Pedro López Martín

Nerva
Huelva

Nerva (Huelva), 1904 – Gusen, 194

En el corazón de la cuenca minera, donde las conquistas sociales fueron evidentes durante el primer tercio del siglo XX gracias a la acción de las poderosas organizaciones obreras, socialistas y anarquistas sobre todo, crece Pedro López en el seno de una familia de izquierdas. La frágil memoria de una familia castigada por los infortunios habla de Pedro como un sindicalista comprometido con la causa de los trabajadores; del padre, Cirilo López, como un hombre que vendía “El Socialista” y que encarcelado y muerto en el Penal del Puerto de Santa María; y del hermano, Luciano López Martín, como alcalde de Nerva durante unos meses en 1934 en momentos de efervescencia obrera. El horizonte laboral para una comarca que superaba en aquellos años los 50.000 habitantes era básicamente el trabajo en las minas.

Con el golpe fascista de julio de 1936 y una vez consumado el fracaso, por la traición militar, de la columna minera que marchaba sobre Sevilla para combatir contra los sublevados, Pedro logra huir hacia zona republicana. La resistencia minera organizada poco podía hacer ante las bien pertrechadas fuerzas militares de Queipo de Llano. En Nerva se queda su novia con la que tenía todo preparado para contraer matrimonio. La represión que ejercieron los rebeldes —ejército golpista, guardia civil, falangistas, requetés, Iglesia y derechistas en general— fue brutal, tal como apunta el historiador Francisco Espinosa que es quien se ha acercado con mayor rigor a esta tragedia, elevando a 2.500 las personas que desaparecen en los pueblos de la cuenca minera. A tal caudal de dolor, hay que sumar las incautaciones, las violaciones y humillaciones públicas que se cebaron, sobre todo, con las mujeres de los mineros.

El rastro de Pedro López como combatiente republicano se pierde, y sólo se recupera, fugazmente, cuando estaba en el exilio francés por una carta que escribe y por las noticias que trae un compañero. Es de suponer que, tras el paso por los campos de concentración franceses y las Compañías de Trabajadores Extranjeros, fuese detenido por los nazis tras la invasión de Francia y conducido, tal como acredita la documentación, al Stalag V-D de Estrasburgo en Alemania como prisionero de guerra. El 13 de diciembre, con un numeroso contingente compuesto por centenares de republicanos españoles, llega al campo de Mauthausen donde se le asigna el número de identificación 4945. El superviviente Patricio Serrano pudo narrar, años después, aquella experiencia en Estrasburgo y la penosa entrada a Mauthausen:

“Fuimos a parar a Saint-Dié que era un lugar de concentración de prisioneros de guerra, y de ahí, tras unos días de espera, formando caravanas interminables, fuimos conducidos a Estrasburgo. En cuanto llegamos, nos alojaron en cobertizos de exposición y se procedió a clasificarnos por nacionalidades. El hambre empezaba a hacer estragos, sobre todo entre nosotros que ya habíamos padecido tantas privaciones. Afortunadamente, fueron enviados grupos a buscar avituallamiento de las tropas alemanas que llegaba por el Rin en barcazas. Birlar alimento para los prisioneros era una forma de sabotear el ejército alemán. En el transcurso del mes de noviembre, el control sobre los prisioneros españoles fue haciéndose cada vez más estricto y, a primeros de diciembre, la Gestapo instaló oficinas. Interrogó, uno por uno, a todos los antiguos combatientes de la República española, diciéndonos que seríamos enviados a trabajar en las minas y asegurándonos que, si nuestra conducta era buena, podríamos regresar a nuestro país.

El 11 de diciembre, se hizo formar todo el contingente español y lo rodearon SS armados de metralletas y acompañados de perros lobos. Tuvimos que cruzar toda la ciudad hasta la estación. Todo el mundo nos miraba, pero no sabíamos si era con odio o con compasión. Nos hicieron subir en vagones de tercera clase herméticamente cerrados, y así atravesamos Alemania, pasando por Stuttgart y Nuremberg.

El 12 de diciembre, en plena noche, se detuvo el tren en un lugar desconocido. En cuanto fueron abiertas las puertas de los vagones, los SS nos hicieron salir a culatazos y a porrazos. Fuimos rodeados de inmediato por los perros lobos. Emprendimos la marcha por un camino empinado e interminable. Vimos perfilarse en lo alto la silueta de una fortaleza impresionante. Al ir aproximándonos, vimos raíles y vagonetas. Al acercarnos, se abrieron de par en par unas puertas monumentales. Nos hicieron formar en una explanada de tierra cubierta de nieve helada. Hombres con la cabeza rapada y que llevaban uniformes a rayas, nos iban contando de diez en diez. Los reflectores de las torres de vigilancia alumbraban la explanada como si estuviésemos en pleno día. Los oficiales del campo nos comunicaron por mediación de un intérprete que nos hallábamos en el campo de Mauthausen, campo de la muerte. Se tenía que observar la disciplina más férrea. Quien infringía las órdenes, era ejecutado. De Mauthausen, nadie salía vivo.

Tales hechos sucedieron el 13 de diciembre, a las dos de la madrugada” (en Razola y Constante, Triángulo Azul. Los republicanos españoles en Mauthausen. Península, 1979)

Pedro López, es finalmente trasladado al campo de Gusen con el número 9377 el 24 de enero de 1941. Muere seis meses después, el 22 de julio, cuando contaba con 37 años de edad.