Francisco Brescia Burgos

Alhaurín el Grande
Málaga

El Rubio Brescia, guerrillero hasta la muerte

Sin tener un cargo relevante, fue éste un personaje muy conocido dentro de la guerrilla malagueña, a la que, su carácter, juventud y condición humana, daban un toque romántico. Natural de Alhaurín el Grande, fue adepto a la República desde antes que estallase la fatídica guerra civil española, motivo por el que, al acabar ésta, tuvo que echarse a la sierra para hacerse guerrillero. Fue miembro de la partida de “Mandamás” desde que ésta se formase en 1941, actuando en la zona de Mijas-Alhaurín-Coín; pero el carácter de estos dos hombres nunca encajó y tuvieron varios enfrentamientos. El definitivo vino a raíz del atraco a un banco de Alhaurín de la Torre, entonces la partida se separó definitivamente y el grupo formado por El Rubio, Recluta, Tejón, Camisón y tres o cuatro más se dirigieron a Cuevas del Becerro y la Sierra de Teba, donde el Recluta tenía una novia que les dio protección en el Cortijo del Parador Chico. La actuación más conocida que tuvieron allí fue el secuestro de D. Salvador Sánchez Martín en el Parador Grande, del que obtuvieron cien mil pesetas después de haberlo soltado.

Pero en 1945 les localiza la Guardia Civil de Peñarrubia y se produce un enfrentamiento en el que muere El Breve. Este hecho provocó que a Llavero y Tejón les entrase el miedo y se presentasen, y como consecuencia de ello atraparon a Paco Latas.

Piensan entonces que es peligroso continuar por aquella zona, y deciden establecerse en el Valle de Abdalajís, lugar ya conocido por ellos y donde tenían algunas cuevas-refugio y confidentes. La partida quedó entonces formada por:

– Francisco Brescia Burgos, (a) El Rubio Brescia, de Alhaurín el Grande;
– Rafael Bermúdez Rosado, (a) El Recluta, de Cuevas del Becerro;
– Diego Sánchez Ortega, (a) El Tormenta, de Cuevas del Becerro;
– Ramón Rosado Gómez, (a) Ramoncillo ó El Moreno, de Cuevas del Becerro.

Dos de estos confidentes, El Zuhilo y Camisón, se encargaron de buscarles refugio cerca del pueblo, en el Cortijo El Granadino, casa de La Rosenda, donde pusieron un puesto de contacto y avituallamiento. En poco tiempo se hicieron conocidos de los vecinos de la zona, los que cuentan que a los cortijos sólo bajaban en caso de necesidad, y el puesto de mando lo tenían en una cueva de la sierra de difícil acceso.

Desde aquí se desplazaban a otros pueblos para sus actuaciones; como el atraco cometido a un vecino de La Joya (pedanía de Antequera cercana a Villanueva de la Concepción), del que obtuvieron 20.000 pesetas.

Pronto comenzaron los comentarios en el Valle de Abdalajís, acerca de dos mujeres que se relacionaban con fugitivos. Y tomaron fundamento al ennoviar El Rubio con la hija de La Rosenda. En el pueblo encontré testigos que afirmaban haber visto a la pareja en la feria de agosto de aquel año.

En la sierra del Valle se planificaban las actuaciones que habrían de cometerse en otros lugares y se apoyaba el paso de compañeros a otras comarcas. Las órdenes se recibían desde Málaga por mediación de enlaces que acudían al punto de encuentro fijado por El Rubio, y que solía ser un largo camino aún existente, fácil de controlar desde las alturas, para comprobar que el emisario no era seguido por nadie. Comprobado este punto salían al encuentro de dos a cuatro guerrilleros, entre los que se encontraba El Rubio, que gustaba de mantenerse en un segundo plano, sabedor de lo poco conocida que era su cara. Pero sobre todo era importante no cometer ningún acto delictivo en el Valle y sus contornos, para no llamar la atención, más bien pagaban al doble de su precio los favores que recibían, como los remiendos y lavado de ropa, comidas y encargos de compras; con lo que se ganaban la complicidad de los campesinos, bastante necesitados por aquellos tiempos.

