José Barajas Galiano

Huelma
Jaén

José Barajas Galiano, nacido el día once de abril de 1916 en Huelma (Jaén). Esclavo del franquismo en los batallones disciplinarios de soldados trabajadores (BDST). Luchador en la defensa de la democracia y sargento del ejército Republicano.

Huérfano de madre, creció con los cuidados de su abuela materna que fallece cuando el cuenta con siete años. Su padre se casa con una señora que es la que lo acaba de criar. Crece sin hermanos y sin cariño de madre y su mayor aspiración es llegar a tener una gran familia, lo que él no tuvo.

Su familia era de clase media, económicamente bien situada. Contaban con ahorros que perdieron totalmente cuando instaurado el franquismo, se anuló la moneda republicana sumiendo en la miseria a mucha gente que disponía de un dinero fruto del trabajo de muchos años.

Afortunadamente su familia contaba con tierras que les ayudaron a salir adelante.

Estudia en la escuela privada del pueblo de Don Dionisio con el objetivo de hacer una carrera, pero su tío mayor, patriarca de la familia dispone que salga del colegio antes de hacer el bachiller porque considera que con la herencia que tiene no necesita estudios. José se lamenta de este hecho porque si su madre hubiese vivido, el habría estudiado, que era lo que ella quería.

Sus ideas políticas las hereda de su padre, hombre de izquierdas que en su juventud acompañaba a Pablo Iglesias a dar mítines por la provincia de Jaén.

Militante de las Juventudes Socialistas Unificadas de Huelma, estuvo preso por repartir pasquines del partido socialista en la lucha que se llevaba a cabo para conseguir la jornada laboral de ocho horas.

Se reunía junto con otros compañeros en “La casa del pueblo” donde hacían asambleas para pedir mejoras sociales y luego enviarlas al gobernador. Recuerda el nombre de algunos compañeros como Amable Donoso García, Virgilio Guzmán, (de la familia apodada “los Guzmanes”), Manuel Díaz Aguilar tío de su mujer, Anselmo Valle muerto en la guerra, etc.

Recuerda también la anécdota del simulacro de entierro que hizo toda la juventud del pueblo a Gil Robles, con un ataúd de verdad lleno de piedras al cual dieron sepultura con solemnidad.

Cuenta con diecisiete años cuando conoce a su actual esposa, Elena que tenía catorce, y comienza una bonita historia personal.

Se inicia el golpe de estado franquista e intenta entrar en lo que le llamaban “los niños de la noche”, pero finalmente se alista como voluntario para luchar en defensa del socialismo y del gobierno de la II República.

En un principio quería ingresar en las fuerzas aéreas pero al no disponer del bachiller, entra en transmisiones llegando al cargo de teniente, cargo que no llegó a reflejarse en documento debido al fin de la guerra, con lo cual consta como sargento.

Participa en batallas como la del pueblo de Seseña o la del Jarama entre otras. Explica como fueron víctimas de lo que años mas tarde se supo que eran armas químicas que Hitler le proporcionaba a Franco para experimentar con ellos.

Nos relata como fue la guerra y sus horrores, como se enfrentan al fascismo sin formación, con un ejército desarmado e inexperto, pero con una voluntad y unas ganas de luchar impresionantes. Se lamenta de las consecuencias de un golpe de estado que cambió un prometedor sistema de libertades, exento del control de la iglesia y con múltiples proyectos para el campo y el mundo obrero.

Cuenta que empezaron a organizarse gracias a la inestimable ayuda de los internacionales. Hasta entonces la situación era caótica. Todos querían luchar, pero desorganizados por completo, sin armas en condiciones ni disciplina a diferencia del ejército franquista que estaba integrado por mercenarios a sueldo venidos de Marruecos, ayudado Hitler y Mussolini con sus tropas y el moderno armamento del que disponían, una férrea disciplina y dispuestos a acatar cualquier orden que se les diese y con Portugal teóricamente neutral, pero entregando a los fascistas a todos los que interceptaban en sus fronteras intentando escapar, sospechosos de ser simpatizantes de la República.

