Francisco Camacho Mascareña

Cádiz
Cádiz
Camacho Fernández, Francisco

Francisco Camacho Mascareña, «Paco el Zapatillas» para la gente que le quería, es mi padre y fue, básicamente, un hombre bueno. No sé cuándo nació. Desafortunadamente la triste historia de nuestro país no me permite tener memoria, al menos de las fechas que definieron su vida, porque sí conservo la memoria del dolor aún hoy a mis noventa años. Estuvo casado con Manuela Fernández Aragón y con ella  tuvo cuatro hijos, Candelaria, Lola, Juan y Paco (yo).

                Trabajó como camarero en el Café Richy de Cádiz y fue responsable político del sindicato UGT. Sé que fue masón porque hemos encontrado su nombre en un listado de la organización masónica de Cádiz, aunque desconocía por completo este dato.

                Fue encarcelado por primera vez el 7 de septiembre de 1939 en la Fábrica de Torpedos. Vivíamos en la calle Lubet, 20. Recuerdo que había allí siempre vigilando un vecino para avisar si alguien venía a por él, pero aquel día aquel buen hombre se despistó y entró en el patio un famoso falangista llamado Puncel. Apuntó a una vecina pidiendo silencio, subieron tres hombres a por él con pistolas en la mano y se lo llevaron. Mi hermano y yo salimos corriendo tras ellos gritando  y uno de ellos paró en seco y dijo apuntando con la pistola: «Si no calláis os mato».

                De Torpedos fue trasladado al Puerto de Santa María el 4 de noviembre del mismo año. Recuerdo que estuvo libre dos o tres días, pero de nuevo vinieron a  por él; esta vez la policía.

                Aquella ocasión fue la última vez que lo vi. Aquel policía dijo que tenía que acompañarle para solucionar un problema de documentación y así no tendrían que molestarlo más. Recuerdo que mi padre dijo: Cuidad de mis hijos. No volveré más.

                Sé que intentó ayudarle un afamado periodista gaditano. Le avisó de que en esta segunda ocasión la búsqueda era a muerte y le propuso escapar a Tánger en los barcos pesqueros de caballas, pero él no quiso dejar a sus hijos abandonados y no huyó. Tenía dos hermanas monjas, sor Teresa y sor Rosario, a las que se les pidió que intercedieran por él, pero lejos de hacerlo renegaron de su hermano.

                Sabemos que quien lo denunció fue un requeté metre del Hotel Atlántico, por una rencilla personal que no deja de ser una anécdota. Llegó al café de mi padre y pidió un plato con leche para darle de comer a un perro, mi padre le dijo que no podía hacer eso, pidiéndole que abandonara el Café. Aquel hombre le dijo que esto le iba a costar caro y efectivamente así fue. Días después vinieron a detenerlo.

                Recuerdo también que íbamos a verlo desde la calle cuando se asomaba  en la ventana a la antigua cárcel de Cádiz, actual Juzgado. Desde allí lo llevaron al castillo de Santa Catalina para confesarlo antes de ser asesinado. Fue fusilado, sin juicio, meses más tarde en el foso de Puerta de Tierra. Junto a él fueron fusilados ese mismo día cuatro maestros y dos maestras. Se le enterró en una fosa común. Él siempre decía: «A mí me quiere todo el mundo. El día que yo me muera el cementerio de Cádiz se quedará chico». Nadie fue al cementerio, ni siquiera su familia. El miedo nos paralizó a todos, mi vida se paralizó entonces. Yo tenía 12 años.

                Vino a los tres o cuatro días un artillero a traernos una carta que él había escrito antes de morir. Desde entonces, cada día de mi vida, esa carta  ha formado parte de mí y de cada uno de mis actos. Es mi tesoro, lo único y lo más preciado que mi padre pudo dejarnos. Recuerdo de memoria cada una de esas palabras y a lo largo de mi larga vida siempre he recordado que él me pidió que fuera un buen hombre.

                Años después tuve ocasión de matar al hombre que lo denunció, tengo que confesar que estuve a punto de hacerlo. Lo planeé, es duro decirlo así, pero a mi mente vinieron aquellas palabras que mi padre dejó escritas y en el último momento desistí. Sí luché como espía durante muchos años, pasando información a dos espías alemanes en contra del franquismo.

                Cuando nació mi primer hijo abandoné la lucha activa, aunque siempre he llevado la historia de mi padre conmigo allá donde he ido. Incluso en las épocas más duras de la dictadura siempre hablé de él con total libertad. Aún hoy en día pienso que él estuvo siempre conmigo, porque a pesar de esa claridad nunca nadie me represalió a mí.

                A continuación transcribo la carta en la que se recogen los últimos pensamientos de aquel hombre bueno, pensamientos que han sido mi guía y que me gustaría que fuesen testimonio de aquella sangrienta época de nuestra historia más reciente.

Querida esposa:

En estos últimos momentos, mis últimos recuerdos son para ti y los niños y para tus padres y para todas las buenas personas que se han portado bien con nosotros. Escribidles a mis hermanas Sor Teresa y sor Rosario y decidles que muero cristiano y acordándome de ellas.

Adiós para siempre y no abandones a los niños y procura que sean buenas personas y diles que yo siempre fui bueno para ellos.

Adiós Paco

                Lamento no poder recordar más datos, yo solo tenía doce años cuando murió mi padre. Mi historia y la de mis hermanos fue dura porque la mujer a la que se refería en la carta mi padre era mi madrastra y después de su muerte nos maltrató y privó de cualquier tipo de cariño.

                Gracias a todos los que con su conocimiento están recopilando datos de todos aquellos hombres buenos cuyo único delito fue luchar desde la ideología por la libertad.