José María Cabezas Arana

Aguilar de la Frontera
Córdoba

El presente artículo tiene como finalidad principal rendir un merecido homenaje a uno de los muchos protagonistas de Aguilar de la Frontera que sufrieron el exilio, otra de las etapas de nuestra historia mas reciente que, por diversos motivos, todavía hoy permanece para un gran número de personas en el olvido. Así que propongo a todos los lectores, de modo reivindicativo, un recuerdo algo más que ocasional a la memoria de personajes como JOSÉ MARÍA (Amor) CABEZAS ARANA.

Con su particular biografía solo pretendo ofrecer una pequeña imagen, lo más ilustrativa posible, del exilio personal de José María, a través del seguimiento cauteloso de su vida, ampliándola convenientemente con el rigor de los acontecimientos de toda índole, que concurrieron en su época, y a los que hoy me dispongo a otorgarles voz, para que todos podamos aprender un poco más de su propia historia.

José María fue (y siempre será) un paisano de una profunda calidad humana e intelectual, a mi juicio injustamente desconocido; una de esas personas que han aportado tanto, tanto… al mundo, pero que sin embargo, como tantas otras, en multitud de ocasiones han pasado desapercibidas debido a las circunstancias políticas e históricas que les toco vivir.

Me gustaría igualmente añadir algo que no deja de emocionarme, el haber tenido la ocasión de dedicar el presente artículo, a la figura de este exiliado aguilarense, que siempre a lo largo de toda su vida mostró un sincero apego a su tierra, pasión que marcó toda su vida y también su muerte.

Cuando se han cumplido escasamente 75 años del comienzo de la guerra civil española y 66 años de la liberación por las tropas aliadas de los campos de concentración nazis en Europa, conocer la vida de José María Cabezas Arana, nos hará reflexionar sin duda sobre las circunstancias que marcaron a la sociedad española de forma permanente y duradera, por la pérdida de vidas humanas y la devastación que la guerra trajo consigo.

De igual modo, previamente a presentarles los rasgos más significativos de su vida, no puedo evitar ofrecer mi agradecimiento al caprichoso, pero acertado destino, que hizo que paradójicamente descubriera un excelente ejemplo del exilio de esta localidad a través de su hija Teresa (Maite) Cabezas Mejías, la cual estando a más de diez mil kilómetros de distancia de esta su tierra no puede estar más cerca al mismo tiempo.

Unas breves palabras de su testimonio nos ayudarán a introducirnos, en este apasionado relato.

Un aguilarense que defendió sus convicciones y compartió barracón con Jorge Semprún y Édouard Daladier en Buchenwald

En junio de 1936, cuando estalló la guerra civil, mi padre tan solo tenía 17 años, pero ya estaba condenado por ser el hijo de Antonio Cabezas Jiménez, apodado «Cabecitas». Tuvo que huir de su pueblo. Lo más doloroso para él fue que tuvo que abandonar a su abuelo, a su madre y a sus hermanos. No murió, ni fue una víctima republicana, al contrario, alzó muy alto la bandera que defendió durante los tres años de guerra civil. Tras la derrota en el 39, como otros muchos republicanos, pasó la frontera franco-española, y allí en el campo de Argelès-sur-Mer, les acorralaron como bestias. ¡Muchos murieron! Pero él logro salvarse de aquel infierno (otro más) y de un modo muy natural, porque era su destino, se enroló otra vez más en la lucha contra el fascismo, y lo combatió conjuntamente con la resistencia francesa… lo que le valió ser deportado a un campo de concentración en Alemania en el año 1943, el tristemente famoso campo de Buchenwald. Allí padeció el internamiento durante casi dos años.

Los horrores del pasado, los llevaba muy hondo, en el corazón, pero su meta siempre fue inculcarnos sus valores: la justicia, la rectitud y el respeto a la familia ya que él no había podido vivir con ella.

Tan solo tenía 17 años, cuando le arrancaron lo que más quería… su madre. Tan solo volvió a ver a su madre, 22 años más tarde, con 40 años de edad.

[…] hay un autor anónimo que decía que «los pueblos que tienen memoria progresan».

Nuestro deber es difundir la memoria de todos aquellos hombres que dieron su vida por defender un ideal… se lo debemos por respeto.

