Manuel García Espejo

Montilla
Córdoba

LA GUERRA DE MANUEL GARCÍA ESPEJO “CHICUELO”

En Córdoba, a las tres de la tarde del sábado 18 de julio de 1936, terratenientes, militares y civiles de derechas (monárquicos, carlistas, falangistas…) pudieron por fin consumar el complot contra la República que habían gestado desde tiempo atrás. El coronel Cascajo, jefe del cuartel de Artillería de Córdoba, comunicó por teléfono al gobernador civil que el general Queipo de Llano se había sublevado en Sevilla y de que él mismo, obedeciendo sus órdenes, iba a proclamar el estado de guerra y a ponerse al mando del Gobierno cordobés.

En Montilla, a las tres de la tarde, el secretario de las Juventudes Socialistas y jefe de las milicias Manuel García Espejo “Chicuelo” o “Babilla”, escribiente de veinticinco años, que vivía en la calle San José, número 28, se encontraba trabajando en la agencia ejecutiva del Jurado Mixto. En su despacho entraron el alcalde Manuel Sánchez Ruiz “El Perla” -presidente de la agrupación socialista y de la UGT- y Rafael Lucas Panadero “El comunista” para informarle de la rebelión militar en Marruecos y de que se dirigían rápidamente a Córdoba, acompañados del teniente de alcalde y presidente de Izquierda Republicana Rafael Merino Delgado “Manoplas”, para conseguir armas. Por tanto, le pidieron que aguardara sus indicaciones desde la capital o a que ellos regresaran. Sin embargo, a pesar de las peticiones de dirigentes y diputados de izquierda, el gobernador civil Rodríguez de León se negó durante toda aquella tarde en la capital a facilitar armas a los que estaban dispuestos a defender la República.

A la vuelta, sobre las nueve de la noche, como primera medida preventiva el alcalde mandó al jefe de milicias Manuel García que nombrara un cuerpo de guardia para patrullar en el cuartel de la Guardia Civil (situado frente a “La Andaluza”), la estación, la cárcel (actual palacio de Justicia) y otros sitios estratégicos. Unos cincuenta milicianos, la mayoría de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), colaboraron en estas tareas.

Después de cenar, Manuel García se dirigió al Ayuntamiento, donde se encontraban reunidos jornaleros que habían vuelto del trabajo en el campo, militantes izquierdistas y un comité de dirigentes del Frente Popular y de la Casa del Pueblo: el alcalde, Rafael Merino, el presidente de las JSU José García Ruiz, el vicesecretario del PSOE Francisco Alcaide Rambla, el presidente del partido comunista José Torres Requena, el concejal y vicesecretario de las JSU Juan Córdoba Zafra “Cordobita”, el secretario del PSOE Francisco García Carrasco “El Seco”, José Alcaide Córdoba, el comunista Manuel Baena Cabello “Bracitos Cortos” y Rafael Afán Moreno de Izquierda Republicana. Con la intención de protegerse y de abortar cualquier apoyo a la sublevación en la localidad, el comité ya había acordado recoger armas, pólvora, munición y dinamita del polvorín de Rafael Villaplana, pero el dueño se negó a facilitárselas. Asimismo, dispuso la detención de los derechistas más significados, lo que se encargó al jefe de la Guardia Municipal José María Muñoz Alcaide “José María Regás”. Los guardias, apoyados por unos veinte milicianos desarmados, apresaron a unas sesenta o setenta personas.

A las nueve de la noche la Guardia Civil de Montilla había recibido una llamada telefónica de los sublevados con la orden de concentrarse en Córdoba. Cuando llegan a Fernán Núñez, a las 1 de la madrugada, una nueva orden les conminó a regresar. Según los testimonios recogidos, parece que a la vuelta, se concentraron en la finca “La Retamosa”, donde explicaron a algunos elementos derechistas sus planes para hacerse con el control de la localidad.

