Manuel Martínez Domínguez

Manzanilla
Huelva
Martínez Ortega, Manuel

Mi abuelo se llama Manuel Martínez Domínguez y tenía 35 años cuando lo detuvieron. Natural de Escacena del Campo, provincia de Huelva. Casado con una hermosa y buena mujer llamada Antonia Fernández Reinoso y con cuatro hijos: Luna, Pepe, Manolita y Antonio. Vivía en un pequeño pueblo de Huelva, cerca de Escacena, llamado Manzanilla.

El 6 de agosto de 1936 tras sus tareas de campesino fue a ver a su padre (mi bisabuelo), llamado José, puesto que estaba enfermo de cáncer. Ese día almorzó junto a ellos; su madre, Luna, como de costumbre hizo un guiso con lo que tenía. Lo propio de gente humilde. Tras el cansancio del día y el calor se dispuso a dormir la siesta. Sobre las cinco de la tarde golpearon la puerta de la casa en tono violento y preguntaron por él. Salió asustado. Su conciencia estaba tranquila, pero para sorpresa suya lo detienen con la fuerza de las armas y de la violencia de aquellos que se saben que no poseen la verdad. Sus denunciantes, agresores y raptores, por no decir secuestradores, lo ordenan preso, sin dar motivo alguno, siendo sus nombres: Antonio Márquez Osorno, Juan Rodríguez Moreno, alias Carrancha, y José Ureta.

Detenido lo llevan en coche desde Escacena del Campo a Manzanilla, unos 3 kilómetros, en donde lo meten en el calabozo del ayuntamiento sobre las 7 de la tarde. Por la mañana, día 7 de agosto, su esposa (mi abuela) Antonia, acompañada de su hija Manuela de 3 años y de su hijo Antonio (mi padre) de 6 meses van a visitarlo, estando en la entrada el recién nombrado alcalde, dado que el anterior fue destituido por el comandante de la Legión que toma Huelva, Antonio Castejón Espinosa, uno de los más sanguinarios de la sublevación militar, conocido como el carnicero de Zafra.

En la puerta del calabozo, dicho alcalde recién nombrado, cuyo nombre omito, saca una pistola para matar a mi abuela Antonia, tras expresar el deseo de ver a su marido. Mi abuelo lo oía todo desde el calabozo para mayor desesperación dada la imposibilidad de actuar. Gracias a un primo de mi abuela, Ricardo, es frenado tal frustrado y vil asesino, al mismo tiempo que mi abuelo Manuel recibe un culatazo de fusil que le rompe la mandíbula.  Mi abuela se va corriendo y asustada con sus dos pequeños hijos. La maldad y la crueldad en persona fue sentida por la sangre y vista con sus ojos.

La noche del 8 de agosto lo trasladan junto a otros detenidos en un camión de transporte de vinos a la cárcel de Sevilla, a la que llegan la madrugada del 9. En ella, conocida como cárcel de la Ranilla por el croar de las ranas del cercano arroyo del Tamarguillo (y por una antigua venta con dicho nombre) y posteriormente como Sevilla 1, fueron encarcelados miles de inocentes como mi abuelo. Esperemos que se convierta en un museo sobre la memoria histórica de todos y cada uno de los que hemos sufrido esta injusta justicia.

En las celdas eran unos 60 hombres, los cuales tenían que estar de pie para caber. Dormían en turno de dos horas aproximadamente pues tumbados solo cabían seis. El resto permanecía de pie a la espera de su turno. Una situación totalmente infrahumana que violaba todos los derechos humanos.

Su expediente penitencio indica que carecía de antecedentes penales y de afiliación política. El 19 de agosto se lo llevaron por orden del delegado de Orden Público. Antes de salir de aquel pequeño campo de concentración y sintiendo el peor de los finales, le dejó su mechero y chaqueta a otro recluso paisano para que se lo diera a su hermano José, puesto que venía todos los días a verlo.

En esa noche de madrugada entre las tres y cinco de la madrugada lo llevan al cementerio de Sevilla, pudiendo contar hasta diez fosas comunes y en una de sus tapias, herida de sinsentido, odio e injusticia, llena de sangre inocente, lo dejan junto a otros y por la espalda siente la injusta metralla, por tres veces, en su cuerpo herido y falleciente. Cae en la fosa, en la noche oscura, con la esperanza y certeza de que los suyos le encontrarán, siendo testigo el muro que lo ve caer que graba en su memoria; en cada ladrillo, uno a uno, cada uno de los injustamente ajusticiados, graba todo lo acontecido para vergüenza de unos y orgullo de otros.