María Antonia Jiménez Alcaide

Fernán-Núñez
Córdoba

María la Fina

A tres metros de profundidad, en la fosa número 19 del cementerio de Aguilar de la Frontera (Córdoba), yacía María, la Fina. Fueron recuperados sus restos hace un mes. Llevaba setenta y cinco años bajo tierra, retorcida su osamenta, desmembrada, compartiendo ese deplorable nicho con el hijo que gestó durante cinco meses y con otras once personas, entre ellas, su marido. Arrojados al hoyo con premura y desprecio, como se tira la basura podrida, los doce sepultados formaban un amasijo óseo caótico y espantoso.

Embarazada e inocente pereció María en el paredón, el 16 de agosto de 1936. Hoy, descansa en una sepultura digna de ella gracias a la labor de AREMEHISA (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera), que lleva dos años desenterrando los cadáveres que dejó la sublevación militar en ese municipio cordobés.

María Antonia Jiménez Alcaide, apodada la Fina, menudita, resuelta y de natural elegante, nació en 1895 en Fernán Núñez (Córdoba). Se casó con Fernando Valle en los años veinte y con él regentó un comercio de tejidos, adonde acudían las mujeres del pueblo a por telas que pagaban a plazos. La pareja también salía a vender su mercancía por los municipios cercanos, eran padres de cuatro hijos y esperaban el quinto. Pero el golpe de estado del 18 de julio trastocó definitivamente sus vidas.

En Fernán Núñez, tras la sublevación, la resistencia obrera, fiel a la República, se hizo con el control, obligando a los guardias civiles a recluirse en el cuartel, junto con sus mujeres e hijos. Así trascurrió un mes, en medio de continuos tiroteos. El comité obrero decidió enviar a dos emisarias con una carta en la que ofrecía la oportunidad de que salieran del cuartel las esposas e hijos de los agentes. María se ofreció voluntaria; ella conocía a aquellas mujeres, eran sus clientas. Pero el teniente de la Guardia Civil se negó a negociar la salida. Días después, entraba en Fernán Núñez una columna del bando Nacional y tomó la población. La represión fue terrible: «[…] violación de mujeres, peladas al cero, les daban aceite de ricino y las paseaban por el pueblo. Raro era el día que no salía el camión de madrugada para fusilar a personas inocentes, y volvían cantando el cara al sol» (Extracto del libro La campiña roja, de Arcángel Bedmar).

María también subió a aquel infausto camión. Fue acusada de ser cómplice de los republicanos al haberse ofrecido como mediadora. Un grupo de falangistas la detuvo el 15 de agosto en su casa. Eran las diez de la noche. El marido de la Fina se negó a abandonar a su mujer a su suerte y también se lo llevaron. Los fusilaron al alba, junto con nueve detenidos.

Huérfanos y en la miseria quedaron los cuatro hijos de María y Fernando, de edades comprendidas entre los 16 y 4 años. El nuevo régimen confiscó todos los bienes del matrimonio: la tienda de tejidos y el edificio del casino, que estaban pagando a plazos y donde habían montado un café.

Setenta y cinco años después del crimen y recuperados e identificados los restos de María, la Fina, y Fernando Valle, las palabras de Rosa María Valle, una de sus nietas, reflejan la verdadera transición de los represaliados: «[…] en las historias vitales de los hijos de María quedaron heridas por secuelas psíquicas. Hoy solo queda con vida su hijo Agustín. Pero de una forma u otra todos han pasado su vida recordando y transmitiéndonos el recuerdo y luchando por encontrar la comprensión de unos hechos que resultan en verdad incomprensibles. Por eso, ahora, los nietos y las nietas de María y Fernando no buscamos comprender, sino más bien edificar un sentimiento que junte lo que el crimen y la guerra separaron».


http://blogs.interviu.es/laotraversion/2012/03/28/maria-la-fina/