraza Uruguru, que falleció. Quedó viudo y se casó con mi abuela, Teresa Galán Llamas, el día 29 de diciembre de 1923. Residían en Montemayor en la calle Justo Moreno. Tuvo tres hijas: Candelaria, Rafaelita y Josefina, y un hijo póstumo, Rafael Pedraza Galán.

Eran una familia muy feliz, mi tita Tere recuerda que se querían muchísimo, era un matrimonio con mucho amor. En la casa se respiraba dicha y alegría, su padre jugaba con sus niñas cuando llegaba de trabajar y tenía ocasión. Esto que ahora vemos muy común no era lo frecuente en los hombres de la época. Él se deshacía en halagos para su mujer y sus hijas.

Trabajó de electricista, panadero, e incluso de camionero. Militaba en las filas del PSOE.

El 26 de julio de 1936 fusilaron a su hermano menor, Ángel Pedraza Bellido, en Paradas, provincia de Sevilla, con 26 años de edad. Allí trabajaba de electricista, aunque residía en Montemayor, provincia de Córdoba, junto a su esposa María Navarro Bernal, matrona en el pueblo, su hijo Rafael y su hija Ana María. Su esposa falleció después por fiebres tifoideas y está enterrada en Córdoba. Sus hijos, al quedar huérfanos de padre y madre, fueron criados por sus tías paternas Carmela y Concha en Montilla, por separado.

Tras este asesinato, su mujer, Teresa, intentaba convencerle para que dejase el pueblo y evitar su fusilamiento. Él quedó muy afectado con el crimen cometido contra su hermano. Ángel vivió en su casa de Montemayor desde que contrajo su primer matrimonio. Se negaba a marcharse afirmando: «Yo no he hecho nada malo, Teresa, y no tengo que abandonar a mi familia». A lo que ella le contestaba: «Si no te quieres ir solo, vámonos todos». Rafael le decía: «Tú no tienes que pasar fatigas. Si tu eres una hermana de caridad, ¿Quién te va a querer hacer daño a ti?»

Una semana estuvo Montemayor bajo control republicano. Como al alcalde se lo llevaron preso, la autoridad recayó en el Comité de Guerra, del que formó parte junto a Acacio Gómez Vega, José Gómez Vega, José A. Palos, José Gómez y Juan Carmona. No dio tiempo a declarar lo que se llama «comunismo libertario», que no era el caso, porque en el pueblo existía un pluralismo frentepopulista republicano, que era el que, legalmente, había ganado las elecciones. Tampoco se trataba de la llamada «revolución». Lo único que solía hacer el Comité eran las elementales medidas de emergencia local como abastecimiento y comedor colectivo (no se olvide que los jornaleros habían abandonado los trabajos para dedicarse ahora a la defensa de la República y, lógicamente, tenían que comer).

Su hija mayor recuerda que muchos días llegaba a su casa sin zapatos y cuando su mujer le preguntaba: «Rafael, ¿otra vez vienes sin zapatos?» Le contestaba: «A quien se los he dado le hacían más falta que a mí, Teresa». A los veintiún días de haber fusilado a su hermano Ángel, cuando ya tenía pensado dejar su casa, con su equipaje preparado para marcharse, no tuvo opción. Salió a pasear el día 15 de agosto por ser fiesta y ya no regresó nunca más.

El día 16 de agosto de 1936 lo fusilaron en La Fuente de la Higuera, junto a sus amigos y compañeros de partido: Antonio Jiménez Jiménez, Juan Mª Moreno Díaz, Rafael Prieto Morales y José Mª Arroyo Llamas. Los arrojaron a la fosa nº 19 en el Cementerio Municipal de Aguilar de la Frontera, donde yacían dieciocho cuerpos. Tenía treinta y nueve años.

Su viuda y sus tres hijas no dejaron de esperarlo, pero no llegaba. Cuando Teresa fue a disponer del camión que tenían se encontró que la Guardia Civil se lo había quitado además de todas sus pertenencias. Su hija mayor con once añitos de edad pasó a hacerse cargo de la casa y de sus hermanas, mientras su madre Teresa trabajaba sin descanso para poder sacarlas adelante.

Desde que se casaron vivían de alquiler en la calle Justo Moreno, pero tuvieron que abandonar esta casa y buscar otra más barata porque no podía pagar la renta. Para cambiar el domicilio y continuar con el negocio tenía que pedir un permiso en el cuartel de la Guardia Civil, ya que se habían adueñado de las casas que estaban vacías por estar los vecinos en el frente o huidos.

Se fue al cuartel y allí tuvo que ver a los guardias Zurera y Gaitán, que eran los que salían cada noche con el camión junto a otros falangistas venidos de fuera que vivían en el castillo del pueblo. Gaitán se acercó a mi abuela y casi al oído le afirmó que mi abuelo, Rafael Pedraza Bellido, no iba atado cuando lo fusilaron. Mi pobre mamá Teresa no paraba de llorar, pero dentro de su desazón albergaba alguna esperanza de que hubiera podido huir y algún día volviera.