(Isla de la Reunión, Francia)

José María Cabezas Arana, nace en Aguilar de la Frontera, el día 7 de octubre de 1918. En una familia de campesinos, jornaleros del campo. Su padre es Antonio Cabezas Jiménez «Cabecitas», uno de los fundadores y dirigentes mas activos de la Agrupación Socialista de Aguilar de la Frontera, desde comienzos del año 1913 con la creación de la sociedad obrera «El Porvenir del Trabajo» hasta su muerte, ocurrida en los primeros años de la década de 1930. Su madre es Teresa Arana Romero. Será el tercero de cuatro hermanos: Juan (Laurel), Elio, José María (Amor) y Francisca Cabezas Arana.

Su infancia y adolescencia la pasará José María viviendo en el campo en la Casilla Morita, en Los Arenales y esta etapa juvenil posiblemente pronto se vería marcada por la actividad política y sindical desarrollada por su padre, Antonio Cabezas, por esas fechas presidente de la Agrupación Socialista de Aguilar de la Frontera y por los constantes conflictos entre obreros y patronos, huelgas y represión policial. Sin ningún lugar a dudas, esa efervescencia política vivida muy de cerca en el entorno familiar, marcaría muy pronto su carácter personal y político. Diecisiete años, solo contaba José María, cuando el país se ve sorprendido por el intento de golpe de estado y la posterior guerra civil, desencadenada tras el estallido del «glorioso movimiento nacional».

Su militancia reconocida socialista, y su marcada personalidad por ser hijo de «Cabecitas», harán que junto a su tío Rafael Romero Leiva, apodado «El Carcelero», ambos sean buscados para ser detenidos desde los primeros días del golpe militar. José María escaparía, junto a su tío Rafael, de ser detenido en Aguilar. Tras varias semanas escondidos, sabiendo que son buscados y conociendo el paradero final de todos aquellos compañeros que están siendo detenidos y asesinados en esos primeros días, ambos saldrán de Aguilar de la Frontera a comienzos del mes de agosto de 1936. Su camino correrá paralelo, en la desgracia, el sufrimiento y el dolor por… tener que huir para salvar la vida. Una vida que a Rafael le pesa toda la vida como una losa al conocer que han asesinado a todos los miembros de su familia. Excepto a su madre Manolita, su padre, su compañera y su hermano pequeño, serían vilmente asesinados en represalia por no encontrarlo a él.

Con 17 años de edad y temiendo por su vida, José María sale rápidamente de Aguilar acompañado de Rafael con dirección a Espejo (a comienzos de agosto del 36), población situada a 20 kilómetros de Aguilar y que recibió en gran medida a un enorme contingente de refugiados. Llegaban exhaustos, sin agua y sin provisiones, generalmente a pie o en bestias de carga, tras haber vivido la odisea de una escapada peligrosa de sus poblaciones de origen a través de los campos y de los caminos. Siendo atacado Espejo a comienzos del mes de septiembre por las tropas nacionales, ambos de dirigen a la población de Castro del Río, desde donde de nuevo se ven obligados a huir cuando es tomada en el mes de septiembre del 36. De nuevo se ven forzados a huir con el grueso de evacuados de poblaciones limítrofes como Montilla y Bujalance. Se ven obligados a esconderse y albergarse en los lugares más insospechados, almacenes, molinos y casillas abandonados. Casi todos ellos terminaran encontrando refugio en la vecina ciudad de Jaén o en los pueblos de sus alrededores.

Hasta su llegada a Jaén, José María y Rafael correrán la misma suerte. A partir de aquí sus caminos se separarán hasta que el azar los vuelva a unir algunos años más tarde. Pero el destino de ambos tendrá todavía un denominador común: ambos lucharán durante toda la guerra civil en el bando republicano, defendiendo sus ideales. Rafael se encuadra en una unidad del ejército de tierra, donde tras sucesivos ascensos llegará a ostentar el grado de capitán. José María lo hará en el arma de aviación, en la Segunda Región Aérea con cabecera en Los Alcázares (Murcia), que comprende las provincias de Almería, Murcia, Jaén y Albacete, donde con ocasión de su participación en alguna operación resultó herido, siendo trasladado al Hospital Militar de Murcia.