Mientras, en la casa consistorial recibieron noticias de que los anarquistas de la FAI, entre los que se encontraban Francisco Polonio Delgado “El Leñero” y Solano “El Estupendo”, sacaban noventa y seis latas de gasolina del depósito de la puerta de Aguilar para ir a quemar a los presos de derechas confinados en la cárcel. Manuel García, Rafael Merino y Francisco García, mandados por el alcalde, se personaron en el lugar para impedirlo.

La Guardia Civil pasa a la acción. Con una estrategia perfectamente diseñada, entra en el pueblo al grito de “Viva la República”. El capitán Luis Canis Matute comunica al alcalde que traía órdenes del gobernador civil para trasladar a los presos a Córdoba. El engaño da resultado. Los guardias se dirigen a la cárcel, liberan a los presos y en el mismo instante los arman. Con el objetivo de apoderarse del ayuntamiento, guardias y derechistas salen de la prisión y comienzan a disparar. En su sangriento camino causan varios muertos y heridos entre las personas de izquierdas. Desde determinados balcones, algunos derechistas también disparan al aire, lo que acrecienta aún más el miedo y la confusión en las calles. Cuando llegan al ayuntamiento, el grupo había aumentado con la presencia de propietarios, guardias rurales de la Comunidad de Labradores, falangistas y carlistas. En el ataque, muere un guardia municipal y resultan heridos varios republicanos. Los que permanecen en el interior del edificio huyen por la puerta trasera o por los tejados, aunque algunos son detenidos. Los guardias civiles van entonces a la Casa del Pueblo y expulsan a los que allí se encuentran.

Mientras ocurrían esos sucesos en el ayuntamiento, Manuel García se dirigía desde la Puerta de Aguilar a la Casa del Pueblo, pero al pasar por la calle Escuelas oyó disparos de fusil y de pistola, por lo que junto al comunista Redondo Mesa y tres o cuatro personas más se refugió en la casa de Pablo Contreras, situada en la calle Luis Fernández, donde estuvo hasta que marchó a su casa después de las cuatro de la mañana para esconderse.

El dominio de Montilla por los sublevados y el consiguiente temor de los habitantes republicanos a ser encarcelados o asesinados por los derechistas sublevados, desencadenó el éxodo de cientos de personas, familias enteras incluidas. No hay que olvidar que se desató una brutal represión que, de cuerdo con las estimaciones del historiador Francisco Moreno Gómez, acabó con el fusilamiento de no menos de ciento cincuenta personas.

Al mediodía del día 20, Manuel García huyó hacia la sierra de Montilla. Detrás del Paredón del Cigarral se unió a un grupo en el que estaban Ramón Márquez Cuéllar (JSU), Manuel López Ramírez, José Redondo Polo (JSU), el socialista Rafael Aguilar Velasco “El Gini”, Francisco Polonio “El Leñero”, Manuel Alcaide Flores (hijo de “Marruecos el Tratante”), el anarquista Francisco Mesa Ruiz “El Chato”, Luis León (JSU), Manuel López Ramírez “El Ruso” (JSU), José Caubera Espejo (JSU), el hijo del “Cojo Salamanca” (¿Miguel Salamanca Montero?), etc. La intención de los huidos era la toma de Montilla, por lo que sus primeras acciones fueron la requisa de comida y armas de los caseríos de alrededor, táctica esta última que algunos de ellos ya habían usado cuando se echaron a la sierra en la revolución de 1934. Se dirigieron a la casilla de La Lámpara, propiedad de Miguel Alda, requirieron al casero las armas y como no se las entregaba, destrozaron el cristal de una ventana, penetraron y se apropiaron de una escopeta con dos cañones, la canana y una funda de revólver. En la casilla de Luis Real rompieron la puerta y se llevaron una escopeta, una canana llena de cartuchos y una linterna eléctrica. Por la carretera de Carteya marcharon al Lagar de Santa María, finca de Manuel Ortiz, y obtuvieron dos escopetas. Después fueron a la casilla de Albornoz y finalmente a la sierra.