Las autoridades, usando de sus propios métodos (contraguerrillas, confidentes, cruces de informes y tentadoras ofertas a otros guerrilleros o sospechosos de serlo), tuvieron conocimiento de las idas y venidas por la zona de estos hombres. Como parte de las investigaciones y para confirmar los informes obtenidos, el día 2 de diciembre de 1946, llegó al cortijo El Granadino una patrulla compuesta por los cuatro guardias civiles: Mariano Berlanga de la Peña, Félix Lujan Izquierdo, José Espárrago González y Anselmo.

Aquel día, después del almuerzo, dormían en la cámara alta de la vivienda El Rubio y El Recluta. Era habitual que parase la patrulla en este cortijo, al igual que en muchos otros, para descansar y tomar café con un rato de charla, pero ese día iban registrando todas las casas del cortijo. Al llegar a la de La Rosenda, dijeron que querían hacer una inspección en la casa, y seguidamente entraron en ella.

La dueña puso cierta oposición, pero al final tuvo que acceder a ir enseñando la casa; al llegar a cierta puerta, la oposición fue mayor, lo que provocó la sospecha de los guardias que intentaron entrar con máxima precaución. Los dos hombres que dormían en la planta alta, atentos como estaban a lo que abajo sucedía, cogieron sus armas, una pistola cada uno, y bajaron las escaleras buscando la salida.

Al abrir el primer guardia la puerta de acceso a la planta alta, aparecieron los dos hombres que bajaban la escalera a la carrera y disparando sus armas cortas, sin dar tiempo a los guardias a reaccionar con sus armas largas, con lo que cayó el primer guardia. Tras salir de la casa, en el patio cayeron un segundo y un tercer guardia, a continuación atravesaron la cuadra y salieron a la calle a toda prisa, buscando la protección de la sierra. El Recluta corría el primero, seguido de cerca por El Rubio; pero poco antes de llegar a la carretera, distante unos 20 metros de la casa, este último pensó que no había más guardias, y sería fácil apoderarse de las armas. Volvió a la casa con esta intención, pero cuando, ya en el patio, se disponía a recoger el fusil del último de los caídos, otro de éstos, aunque malherido, pudo dispararle; disparo que le atravesó el cuello, pero que aún le permitió correr unos pocos metros antes de caer. Sólo le dio tiempo de llegar a la puerta de salida, donde le faltaron las fuerzas y cayó sobre el alto escalón de piedra que la franqueaba, con una mano en el cuello, medio cuerpo dentro y medio fuera.

El cuarto guardia, que iba el último, al darse cuenta de la situación, con los primeros disparos se metió en un viejo horno que entonces existía fuera, en la esquina de la pared con la casa vecina. Cuando salió, emprendió la marcha a pie, para dar aviso al cuartel de lo ocurrido, pero el capataz de los camineros que le encontró en la carretera le hizo volver con los compañeros y esperar en el lugar. Fueron los leñadores que vieron lo ocurrido cuando bajaban de la sierra para volver al pueblo, los que dieron aviso al cuartel. Posteriormente dijo que él había sido el que disparó a El Rubio, y aunque en un primer momento se le homenajeó, investigaciones posteriores demostraron que no pudo haber sido así, puesto que su cargador estaba completo y faltaba una bala en el de su compañero muerto.

En cuanto a El Recluta, llegado a un cerrillo cercano desde el que se ve perfectamente el cortijo, efectuó dos disparos al aire de llamada, esperó unos segundos, y al no recibir respuesta corrió a poner en aviso al resto de compañeros que esperaban en algún refugio de la sierra, y que esa misma noche cruzaron por Bobadilla en dirección a Córdoba.

Rápidamente se llenaron la sierra y los campos de guardias civiles y soldados marroquíes venidos en camiones desde Málaga, que efectuaron innumerables registros, detenciones e interrogatorios. Entonces había en Málaga un tabor de cuatro compañías de Melilla repartidos en la provincia. En el Valle había un retén de unos treinta de estos soldados, mandados por un teniente español.