Destaca el salvajismo con el que actuaban los mercenarios que tenían carta blanca de franco para violar, torturar y asesinar a la población.

Llegado el fin de la guerra, relata la profunda tristeza que siente en su puesto de transmisiones de la siguiente manera:

“Al acabar la guerra, al estar en transmisiones, escuché las conversaciones de los mandos. Era muy triste oírlos llorar y decir: ¿Qué va a ser de mí ahora? ¿Qué va a ser de mi familia? ¿A dónde voy ahora? ¡A mi pueblo no puedo volver y tengo a mis hijos y a mi familia! ¡Que va a ser de mis niños!, Esta gente no es buena y nos matarán. Así era, todos lamentándose. Lo malo era que yo, también pensaba lo mismo…

Yo tengo que decir con la mano en el corazón, que he llorado dos veces en mi vida. Una cuando murió mi padre, y otra cuando acabó la guerra. (José Barajas llora al recordarlo).

Cuando llegó la hora de cerrar para siempre la central de transmisiones dije: “Señores, corto y sálvese quién pueda, esto…se acabó”.

El personal salió por las trincheras y cada uno huyó por donde pudo, así de simple y así de triste, sin saber que sería de nosotros…”

Al finalizar la guerra regresa junto con otros compañeros, a su pueblo, y una sección de “niñatos de la falange” -palabras textuales de José- lo detiene, y lo tienen preso una semana en el hueco de una escalera.

Lo califican de “Desafecto”, y lo envían junto con otros siete al BDST ó batallón disciplinario de soldados trabajadores nº 6 de Igal” en Navarra. Esto por no explicar las torturas, encarcelamientos ilegales y condenas a muerte del resto de compañeros, sin ninguna acusación, ni juicio, ni pruebas, ni nada que justificase tales actuaciones.

Los BDST eran batallones de presos políticos que realizaban trabajos forzados. Estos esclavos, eran utilizados para construir las carreteras e infraestructuras a las que el gobierno fascista dio tanta publicidad, pero sin explicar en que condiciones se hacían.

La misión tanto de los BDST así como de los campos de concentración distribuidos por toda España, era principalmente sacar un provecho económico de los presos políticos, y sobre todo “reparar” los destrozos causados por los llamados “rojos”, pero la principal función era la de doblegar y aterrorizar tanto al prisionero como a sus familias y anular cualquier atisbo de pensamiento progresista.

En el caso de las mujeres fue doblemente dramático al añadirse la condición de ser mujer. Las madres, hermanas, hijas, esposas de republicanos, eran rapadas y sometidas a la “purga de ricino”, además del escarnio público y la tortura.

Aquellas que además resultaban encarceladas sin juicio ni cargos, solo por ser de izquierdas o familiares de republicanos o simpatizantes, se llevaron la peor parte. Hambre torturas violaciones, ejecuciones, adopciones irregulares de sus hijos, etc. Fernando Hernández Holgado hace un estupendo trabajo de investigación sobre el tema de las mujeres en su libro “mujeres encarceladas”, o la trilogía de Tomasa Cuevas “Cárcel de mujeres I y II y Mujeres de la resistencia y también la obra de Giuliana di Febo o la Pasionaria entre otros muchos trabajos memorialísticos.

En lo que atañe a los BDST, el libro “esclavos del Franquismo en el Pirineo” de Edurne Beaumont y Fernando Mendiola, nos proporciona una información de vital importancia sobre lo que eran estos Batallones y nos aporta los testimonios de algunos supervivientes.

Con este tipo de actuaciones, conseguían paralizar a la población, tanto a los presos como a sus familias.

“Nos mataban de hambre. Nos mataban de frío. Nos molían palos”.

“Nos pegaban mucho, por cualquier cosa. Nos daban unas patadas tremendas con aquellas botas, nos pegaban con palos, pero a muerte, un día un escolta que no era malo, nos dijo: tened cuidado con ese que, le ha pegado semejante patada en los testículos a uno de vosotros que lo ha matado”.

“El cura era una mala persona, solo se dedicaba a vigilar a la gente del pueblo que faltaba a la misa para multarles”.