Estaba consternada, desvalida, sin fuerzas y acudió al médico para ver qué le pasaba. Su diagnóstico fue: «Tiene el corazón cansado». Mi abuela volvió a su dolor, a su casa, a sus tareas, encontrándose totalmente deshecha y con el corazón roto de dolor. Al cabo del tiempo descubrió que estaba embarazada del que hoy día es mi padre, su hijo Rafael Pedraza Galán. Este niño nació con muy poquito peso, muy delicadito y ella estaba tremendamente enferma, pero ese niño no podía ser más deseado y querido.

Al día siguiente del parto llegó la pareja de la Guardia Civil a su casa, a su cama a preguntarle: «¿Que ha sido?» Mi abuela le contestó: «Un niño. Os habéis llevado a un Rafael Pedraza y ya hay aquí otro». Los guardias con toda su crueldad le dijeron que se lo iban a llevar, que iban a por él. La madre se moría llorando, gritando y pidiéndoles que no le quitaran a su hijo, que además estaba muy enfermito. Accedieron, pero la dejaron muy preocupada porque la amenazaron afirmándole que volverían a por él. No estuvo nunca tranquila temiendo que le robaran a su hijo recién nacido. Su hija Tere con el mayor de los esmeros los cuidaba: le ponía calorcito al niño para que aumentara su temperatura y velaba por la salud de los dos mientras llevaba la casa y atendía a sus hermanas con sólo doce años.

Mi abuela Teresa Galán Llamas, mujer y madre ejemplar con muchísimo trabajo e inteligencia para poder vencer a la fiscalía, que llegaba a la casa para desvalijarla de todo, consiguió que nunca pasaran hambre. A su niño, como siguen llamando a mi padre, no le faltó ni chocolate; lo lograba levantando tabiques para esconderlo, haciendo trampillas ocultas… valiéndose de todo su ingenio.

Al terminar la guerra volvieron los dueños de la casa y les permitieron seguir viviendo allí mucho más tiempo.

Se armó de valor y fuerzas de donde no las tenía y fue a pedir su partida de defunción el 18 de mayo de 1939. Lo hizo para que sus hijas Josefina y Rafaelita pudieran estudiar tal y como él deseaba. Su hijo Rafael no tuvo que realizar el servicio militar por ser hijo de viuda.

Siempre tuvieron tienda pero además fue sastra, confeccionando trajes para los hombres del pueblo ayudada por su hija Rafaelita, que trabajaba sin descanso a pesar de su corta edad para poder entregar los pedidos en fecha.

Ante la miseria y escasez tan tremenda que había, llegó a prever que se iba a terminar el hilo y con ello la costura. Buscó por todo el pueblo y compró todo el que había disponible. Solamente quedaba blanco, pero su hija Tere lo devanó y lo tiñó de todos los colores que ella preparó con distintos tintes en ollas de agua hirviendo.

Este oficio también se lo enseñó a su hijo, mi padre, el cual llegó a irse a Pamplona para perfeccionarse en la sastrería. Empezó a ver que llegaba la confección industrial y se volcó más en la tienda, temiendo que se le acabaran los encargos de costura. Con el comercio familiar continuó mi padre hasta que se jubiló.

Lo cierto es que parece mentira que en tan poco tiempo hayan cambiado tanto las cosas. Es muy triste que tengamos estos testimonios vivos y un desconocimiento tan grande. Consiguieron inculcar el miedo y contarlo todo tergiversado. Mi tita Tere siempre nos ha dicho que lo que ponía en los libros de historia no estaba escrito tal como sucedió.

Pretendían borrarlos de la faz de la Tierra, hacer creer que nunca habían existido, pero fueron reales, vivieron y murieron por sus ideas. Ahora que parece que la política puede ser corrupta tenemos unos antecedentes valientes y honestos en los que mirarnos y de los que aprender.

Mi abuelo Rafael Pedraza Bellido descansa en Paz en Montemayor junto a su esposa Teresa Galán Llamas desde el 15 de abril de 2012, gracias a la labor de AREMEHISA, y a todos los voluntarios y voluntarias que han contribuido a la realización de este sueño. En su funeral, a pesar de su ausencia por enfermedad, estuvo muy presente su hija Josefina Pedraza Galán.

Son nuestros muertos, los verdaderos padres de la Democracia. Murieron por su patria, por su bandera, que no es otra que la Bandera Republicana. No podemos olvidar que fue la España de 1936, no la de 2012, la que democráticamente eligieron la mayoría de los españoles.

En su partida de defunción alega como causa de la muerte la Revolución y la Guerra, pero debemos tener presente que la Guerra no la empezaron ellos y la Revolución tampoco. Realmente no hubo otra causa de muerte que uno de los múltiples asesinatos cometidos. La España libre que proclamaban los golpistas es la España que fusilaba hombres y mujeres sin piedad.

Ahora precisamente nos falta gente con arraigo, con ideas, con pensamientos creativos, con arte, con amor.

Para terminar solo puedo decir que no buscamos buenos, ni malos. Solo pretendemos poder enterrar a los nuestros. Es humano que cada familia de sepultura a los suyos cuando vayan faltando.

«No quiero que me entierren donde me han de enterrar».

«¡Papá, qué bien vas a estar ahí!» dijo su hija Tere al verlo en la sepultura en el Cementerio de Montemayor junto a su madre Teresa.

Gracias y ¡Viva la Libertad!