María García Torrecillas

Albánchez
Almería

(Albánchez, Almería, 1916)

LA ENFERMERA QUE SALVÓ A CIENTOS DE HIJOS DE EXILIADAS ESPAÑOLAS

Por Rafael Guerrero.

Desde un pueblecito almeriense hasta Monterrey, en México. Un largo periplo vital que esta mujer menuda ha cumplido a sus 90 años con una agilidad física y mental envidiables, después de viajar a Barcelona para trabajar en el textil poco antes de que estallara la Guerra Civil y de tener que huir al sur de Francia, donde ayudó a dar a luz a cientos de mujeres españolas y a otras tantas judías procedentes del Este y perseguidas por los nazis. Y de aquella maternidad francesa y con su hijo muy pequeño en brazos, María cogió el barco hacia México, donde siguió ayudando a parir a españolas exiliadas. Toda una vida de entrega y sacrificio por los demás. Por eso, María García Torrecillas, ha salido del modesto anonimato donde se recluyen tantas personas de bien para recibir un justificado homenaje de la Junta de Andalucía, cuyo presidente Manuel Chaves le impuso el 28 de Febrero de 2007 la Medalla de Andalucía por su excepcional labor humanitaria.

María ha vuelto a Andalucía por cuarta vez y no sólo ha recibido este homenaje concedido con motivo del Día de Andalucía, sino que días antes ha recibido el cariño de sus paisanos de Albánchez, cuyo Ayuntamiento la ha nombrado hija predilecta, así como una condecoración por parte de la Cruz Roja almeriense.

María García Torrecillas no había imaginado que sin quererlo iba a pasar a la Historia por su labor como enfermera. Pero la vida da muchas vueltas y más si los tiempos son difíciles y te traen y te llevan sin poderlo evitar. Lo que sí tenía María era un corazón muy grande y un espíritu aventurero, esto último por herencia genética de su padre que, perteneciente a una clase acomodada rural almeriense, había recorrido varios países latinoamericanos a principios del siglo XX. Consciente de la apertura de miras que da el viajar, el padre de María se mostró comprensivo y cómplice cuando su hija le pidió autorización con 20 años para irse a Barcelona, donde ya estaba establecido otro hermano mayor.

Del campo a la gran urbe. Fueron pocos meses hasta que se produjo el golpe militar que desencadenó la Guerra Civil. De trabajar en el textil, María tuvo que adaptarse a trabajar en una fábrica de armamento para la defensa de la República. Entonces aprendió a convivir y a sortear los bombardeos franquistas, hasta que el cerco sobre la Ciudad Condal se estrechó y Barcelona cayó. Entonces viene la penosa huida hacia Francia, cuyas autoridades reciben a esa legión de exiliados de la peor manera imaginable. Campos de concentración en las playas pasando mucho frío y rodeados por alambradas vigiladas por soldados a caballo que atemorizaban a los españoles.

Para colmo, María queda embarazada de su compañero. No era el escenario más ideal para experimentar la maternidad, pero un ángel se cruza en su camino. Un ángel llamado Elizabeth Eidemberg, una enfermera suiza que al comprobar el drama humano de tanta población refugiada busca todos los recursos posibles para montar un hospital maternal y lo hace en una antigua mansión en Elne, cerca de Perpignan.

Pero el encuentro casual con esta enfermera suiza que le ofrece su centro para dar a luz le cambiaría la vida a María, que de ser paciente se convierte en activa enfermera para atender a cientos de parturientas españolas de los campos de concentración de las playas francesas y a muchas mujeres judías polacas que huían de la implacable persecución de los nazis que comenzaban a invadir el país galo.

En efecto, en la maternidad de Elne y mientras que su compañero Teófilo emprendía rumbo al exilio de ultramar, nace Felipe, su único hijo. Y a partir de entonces, María comienza a trabajar cuidando recién nacidos sin mirar el reloj y animando a las madres, porque esta almeriense no se limita a una atención aséptica ni al horario del “convenio colectivo”. Lo suyo se convierte en una pasión vocacional de servicio para salvar vidas y para dar mucho cariño.