En la sierra se refugiaron durante una noche en la casilla del Ideal, propiedad de Rafael García Espejo. Cenaron en la era y se les sumó un grupo de comunistas de Montilla (Manuel Baena Cabello “Bracitos Cortos”, Antonio Salgado Reina “El Calero”, Francisco Redondo Mesa, Francisco Hidalgo Luque “Pavón”, “El Casaito”, etc.) y de Nueva Carteya, que también habían escapado tras la llegada a su pueblo de una dotación de guardias de asalto y falangistas de pueblos próximos. Se trasladaron otra vez a la casilla de Albornoz, a la cañada del Mimbre y, según las órdenes del comité del Frente Popular que aún permanecía oculto en Montilla, a la fuente del Cubo. Aquí apareció el enlace del comité Francisco Hidalgo “Pavón”, que les dijo que esperaban fuerzas de asalto de Córdoba para incorporarse a ellos y atacar la localidad. Las noticias del enlace demuestran el desconocimiento que poseían los resistentes republicanos de lo que sucedía en la provincia durante los primeros días de la sublevación, pues aunque la guardia de asalto hizo un conato de resistencia en la capital el mismo día 18, en estos momentos los insurrectos ya la controlaban con mano de hierro. Francisco Hidalgo quizá se refería a los mineros, milicianos y guardias de asalto que desde Jaén acudieron con éxito para apoyar a los republicanos de varios pueblos como Villa del Río, Montoro, Pedro Abad, Castro del Río, y que el 21 entraron en Espejo, lo que motivó el traslado de la Guardia Civil de este pueblo a Montilla.

Pasado el día 21 sin que llegaran los refuerzos, se presentó el mismo enlace. Les comunicó que los principales directivos deberían hacerse cargo de las armas y que los demás podían regresar al pueblo. Se marcharon hacia la viña de los Socios, metieron las escopetas en dos sacos y las enterraron. Permanecieron allí dos días, en los que les llevó la comida Manuel García Ruiz, el de la venta El Jarapillo. Los efectivos del grupo aumentaron con la llegada de varios muchachos huidos de Montilla, como José López Fernández. Con posterioridad, se dirigieron al puente Las Moreras, donde se les unió el comité y los dirigentes de Montilla, entre los que destacaban Manuel Baena y Vaquerizo García.

El día 24 se trasladaron a la vereda de la Fuente del Álamo y pernoctaron en la casilla de José Gómez Ruiz “El Tanganito”. Llegaron dos enlaces que habían sido enviados a Aguilar de la Frontera, entre los que se encontraba el comunista Antonio Gómez Márquez. Les aseguraron que el pueblo, desde el 19 en poder de la derecha, estaba abandonado, pues la gente había huido aterrada debido al bombardeo de las afueras de la población por un avión de Sevilla ante el temor infundado de que estuviera asediado por los republicanos.

A la altura del cerro del Humo apareció Vaquerizo García con dos caballos de la Guardia Civil de Aguilar, lo que corroboró la noticia de que el pueblo permanecía desierto En la mañana del día 25, ciento veinte hombres armados, al mando del jefe de las juventudes socialistas José García Ruiz, se encaminaron hacia allí. Antes de salir, se les añadió un grupo armado de aguilarenses. Las fuerzas montillanas se dividieron en grupos de diez. Dos de ellos, al mando de Antonio Salgado Reina y de Manuel Baena Cabello, entraron en la población. Los atacantes fueron repelidos por la guardia civil -concentrada la noche anterior en Lucena-, que había regresado con apoyos de Lucena, Monturque y Cabra. En el tiroteo que se entabló en el centro de la localidad murieron Antonio Salgado y varios luchadores republicanos. Los supervivientes escaparon y durante los días siguientes se desató una terrible represión contra los acusados de izquierdismo.

Tras la definitiva pérdida de Aguilar, los republicanos aguilarenses y montillanos se concentraron en las Puentes de Montilla. Hasta allí se acercó, montado en un caballo de los robados a la guardia civil, un individuo de Aguilar apodado “El Maduro”, que les advirtió de que en Puente Genil había una columna formada por republicanos de Málaga y Antequera que pensaba atacar el pueblo de Aguilar. A Puente Genil habían llegado hasta el momento desde Málaga tres expediciones de apoyo a los elementos republicanos que trataban de dominar la población con una feroz lucha contra los derechistas atrincherados en distintos lugares. Con la esperanza de que alguna de estas expediciones les pudiera ayudar, Manuel García “Chicuelo” cogió el caballo y se dirigió hacia Puente Genil.

