Manuel Marín Rodríguez

Sevilla

Ronda 1898 – Sevilla 1936

Manuel Marín Rodríguez, nació en Ronda, en 1898. Vivió y fue asesinado en Sevilla, donde ejercía su profesión como tallista de madera. Se casó con Amalia Cabello Pérez y tuvo 7 hijos, el último de ellos póstumo. La mayor se llamaba Rosario y el segundo Francisco. Detrás de ellos nacieron Manolo, Coral, Pepe, Luis y, por último, nació Antonio, después de que su padre había desaparecido.

Cuando el ejército al mando del general Franco acabó con el gobierno legítimo de la II República Española mediante el golpe militar del 18 de julio de 1936, Manolo tenía 38 años y militaba en el Partido Comunista de España. Y lo hacía para defender sus derechos y los de la clase trabajadora, nunca se manchó de sangre.

Las tropas fascistas ya se habían apoderado de los mandos militares y gubernativos en Sevilla, sembrando el terror y la muerte a su paso, cuando el 15 de septiembre de 1936 se presentaron en su casa cuatro falangistas y cuatro guardias civiles. Paco, el mayor de los hijos varones que tenía Manuel, contaba 13 años de edad y presenció cómo se llevaban a su padre aquellos desalmados, igual que sus hermanos, para fusilarlo al día siguiente. Él y Rosario fueron los más conscientes de la tragedia que se les venía encima.

Ahora Paco cuenta la historia de su padre, y la suya propia. Él y sus hermanos mantienen vivo el recuerdo de su padre, la injusticia, el desamparo de aquellos años. Llevan en el corazón la bandera republicana y Paco dedica todo su tiempo a contar lo que pasó durante aquellos años de terror, en los Institutos de Enseñanza Media de la provincia de Sevilla donde lo reclaman para contar la historia, para recuperar la memoria de las víctimas inocentes, inmoladas en nombre del nacional fascismo.

Paco explica:

Mi madre estaba embarazada del séptimo, de Antonio a quien mi padre nunca llegó a conocer porque nació un mes después de que se lo llevaran esos falangistas y guardias civiles, que lo fusilaron al día siguiente en las tapias del cementerio de Sevilla.

Mis hermanos y yo nos abrazamos a mi padre llorando, como intuyendo lo que pasaría. Yo ya estaba advertido por él, que me decía unos días antes: “si esta canalla llegara a triunfar ¡Cuántas cabezas van a cortar!” Los falangistas nos dijeron que no lloráramos, que sólo le iban a hacer unas preguntas y enseguida estaría de vuelta. A la noche siguiente lo asesinaron.

Mi hermana Coral enfermó a consecuencia del sobresalto y la impresión de la pérdida de mi padre. Murió en 1945.

Yo era un buen estudiante y estaba en un colegio que se inauguró en 1931 con el advenimiento de la II República, el Grupo Escolar Francisco Giner de los Ríos, situado en la calle Recaredo de Sevilla. Se me daba bien y me gustaba mucho la música: el solfeo y tocaba el piano. Al faltar mi padre, tuve que dejar los estudios para trabajar en una fábrica de muebles, barriendo el taller, y poder ayudarle a mi madre. Veintiséis años después salí de esa fábrica como encargado. Los fascistas me arruinaron la vida.

Mi hermano Pepe me dijo un día que a nuestra madre había que darle una medalla porque nos crió a todos. Yo le contesté que mamá era una gran sacrificada pero tenía mucha suerte porque estaba arropada por sus hijos.

Pepe trabajó en una carbonería y Luís se colocó en la calle Sierpes en una peluquería quitando las pelusas, por las propinas.

A mi madre la abrigamos y nos hicimos hombres. Pasamos muchísima hambre y necesidades aunque logramos sobrevivir durante los terribles e interminables 40 años de dictadura. Llenos de dolor, de miedo y de silencio.

A mi padre lo llevó un amigo suyo a las tapias del cementerio. Se llamaba Miguel y unos días después de su asesinato, estando yo en la puerta de mi colectiva, me llamó y me dijo:

“Paquito, ya eres un hombrecito y te voy a decir una cosa: dile a tu madre que no busque más a tu padre, que lo han fusilado en las tapias del cementerio.

Cuando tu padre me vio allí, se dirigió a mí para decirme: “Miguel, por mis hijos, sálvame de lo que tengo encima.”

Yo le respondí: “Manolo, si os he tenido que traer aquí porque a mí me han requisado con el camión”. Esa noche, con tu padre había 19 personas más, incluido un capitán de la Guardia Civil y una mujer.

Cuando me vieron hablar con tu padre, me dijeron: “chófer, alumbre usted aquí o lo metemos también en el camión”. Sin poderlo evitar, me subí en el camión y alumbré como me ordenaban. Tiraron una ráfaga y tu padre murió alzando las manos unidas y gritando “Viva la República”. Puedes estar muy orgulloso de él porque ha muerto como un valiente”.

Nuestro hermano pequeño no tiene los apellidos de mi padre porque al ir a inscribirlo no aparecía la partida de defunción. En el Juzgado nos decían que fuéramos a la Comisaría de la calle Jáuregui a pedirla, y allí nos dijeron con muy malas formas, que en el Juzgado. Cuando mi madre les dijo que lo habían fusilado la echaron de mala manera diciendo que ellos no habían matado a nadie. Costaba dinero además, y mi madre tenía mucho miedo. El caso es que mi hermano pequeño se llama Antonio Cabello Pérez, con los apellidos de mi madre sólo, en lugar de Antonio Marín Cabello como los demás. Mi hermano Antonio, que tiene ahora 70 años, nunca ha podido superar esta afrenta y tiene un gran dolor por no poder, ni siquiera, llevar los apellidos de esa magnífica persona que fue su padre Manuel Marín Rodríguez quien, como tantos miles de republicanos, ciudadanos libres, perdieron la vida a manos de los fascistas.

En el libro de Juan Ortiz Villalba “Sevilla 1936, del golpe militar a la guerra civil”, figura mi padre entre la larga lista de fusilados en Sevilla que están inscritos en el Registro, nueve años después de su fusilamiento. La inscripción dice: “Manuel Marín Rodríguez. 38 años. Día del fusilamiento: 16-09-36. Inscripción: 15-2-45”.