Francisco Haro Reyes

Los Corrales
Sevilla

Quizás la historia más trágica como consecuencia del golpe militar de 1936 que se ha conocido en Los Corrales (Sevilla), la vivió Francisco Haro Reyes (1919-1988).

Este pueblo, tradicionalmente pobre en agricultura y fuertemente castigado por el paro y la emigración, llevaba unido el que la mayoría de los hijos de jornaleros empezaran a trabajar a los 6 o 7 años guardando cabras y ovejas. Ese fue el caso de Francisco Haro. Tampoco conoció la escuela y con 13 o 14 años ya comenzó en las tareas mas duras (siega, aceituna, recolección de garbanzos, habas, arado con yuntas y demás faenas del campo).

Sus primeras inquietudes durante la Segunda Republica lo acercó hacia las Juventudes Socialistas con apenas 16 años. Ello le acarreó que el 24 de Junio de 1936, día de San Juan, mientras paseaba tranquilamente junto a varios amigos fuese víctima de un atentado, del que salió herido, a consecuencia de los disparos que dos falangistas descargaron a bocajarro sobre ellos.

Tras el golpe militar del 18 de Julio, al ser ocupada la localidad el 7 de Septiembre de 1936, huyó junto a su familia a un cortijo cercano, y de allí a Campillos (Málaga). Al caer también este municipio 4 días más tarde huyó de nuevo con su hermano Alonso al Frente del Chorro, cerca de Ardales (Malaga). Se mantuvo entre Alora y Torremolinos hasta la conquista de Málaga el 7 de Febrero de 1937. Tras vivir los terribles bombardeos de la carretera llegó a Almería en la que permaneció un mes. Continuó el trayecto hacia Ascó (Tarragona), donde cumplió los 18 años y se alistó al ejército republicano.

Lo enviaron a Úbeda (Jaén) con la 2ª Brigada de Caballería, desde donde pasó al Frente de Pozoblanco (Córdoba). En un enfrentamiento le hirieron en la cara. Una vez dado de alta, subió a Alcázar de San Juan (Ciudad Real), hasta que lo destinaron al Frente de Aragón.

Participó en las batallas de Belchite y en el frente del Ebro, siendo replegado tras la derrota, junto a cientos de miles de hombres, mujeres y hacia la frontera. El hambre y el frío fueron la causa de muerte de muchos de ellos, el resto fue mal recibido y maltratado, y buena parte internado en campos de refugiados. Francisco Haro fue a parar a los de Argelés y Barcarés.

Al ser ocupado el pais vecino por los nazis, se sumó a la resistencia francesa, ingresando en la Legión Extranjera. Lo destinaron a Sibí Labé en Argelia, donde según sus propios testimonios la calamidad y las enfermedades se cobraban cientos de muertos cada día. A los dos meses consiguió ser devuelto a Francia después de simular ataques de epilepsia, haciéndose cortes sangrantes en la lengua.

En noviembre de 1939, tras las noticias que llegaban de España en las que se anunciaba una “repatriación generosa para quien no tuviera las manos manchadas de sangre”, se entregó en Figueras. Allí fue detenido e inició un largo rodaje por distintas prisiones hasta llegar a la de Sevilla.

El Consejo de Guerra basó sus acusaciones en el atentado sufrido el Dia de San Juan, y paradójicamente, de ser victima en aquellos sucesos, las acusaciones de los mismos falangistas que le dispararon lo convirtieron en culpable.

En los textos del sumario se pueden leer argumentos absurdos y contradictorios:

1º) “Este sujeto fue testigo falso en contra de las personas de orden y en colisión con camisas viejas alegó haber resultado herido en ella cuando en realidad fue él quien se hizo el agujero en la chaqueta para querer hacer creer que era un impacto”. (…..)

2º) “dichos falangistas decidieron en la noche memorable de San Juan responder de forma gallarda y espíritu decidido, por lo cual entablaron nutrido tiroteo con un grupo, del cual formaba parte el individuo en cuestión, resultando herido”

Tras dos años de prisión, el caso fue sobreseído y puesto en libertad vigilada el 15 de noviembre de 1941 cuando ya tenía 22 años.

Llegó a Los Corrales y se fue a coger aceitunas con su familia a La Hazilla León, pero aún no habían transcurridos dos meses cuando fue llamado a cumplir el servicio militar en febrero de 1942.

Lo enviaron al batallón de trabajo de Unamuno en Madrid, uno de los peores batallones reservado a los que habían estado en el bando Republicano. Posteriormente lo trasladaron a Torreblanca, al canal de los presos en Sevilla, y de allí a Alcazar de San Juan (Ciudad Real), un destino al que nunca llegó., porque se tiró del tren, reiniciando una nueva y larga etapa cargada de sufrimiento.