Su participación en las distintas batallas aéreas que se sucedieron a la largo de toda la guerra civil, harán que José María finalice la guerra estando encuadrado desde comienzos del año 1938 en la cuarta escuadrilla del grupo de tropa del Ministerio de Defensa, arma de aviación, con sede en Pedralbes (Barcelona). En 1939 termina uno de los episodios más sangrientos de la historia de España: la guerra civil, que deja al país en una coyuntura dramática y conflictiva. Muchos fueron los que huyeron ante la posible muerte o ante un futuro incierto. Tras la caída de Barcelona en febrero de 1939, comenzará el largo y duro camino del exilio. José María Cabezas atravesará la frontera francesa junto a las más de 400.000 personas que también lo hicieron (entre todas ellas catorce personas más de esta localidad) soldados y población civil (ancianos, mujeres y niños) cruzaron la frontera pirenaica entre enero y febrero del año 1939, en el sector de Cataluña. Los hombres fueron agrupados en los campos de concentración y la mayoría de las mujeres y niños se distribuyeron por lugares que se llamaron refugios, diseminados por casi toda la geografía de Francia.

José María comenzaría así un largo deambular por campos de trabajo, concentración y exterminio. Fue ingresado en uno de los campos «de la vergüenza»: Argelès, Saint-Cyprien, Barcarès (Pyrénées-Orientales). Argelès-sur-Mer sería el primer lugar de hacinamiento y muerte con el que José Cabezas tomó contacto, nada más atravesar la frontera del país vecino.

A finales del año 1939, sería trasladado a un nuevo campo, a Gurs, en los Pirineos Atlánticos. Era otro de los campos edificado cerca de Oloron Sainte Marie en el Béarn por el gobierno de Édouard Daladier, entre el 15 de marzo y el 25 de abril de 1939, para acoger a los antiguos combatientes de la guerra civil española. En este campo los refugiados se encontraban repartidos en cuatro grupos: las brigadas, los vascos, los aviadores (miembros de la aviación republicana, entre los que se encontraba José María Cabezas) y el resto de españoles.

El 12 de abril de 1939 Daladier promulgó un decreto a través del cual se creaban las «compañías de trabajadores extranjeros». Para los integrantes del grupo de aviadores fue mucho más fácil salir de los campos de concentración e integrarse en estas compañías que para el resto de recluidos. José María Cabezas fue enviado a la Compañía 1/114 que dependía de la base aérea localizada en Dun-sur-Auron, en Cher, el día 8 de diciembre de 1939. En esta compañía de trabajadores extranjeros permaneció hasta que en 1942 le trasladaron al Quinto Grupo de Trabajadores Extranjeros, a la compañía 543, cerca de Chambéry en Savoie. En esta Compañía José María, entraría en contacto con la resistencia, al mando de la cual se encontraba Francesco Pi de Benito Bersan.

José María fue enviado a trabajar a las minas de Montgirod les Chapelles en Savoie. Ejerciendo el trabajo de minero, tenía fácil el acceso a la dinamita, que comenzó a desviar, ocultar y entregar a sus compañeros de la resistencia, al mando del capitán Pitton, para cometer con ella actos de sabotaje contra los nazis. En una misión de sabotaje, en la cual tomaba parte José María con un grupo numeroso de españoles y desarrollada en Argentine en Savoie, consistente en destruir los postes de alta tensión, fueron descubiertos por la policía de Vichy. Hubo detenidos y uno de los amigos de José María fue asesinado por el jefe de la «Gendarmerie». José María pudo en esta ocasión escapar de la detención y de la más que probable muerte.

En el mes de diciembre de 1943, no tendría tanta suerte. Fue denunciado por uno de los «chivatos» delator de los alemanes, por robo de dinamita en las minas de Montgirod les Chapelles. Otros dos españoles más también implicados en el robo pudieron huir, pero José María fue detenido por los alemanes. Arrestado y detenido, fue trasladado a Chambery y poco después a Lyon, donde fue entregado a la Gestapo, que le interrogó y le encarceló.

De nuevo sería trasladado, una vez más. Esta vez al siniestro campo de concentración de Compiègne-Royallieu en Oise, donde permaneció hasta el día 17 de enero de 1944. Ese día José María sufriría el peor de todos los traslados realizados a lo largo de sus años de internamiento en campos de concentración.

El 17 de enero de 1944, José María fue trasladado en un convoy al campo de concentración de Buchenwald en Alemania. En el convoy viajaban 1.943 hombres, de los cuales 232 eran republicanos españoles, detenidos por hechos de sabotaje y colaboración con la resistencia. Llegaron a su destino tres días más tarde, hacinados en vagones de ganado, sin agua y sin comida.