“Hacía la misa y como no cabíamos, la oíamos fuera, y muchos caíamos desmayados del hambre y el muy desgraciado ni se asomaba a ver que era lo que pasaba, ni se preocupaba de nosotros, solo se preocupaba de que los del pueblo le alimentaran al cerdo, que era el único que comía bien.

“Estábamos en el Pirineo y hacía mucho frío. Los barracones no cerraban bien y el techo era de Uralita”.

“Las camas eran de dos pisos y el de arriba tocaba con el techo, y se helaba. A mí me tocó abajo y le daba toda la ropa que podía al de arriba porque sino se moría”.

“La puerta era muy pequeña, de medio metro más o menos. Cuando nos llamaban para formar, nos daban muy poco tiempo, y no podíamos salir todos a la vez. El cabo daba el alto cuando le parecía, y a los que no nos había dado tiempo de salir nos arrestaban en la nieve, unos descalzos y otros con trapos en los pies, porque ya se nos habían roto los zapatos que nos habían dado al entrar”.

“Los cabos y los sargentos hacían estraperlo con nuestra comida, y a nosotros no nos quedaba que comer.”

“El menú consistía en un caldo compuesto de agua con un ajo, en la que echaban unos cuantos garbanzos, como mucho siete. Los contábamos y si a alguno le tocaban más, los repartíamos. Así hasta el día siguiente.”

“Pasábamos por unos campos de remolachas para ir al trabajo, y el que podía coger una hojas, las repartía y las comíamos, si era la remolacha entera, mejor. Comíamos hierbas, las hojas de los espinos, lo que fuera, y el que no lo hacía se iba consumiendo poco a poco hasta morir.”

“Llegamos a distinguir cuales eran las hierbas comestibles de las que no lo eran y las que eran mas dulces y de buen sabor de las que eran amargas.”

“Si podíamos nos escapábamos a pedir pan a las casas, y a un compañero que lo pillaron, lo apalearon y le colgaron varios días una piedra de lo menos diez kilos a la espalda, cogida con alambres a los hombros. Hubo más casos como ese.”

“Para lavarnos, nos hacían romper el hielo en el río, y meternos en el agua. Muchos morían así”.

“Allí entraban chavales fuertes y robustos que al cabo de un año eran esqueletos, como en los campos nazis”.

“Había un amigo que le llamábamos el churrero que era grande y fuerte, y se fue consumiendo poco a poco, poco a poco hasta que se quedó sin vida. Sus hermanas sabiendo que se moría, vinieron a verlo y no les dejaron. Se marcharon llorando”.

De Igal, lo trasladan a Lesaka, donde las condiciones eran un poco mejores.

“Seguíamos con mucha hambre. Muchos morían y otros no resistían y se tiraban por el monte abajo. A mí un sargento ingeniero, me cogió para llevarle el material y me enseñó a trazar la carretera y las curvas, para no tener que venir él. Yo hacía su trabajo y así, el no venía.”

“En Lesaka, había un cura, que era un buen hombre. Medió para que pudiésemos salir los domingos al pueblo con la excusa de confesarnos allí. La mayoría no se confesaba, y él, callaba. Aquel hombre no quería a Franco.”

De Lesaka lo envían a Punta Paloma, a Tarifa, a hacer fortines y carreteras.

Tuvo amigos vascos que los habían mandado allí a “redimir penas”, que le contaron las torturas a las que habían sido sometidos.

Sobre todo recuerda con cariño a un tal Ramón Urraca, del que se hizo muy buen amigo:

“Urraca era tres años mayor que yo y era un jefe Republicano. Le faltaban todos los dientes y todas las muelas de las palizas que le habían dado. Lo torturaron mucho. Lo habían metido en un aljibe de agua que le llegaba hasta el labio inferior, de pié, así que si se cansaba y bajaba un poco se ahogaba. Pobre Urraca”

También estuvo en los batallones de Conil de la Frontera y en Facinas.

Franco desmantela los campos de concentración para dar una buena imagen ante los americanos, y envían a José al ejército, al segundo sector del campo de Gibraltar, dado que el teniente José Mª Picatoste Vega necesitaba a alguien que supiera de transmisiones para atender el teléfono.