En una entrevista grabada en Francia en 1981, recordaba algunos detalles de aquello: “Ya había recibido varios golpes y un día mientras formábamos para comer, un sargento gritaba: “¡La fila bien derecha!” Se acercó y fue a darme una bofetada, pero le puse el codo, y con la culata del fusil me pegó en el pecho. Me dolió tanto que no podía levantarme del suelo. Desde entonces me dije: “¡Este es el último tío que me pega a mí!” y un día que nos trasladaban en tren, mientras el centinela dormía, me tiré por un terraplén cerca de Alcázar de San Juan”

Se vino andando hasta Los Corrales y se refugió en una vivienda frente a su casa.

En el pueblo se celebraba entonces el Día de la Patrona, el primer domingo de Mayo. Aguantó allí una semana escondido, pero temeroso de que lo delataran decidió irse a un cerro cercano. Desde una pequeña cueva formada por los yesos divisaba el pueblo y todo el caño del regajo, esperando día y noche a que su madre le llevara un poco de pan y aceite. Esta, para no levantar sospechas daba un rodeo por los cerros.

Consciente de que no podía permanecer por mucho tiempo en aquel lugar decidió marcharse de nuevo a Francia. Lo recordaba con estas palabras:

“Entonces vino mi sufrimiento. Anduve kilómetros y kilómetros día y noche a lo largo de la vía del tren, comiendo hierbas, papas crudas y todo lo que encontré por el camino. (…) Dormía cuando caía reventado. No podía acercarme a nada ni a nadie temiendo que me denunciaran. (…) Las botas que me habían dado nuevas en el campo de trabajo se rompieron y tuve que seguir descalzo.(…) Las uñas de los pies las perdí todas hasta que llegué a Tarragona, donde conocía una familia desde la guerra y de allí continué hasta Seo de Urgel, en plena frontera francesa. A la salida del pueblo, mientras bebía en una fuente, me detuvieron dos guardias civiles. Me revolví contra ellos y uno quedó en el suelo. Corrí todo lo aprisa que pude y me tiré al río Segre. No sé si seria la rebeldía que llevaba dentro la que me hizo aguantar aquel agua que bajaba helada de Los Pirineos. (…) Entré en Francia, pero con la Guerra Mundial el asunto estaba malo para mi y busqué a los hombres que combatían en la sierra, pero no los encontré. (…) En Francia me indicaron trabajos de minas y estuve picando piedra con las manos llenas de vejigas. Volví a Andorra y estuve cazando conejos con lazos. Así pude pasar hasta que acabó la guerra”

Francisco Haro sobrevivió hasta 1946 en unas condiciones difíciles de imaginar, y a partir de ahí comenzó a estabilizar su vida trabajando en las viñas del sur de Francia. Conoció a su mujer, Maria, cuando ésta contaba sólo con 16 años de edad, quien permaneció a su lado hasta el día de su muerte.

La ideología de Francisco, desde que estuvo en el Frente de Aragón había evolucionado hacia postulados anarquistas y se afilió en el país vecino a esta organización en el exilio.

Con lo poco que aprendió a leer y escribir en la cárcel fue haciéndose de una gran cantidad de libros a los que añadía algunas notas de sus reflexiones. Su mayor ilusión era no depender de nadie, y en cuanto pudieron comprar algunas ovejas se marcharon a vivir a los montes.

Cuando Francisco Haro volvió por primera vez a Los Corrales en otoño de 1969, ya habían pasado 27 largos años. Los recuerdos le habían marcado para siempre. Sus emociones al reunirse con la familia se mezclaron con la amargura de ver erguidos aun por las calles a quienes causaron tanto sufrimiento.

En la misma grabación de 1982, cuando ya contaba con 62 años, dejó un mensaje para su madre y sus hermanos, reflejando un recuerdo de la huida y la frustración que nunca pudo superar: “Antes de iniciar mi camino fui al cortijo ” Bejarano” a despedir a mi padre. Me metí por el arroyo que había allí y fui a caer a la choza de los pastores. Allí estaba “Salvador Cocoja” ,y me dijo: ¡Chiquillo tu no tengas miedo!, tu padre tiene queso y tiene pan. Me trajo la mitad de un queso y casi un pan entero, y mi padre me trajo su manta y estuvo toda la santa noche sentado al lado de mi cabeza mientras yo dormía. Al día siguiente le dije: Padre, olvidarme y no pensar más en mí…, yo me perdí en la Guerra. Ya no teneis que echar más cuenta de mí. Solo he sido hijo de la desgracia y con ella tendré que continuar.”

La muerte le llegó en Agosto de 1988, pero días antes trasmitió el deseo de que sus cenizas regresaran a Los Corrales y fuesen esparcidas al aire libre. Así se hizo el día 20 de ese mes, eligiendo el mismo lugar que le sirvió de refugio.

Aquella mañana, un gran número de vecinos trepó por la ladera con banderas andaluzas y anarquistas. Junto a ellas quedaron las cenizas y un poco de pan y aceite. Finalmente, sobre el cerro se clavó una placa con sus iniciales: F.H.