Manuel García llegó el día 27 a Puente Genil. Se entrevistó con el comité del Frente Popular, que le manifestó que la columna que necesitaban había marchado a Málaga, pero que la solicitarían de nuevo para asaltar Aguilar. Volvió para informar al comité de Montilla de lo ocurrido y regresó a Puente Genil, pero le expusieron que era imposible el paso de la columna, porque las fuerzas sublevadas habían cortado las comunicaciones por La Roda. Frustradas sus intenciones, las partidas decidieron disgregarse y cada uno marchó hacia donde pudo. Manuel García, junto a su familia y la de su novia y veinte montillanos armados, pasó por el control de entrada de la Venta de Flores a Puente Genil, donde se dedicó a dar facilidades para el suministro de sus compañeros que prestaban servicios de armas.

En la mañana del día 1 de agosto las tropas del coronel Castejón, venidas desde Sevilla, entraron a sangre y fuego en Puente Genil. Infligieron una de las represiones más crueles de la guerra civil, que causó cientos de víctimas. Muchos habitantes huyeron aterrados hacia el sur. A las cuatro horas de la entrada de las tropas fascistas en la localidad, Manuel García, seguido de Manuel Alcaide Aguilar y de Francisco Hidalgo Luque, abandonó el pueblo con el propósito de ir a Málaga. Por el camino, repentinamente se puso enfermo. Quedó solo, pues los otros debieron continuar su marcha debido al peligro que todos corrían. Fue auxiliado por un tabernero que vivía en las peñas del castillo Anzur, un refugio durante algunas semanas para la combativa izquierda pontanesa. Tardó tres días en recuperarse.

El día 4 de agosto se encaminó hacia Antequera. Juntó a otros dieciséis hombres, se presentó al jefe de los comunistas de Puente Genil, que les dio a elegir entre formar parte de una columna para atacar La Roda o dirigirse hacia Málaga. Tomó la última opción y llegó a la ciudad el día 6. Trabajó durante un tiempo, pero sólo cobraba una peseta diaria, por lo que al tener noticias de que Castro del Río y Espejo permanecían leales a la República, decidió desplazarse a Espejo el día 21, acompañado de un grupo de montillanos.

En Espejo, se presentó al comité de Montilla que allí se había constituido, presidido por el alcalde socialista Manuel Sánchez “El Perla” e integrado por Juan Córdoba Zafra “Cordobita” (concejal y vicesecretario de las Juventudes Socialistas Unificadas), Manuel Baena Cabello “Bracitos Cortos” (PCE), Francisco Alcaide Rambla (vicesecretario del PSOE) y José Torres Requena (presidente del PCE), entre otros. Las funciones del comité fueron atender a los evacuados y juzgar a los que se consideraban desafectos a la República. Manuel García se convirtió en jefe de una patrulla compuesta de dos parejas de caballería y unos veinticinco montillanos armados -bastantes de los nombrados con anterioridad y Antonio Muñoz Velasco “Simeón”, Antonio Polonio Castro “El Micho” (JSU), Rafael Polonio Castro, Manuel González León, etc-. La patrulla, que ejerció labores de vigilancia en Cortijo Viejo, se encuadró en un escuadrón de caballería militar mandado por el capitán Pérez Rubio.

Espejo, bastión del obrerismo cordobés y refugio en aquellas fechas de luchadores antifascistas de varias localidades, se había convertido en una molesta avanzadilla republicana prácticamente inexpugnable. Considerada como una amenaza para la capital, Queipo de Llano ordenó su conquista. El día 23 de septiembre, cuando las fuerzas rebeldes atacaron, la patrulla de Manuel García se replegó al pueblo y se puso a disposición del comandante Pérez Salas, que organizó una heroica defensa con contingentes de soldados, carabineros y milicianos frente a un ataque feroz. Ante la inminente caída de Espejo Manuel García y el comunista montillano “El Cazuela” se refugiaron en el cuartel de Caballería, donde cogieron dos caballos y escaparon a Bujalance en la tarde del día siguiente. Paralelamente, comenzaba la trágica evacuación de la población civil de Espejo y Castro de Río.