“Este hombre se portó bien con nosotros. Comíamos con él y nos respetaba.”

“Me dio un permiso para conocer a mi hija, que nació durante mi estancia en los campos, y a la que conocí con dos años y medio.”

Cuando lo licencian, llega a su casa, y a su padre lo habían metido en la cárcel tres años por ideas “dudosas”.Lo soltaron porque a consecuencia de lo que le hicieron, quedó mal de la cabeza. Había que darle de comer como a un bebé.

Para poder mantener a su familia cambió unas tierras por una tienda, que tuvo que cerrar porque la gente le compraba fiado, y había tanta hambre que no le podían pagar.

“Pepe, dame un kilo de garbanzos que sino esta noche mis hijos no comen…Así me venía la gente con sus hijos muertecitos de hambre, y yo no podía negarme, no podía dormir pensando en esas criaturas que no tenían que llevarse a la boca”.

“Una noche llega la Damiana a pedirme tres albarcas para sus tres hijos pequeños. Yo le dije que no se las podía dar, que tenía ya todo embargado, y se fue .Yo me asomé y vi aquellas tres criaturas descalcitas en la nieve con los pies envueltos en trapos. La llamé y le di las albarcas.”

Así, al final cerró la tienda, y se dedicó a llevar aceite a Madrid, y con lo que le pagaban compraba en Jaén y lo cambiaba en Almería por fruta u otros artículos de primera necesidad.

Cuenta como incluso se puso el traje de militar de un amigo para poder transportar el aceite en el tren hacia Madrid en maletas, para no levantar sospechas. De esta manera conseguía comida y medicinas para sus hijos.

Arriesgó mucho, para que sus hijos no pasaran hambre.

José, se casó cuando ya tenía cuatro de los ocho hijos que tuvo. Lo hizo por imposición legal. Ellos querían vivir su amor libremente, sin necesidad de papeles.

Con su compañera Elena tuvo la gran familia que tanto había deseado.

Tuvieron una bonita historia de amor, que dura hasta el día de hoy. El tiene noventa y un años y ella ochenta y siete, Todavía conserva la foto de ella que llevó en el bolsillo durante toda la guerra y el tiempo que estuvo preso.

Han callado, tanto él como su mujer, Elena, durante toda su vida. Cuando José regresó de los batallones, había tanto miedo en sus vidas que decidieron echar tierra sobre el asunto y callar, olvidar y que sus hijos no supieran nada de lo que habían sufrido, puesto que Elena vivió el terror también en su familia.

A sus tíos los condenaron a muerte, a uno por ser el alcalde, a otro, por ser carabinero y al tercero por ser guardia de asalto.

Consiguieron que les conmutasen la pena de muerte por cárcel, y al que era el alcalde, lo metieron veinte años en la cárcel y cinco de destierro. No le dejaron siquiera ir al entierro de una de sus hijas. Su mujer acabó trastornada.

El padre de Elena murió de puro pánico, de ver lo que les hicieron a sus hermanos, y dejó a la madre de Elena viuda con siete hijos, uno de ellos discapacitado.

A una prima de Elena la torturaron terriblemente para que confesase dónde se escondía su compañero. No consiguieron que ella dijese nada, pero al final o encontraron y lo metieron en la cárcel. Este pobre salió trastornado por las vejaciones a las que fue sometido, más aún al saber lo que le hicieron a su mujer por protegerlo. No lo pudo superar y acabó colgándose dejando a su mujer viuda y con tres hijos.

Estas son algunas historias entre muchas otras, en Jaén o en cualquier otra parte de España, daba igual el sitio.

Hoy a sus noventa y un años ha perdido el miedo y quiere hablar. Quiere que se sepa todo lo que pasó.

“Hemos pasado mucho ¡mucho! Franco mandó a la peor gente que tenía a los batallones para matarnos, no querían otra cosa que matarnos”.

Sus vivencias sirven de testimonio para quién dude de si en el franquismo hubo campos de concentración y batallones de esclavos. Otros muchos no lo pueden contar.

Fuente: Memòria antifranquista del Baix Llobregat (http://www.memoria-antifranquista.com)