En Buchenwald, «el campo de la muerte», José María fue marcado con el número de matricula 40.613 y como otros muchos españoles llevo el triangulo rojo de los «terroristas» y «apátridas». Pero gracias a su fuerza, a su valor, su convicción y su coraje no lograron doblegar el ánimo de José María, quien desde el primer momento de su llegada comenzó a colaborar con la resistencia interna del campo. Y lo estuvo haciendo hasta el día 11 de abril de 1945, fecha en la que los americanos liberaron el campo de Buchenwald. José María salió del campo de concentración, el día 25 de mayo de 1945. Tan solo pesaba 33 kilos. Estuvo deportado en el mismo un año, cuatro meses y ocho días. El 30 de mayo de ese mismo mes y año se reunirá en París con un viejo camarada, compatriota suyo, amigo del campo de Gurs, Fernan Ríus.

El gobierno francés le liberará de sus obligaciones con la Quinta Agrupación de Trabajadores Extranjeros en Savoie el 27 de agosto de 1945, quedando por fin libre. Tras casi una década de guerra, detenciones y deportación, el futuro se le presentaba como a la mayoría de los españoles exiliados. El destino que les aguardó fue, sin embargo, una dura realidad en la cual, si ya era complicado el logro de un trabajo, se hacía aun más difícil la asimilación del destierro. Habían sido forzosos protagonistas, teniendo que presenciar los momentos más amargos de sus vidas, con la pérdida de sus seres queridos, la desilusión de ver rotos sus ideales políticos y, en definitiva el tener, que renunciar a todo lo que habían construido con tanto esfuerzo, en una patria que los olvidaba injustamente.

Ahora comenzaba un largo deambular por un país desolado, donde el azar, quiso que de nuevo se cruzarán los caminos de José María Cabezas y su tío Rafael Romero Leiva. José María comprende inmediatamente que el exilio implicó para él y para muchos la oportunidad no sólo de salvar la vida, sino la posibilidad de rehacerla en libertad. A finales del año 1945, se trasladará a Lot-et-Garonne, donde localiza a Rafael Romero. Este se había casado y rehecho su vida con la extremeña Francisca Chamizo Casado. Junto a estos amigos pasará José María los próximos nueve años, organizando ambos en el exilio reuniones del Partido Socialista Obrero Español en esa misma localidad. El día 9 de marzo de 1957, contrae matrimonio con la también extremeña Juana Mejías Chamizo. De este matrimonio nacerán dos hijas, Teresa Cabezas Mejías en 1958 y Anna Marie en 1963. José María Cabezas Arana no volvería a pisar suelo español hasta el año 1958, veinte años después de cruzar la frontera francesa.

Volvió a Aguilar de la Frontera, con cuarenta años, veintitrés años después de tener que huir para salvar la vida. Su madre, Teresa Arana Romero, durante todos estos años jamás perdió la esperanza de volver a encontrarlo con vida. Deambuló por juzgados, registros civiles, cuarteles y sedes locales de Falange, intentando conseguir información del paradero de José María, al cual las autoridades franquistas daban por «desaparecido al estallar el Glorioso Movimiento Nacional». Todos lo dieron por desaparecido «oficial», ignorando su destino o paradero durante muchos años. Informes oficiales de la policía local y la guardia civil, así como el propio registro civil, lo certificaron. José María Cabezas Arana vivió siempre en Francia. Nunca más volvió a vivir en España, lo hizo siempre en el mismo lugar, Villeneuve-sur-Lot, hasta el día de su muerte el 1 de diciembre del año 2003.

Alguien dijo que «la vida normal es un equilibrio entre pasado y futuro», pero el exiliado, falto de uno de ellos, padece una mutilación irremediable, que refleja gráficamente su sentimiento al respecto en el verso de Rafael Alberti, que sigue de este modo: «pasado muerto, porvenir helado». Con lo que la única y obsesiva esperanza de poder recuperar la juventud perdida, los amigos y paisajes familiares con la lejanía y el tiempo, no hace sino depurarse y embellecerse, permaneciendo inalterable, congelada desde el momento en que se apartó de ellas.

Creo que la mejor manera de concluir este recorrido por la historia personal de José María Cabezas Arana es dejar que resuenen de nuevo palabras de su hija en memoria de todos aquellos que, como él, tuvieron un día que dejar todo lo que querían para salvar la vida:

El campo de concentración le marco para toda la vida, y le dejo huellas, esas que no ven. Nunca nos habló de sus sufrimientos o de lo que padeció en el pasado. Lo que le caracterizaba era su fuerza interior, sentía una gran pasión por la literatura de su país y cuando hablaba lo hacía con modestia, sin ufanidad ni orgullo. […] añoraba su tierra tanto… que cuando hizo la primera casa le puso el nombre de «la choza», nostalgia de esa infancia que jamás pudo compartir con las suyos.