En Bujalance, donde se estableció Pérez Salas, los combatientes republicanos se reorganizaron. Los milicianos de Espejo, al mando del capitán Antonio Ortiz y de los tenientes Cristóbal Santos Ramírez, Antonio Rabadán Porras y el propio Manuel García organizaron una unidad que realizó distintos servicios de vigilancia en Villa del Río y Montoro, y que con posterioridad quedó destacada en el cortijo de la Torrecilla.

En el mes de diciembre, por indicación de Queipo de Llano, los insurrectos iniciaron una fuerte ofensiva para alejar lo más posible a los republicanos de la capital, antes de intentar la conquista Málaga, y para apoderarse de importantes términos olivareros y aprovechar la cosecha de aceite. El día 19 de diciembre, al atacar los sublevados Bujalance, el comandante profesional López Gómez, jefe de las fuerzas militares del pueblo, llamó a la compañía miliciana de Manuel García para reforzar las defensas, aunque no pudieron regresar a tiempo. Cuando volvieron, las fuerzas republicanas ya se replegaban hacia Pedro Abad, que a su vez cayó el día 22. Prestaron servicios de armas por las carreteras, maltrechos y atosigados por la maquinaria militar rebelde, y la compañía pasó de Montoro a Villa del Río, hasta que estos pueblos fueron conquistados el día 24. A la vez que las fuerzas republicanas y miles de refugiados civiles, escaparon entonces a Marmolejo. Por indicaciones del alto mando militar, fueron trasladados a Villanueva de Córdoba, donde un destacamento de su compañía desarmó y apresó a una sección del Batallón de Jaén que se había insubordinado.

En diciembre, Manuel García fue ascendido a capitán de su compañía. Ésta pertenecía al mítico Batallón de orientación comunista “Garcés”, en el que sirvieron cincuenta montillanos. El batallón se encuadró después en la 73 Brigada Mixta de la 19 División del VIII Cuerpo del Ejército Republicano del Sur. La compañía sufre los duros avatares de la guerra en el norte de la provincia. Al regresar los batallones de milicias a las líneas de frente, en enero de 1937, participaron en el ataque a las posiciones franquistas en Adamuz y Villaharta, durante la primavera en la batalla de Pozoblanco, en junio-julio en la defensa del ataque de Queipo a la zona del pantano del Guadalmellato y Ovejo, en el otoño e invierno en la contraofensiva de Peñarroya y por último en el sur del Tajo (Toledo).

En mayo de 1938, la compañía de Manuel García fue desplazada al frente de Aragón (batalla de Teruel). En el frente tuvo un supuesto enfrentamiento político con el comandante jefe de la Brigada, el comunista Antonio Ruiz de Espejo, con el que había compartido los duros avatares de la guerra desde que se conocieron en Espejo. Este enfrentamiento es muestra de las fisuras ideológicas que surgen cuando las condiciones de lucha adquieren carácter negativo, pues todos revisan sus ideas sobre la estrategia a seguir con tal de lograr una salida, aunque sea a costa de un sector que hasta ahora se consideraba aliado. Por este motivo (sentía temor de ser “asesinado por los elementos comunistas”, según declaró -no sabemos si presionado- en el consejo de guerra), después de servir en varias brigadas, visitó al coronel jefe de operaciones del E.M. Central de Cataluña Manuel Fe Lloret y consultó con el subsecretario de Tierra del ejército republicano, teniente coronel Cordón, para explicarles su situación.