Elizabeth dirigía la maternidad de Elne con pulso firme y se apoyaba en María como su mano derecha, convertida en cómplice para jugársela engañando muchas veces a la Gestapo que perseguía sin piedad todo rastro de judías y también de rojas. Dos años y medio estuvo María en Elne, donde nacieron en unas aceptables condiciones higiénicas alrededor de 600 niños que, de otra manera, habrían tenido muchas dificultades para sobrevivir.

María quería reencontrarse con su compañero Teófilo en México y decidió marcharse, no sin antes recibir de Elizabeth y sus compañeras de la maternidad una cariñosa despedida.

Tras una larga y penosa travesía en un barco portugués lleno de españoles, María y su pequeño Felipe llegan a México en 1942, pero nadie les espera en el puerto al contrario de lo que le ocurría al resto del pasaje. Varios días de incertidumbre acaban cuando aparece su compañero y le espeta que vive con otra mujer a la que también ha dejado embarazada. María, con el corazón roto, decide cortar por lo sano, y debe afrontar un futuro incierto en un país lejano, sola y con un hijo pequeño.

Pero pronto sale a relucir su coraje y su casta y rápidamente recibe el apoyo de la creciente comunidad de exiliados españoles que le facilita trabajo como enfermera en una maternidad, donde volvería a asistir a cientos de madres españolas, y sería felicitada por la introducción de métodos de gestión ágiles y efectivos aprendidos en Francia y desconocidos en México. Entretanto, su hijo Felipe es escolarizado y bien atendido en sus traslados de casa al colegio y viceversa, como un ejemplo más de la excelente acogida que el Gobierno mexicano de Cárdenas ofreció a los españoles que huían de la represión franquista.

María estabiliza su vida así en la capital federal de México, donde conoce a otro exiliado español bastante mayor que ella, José Fernández, con quien acaba casándose y conviviendo felizmente durante medio siglo. Pepe, según reconoce María, fue un buen marido para ella y un padre ejemplar para Felipe. María se dedica también con el tiempo a coser y conforme va ahorrando se fija como objetivo atraerse hacia México a sus hermanos, cosa que va consiguiendo poco a poco. Especial mención merece el reencuentro con su hermano Juan, que había sido condenado a muerte por luchar en el Ejército republicano y que con la pena conmutada y tras haber pasado bastantes años entre rejas, recibe una autorización especial de las autoridades franquistas para cumplir una promesa y visitar el Santuario de Lourdes, lo que aprovecha para liarse la manta a la cabeza con su mujer y viajar a París, desde donde volaría poco después rumbo a México.

María estuvo a punto de morir junto a su marido Pepe en el catastrófico terremoto que asoló la capital mexicana en 1985. Por eso, harta de tener el alma en vilo cada vez que temblaba la tierra en el distrito federal, decidió trasladarse a Monterrey a una casa cercana al domicilio de su hijo Felipe, donde actualmente sigue residiendo y disfrutando de la proximidad con su familia: su hijo, su nuera, sus nietos y sus bisnietos.

María García Torrecillas lamenta no haber podido acompañar a sus padres en su vejez vivida en su pueblo natal almeriense de Albánchez, ni haberlos podido abrazar antes de su muerte. La última vez que los vió fue cuando se despidió de ellos para irse a Barcelona con 20 años. Ha regresado a España en cuatro ocasiones y la anterior a la motivada por el merecido homenaje recibido en Sevilla fue en 2005, con motivo de un homenaje tributado en Barcelona a su buena amiga Elizabeth Eidemberg, la directora de la maternidad de Elne.

María García Torrecillas acaba de publicar en México un libro con sus memorias titulado “Mi Exilio”. Todo un ejemplo de mujer solidaria y luchadora.

(*) Periodista. Director y presentador de “La Memoria”, el primer programa sobre la memoria histórica de la radio española