Consiguió su traslado al frente de Madrid, embarcó en Barcelona, desembarcó en Alicante y se dirigió a su destino. Se presentó al cuadro eventual del Ejército del Centro, donde lo ficharon y le dijeron que ya lo avisarían. Lo llamaron el 25 de marzo, en vísperas de la caída de Madrid, y fue destinado al 1º Batallón de la 18 Brigada. Al día siguiente, el jefe de la fuerza reunió a todos los oficiales y les preguntó si querían marcharse al extranjero. Aunque muchos optaron por exiliarse, él se quedó, convencido quizá de que en la nueva España de la dictadura franquista no tenía nada que temer. Cuando el 1 de abril de 1939 acabó la guerra, vendió sus uniformes y se dispuso a regresar a Montilla.

El 13 de abril fue detenido en la estación de ferrocarril de Córdoba. Fue conducido al Gobierno militar y tuvo la mala fortuna de que en la Jefatura el sargento de artilleros Manuel Polonio Cardeñosa y el guardia civil de Palma del Río Miguel Velasco Cerezo “manifiestan espontáneamente que el tal García Espejo, al iniciarse el Glorioso Movimiento se puso en contra del mismo huyendo a la sierra de Montilla, y era comunista dirigente y activo propagandista”. El socialista Manuel García confesó resumidamente su trayectoria militar durante la guerra. Le requisan una serie de fotografías de montillanos de izquierdas, que al igual que él habían huido tras el 18 de julio: el alcalde Manuel Sánchez, los comunistas Antonio Alcaide Aguilar y Antonio Gómez Márquez, y el cabo de municipales socialista Francisco Espinosa Barranco. Fue encarcelado en Córdoba y el 15 de agosto trasladado a la prisión de Montilla.

En Montilla es sometido a consejo de guerra. Actúa de juez instructor Domingo Onorato Espejo. En la sentencia, realizada el 9 de marzo de 1940, se expone con brevedad y en sentido negativo la vida política del encausado desde el año 1934 y se le acusa de haber ordenado el fusilamiento de cuatro jóvenes de Montilla que se encontraban en Montoro. Aunque los testimonios que se utilizan para esta última acusación son de algunos de los compañeros que habían estado con él en Espejo, otros compañeros, sin embargo, ni siquiera lo nombran como uno de los presuntos responsables. A la luz de los documentos que posemos, es muy difícil saber si Manuel García estuvo implicado en la muerte de estos muchachos. Lo que aparece en los consejos con claridad absoluta es que los testimonios de los testigos (todos terminarían fusilados) son confusos, cambian continuamente y concluyen con inculpaciones mutuas. Vistos los expedientes, sí existe la certeza de que ningún montillano fue ejecutor material de los disparos que acabaron con las vidas de los jóvenes, pues fueron realizados por tres milicianos de Villa del Río y Montoro. Manuel García alegó que intentó ponerse en contacto con sus superiores para salvar a los jóvenes, no obstante este argumento no fue tenido en cuenta por el tribunal.

Otros aspectos a considerar en los expedientes de consejos de guerra son la falta de garantías jurídicas o la ausencia de testigos fiables en los sumarios -no sólo ya de la defensa, sino también del fiscal-. Es probable que muchos de los juicios celebrados en Montilla fueran una argucia legal para eliminar físicamente a aquellos hombres que se habían significado en la lucha antifascista, ya que un buen número de ellos habían alcanzado una alta graduación militar en el ejército republicano. En plena postguerra y dentro del esquema de un sistema político totalitario, fue bastante fácil conseguir de un preso cualquier testimonio inculpatorio que se buscara por medio de torturas, palizas u otros medios de presión.

En el fallo de la sentencia se condena “al procesado Manuel García Espejo, como autor de un delito de adhesión a la rebelión a la pena de Muerte con las accesorias de inhabilitación absoluta en el caso de indulto y a las responsabilidades civiles que se fijaran y exigieran por las Autoridades competentes en el trámite oportuno”. Es la justicia al revés franquista: los que se habían sublevado el 18 de julio contra la República condenan por rebelión a los que se mantuvieron fieles a ella.

A las cinco y media de mañana del 18 de mayo de 1940 Manuel García Espejo “Chicuelo” o “Babilla” fue fusilado, junto al comunista José Torres Requena, en las tapias del cementerio de Montilla.