En el Granadino se llevaron a interrogar a todos los vecinos, menos a los críos y las mujeres que tenían hijos lactantes. La casa de La Rosenda se cerró de inmediato, con todo el mobiliario y el cereal almacenado dentro; con el paso del tiempo las gentes la abrieron y comenzaron a llevarse las cosas que había en el interior.

Todos los vecinos de las casas cercanas sufrieron largos y severos interrogatorios, y como ejemplo de la dureza de éstos, sirva el caso de Juan (a) Zuhilo, vecino jornalero que trabajaba por los cortijos de la zona, detenido a consecuencia de un comentario imprudente por parte de un familiar suyo. Durante días fue trasladado desde la cárcel a una casa en las afueras de la población para ser interrogado. Una mañana mientras era escoltado por dos guardias civiles para una nueva “sesión”, ante el temor de lo que le esperaba, decidió lanzarse por entre unas zarzas junto al camino, incluso con las manos atadas, seguramente con la esperanza de que las plantas protegiesen su huida, pero quedó atrapado dentro, y los guardias, ante la imposibilidad de sacarlo, decidieron lanzar los perros dentro para hacerle salir, pero los animales le dieron muerte.

Ante la dispersión de la partida, Francisco Gordillo Alba (a) Camisón, decidió marcharse al exilio; para ello enterró en lugar seguro su armamento y acudió el 5 de diciembre a despedirse de su familia, pero aquel mismo día fue detenido y asesinado mientras era trasladado a la cárcel.

Fue éste un duro golpe a la Guardia Civil que no podía permitir que el hecho se convirtiese en propaganda para la guerrilla, por lo que se preparó un cortejo fúnebre con todo tipo honores al que asistieron además de todas las autoridades civiles y militares de la ciudad, y las del Valle de Abdalajís con su alcalde al frente. Dice la prensa de entonces, de forma tal vez exagerada, que acudieron doscientos vecinos del pueblo.

El Guardia Mariano Berlanga, que fue sargento de carabineros en el Madrid republicano y había pedido el cambio de destino temiendo por su vida con las represalias nacionalistas, fue enterrado junto con Félix Lujan, que era de Córdoba, en el Cementerio de San Miguel de Málaga. José Espárrago fue enterrado en Antequera.

Desde el vecino pueblo de Alhaurín el Grande, a unos cincuenta kilómetros del Valle, hicieron venir andando a la madre y dos hermanas del Rubio, para que lo identificasen; pudiendo ver las mujeres los cadáveres de los guardias, que todavía permanecían en el lugar cuando ellas llegaron. Además, durante el duelo que se celebró en su pueblo natal, en el domicilio familiar de la calle Nueva, se colocó a una prudente distancia una pareja de guardias civiles que debían vigilar y controlar quienes entraban.

Al fallecido Rubio Brescia se le trasladó hasta el Valle casi a rastras y se le enterró fuera del cementerio, junto al muro exterior a la derecha de la antigua entrada. Tan mal se le enterró que al poco tiempo los perros empezaron a sacar sus restos de la tierra. Y empezó a oler mal. Tuvo que ser un viajero que pasaba por allí, quien protestase al Ayuntamiento por tan inhumano acto; éste, como solución, decidió levantar una pared que impidiera el acceso a estos pocos metros cuadrados. Con posterioridad, este habitáculo albergaría a otros fugitivos y personas que por fallecer en actos de incesto y otras inmoralidades, no “merecían” ser enterrados dentro.

El siguiente 12 de Diciembre de ese mismo año de 1946, fueron detenidos en Alhaurín el Grande doce enlaces de la guerrilla, entre ellos María Leotte Pérez, apodada La Leotte, supuesta novia de El Rubio en este pueblo. Con este último golpe se dio por aniquilada la banda, aunque no dejaron de salir noticias relacionadas con este personaje y su partida.

Lo normal es que las autoridades adjudicasen a los guerrilleros más delitos de los que en realidad cometían, y eso es lo que ocurrió a esta partida en numerosas ocasiones. Como en Abril de este mismo año de 1946, que se cometió un secuestro en Cártama al niño Juan Berrocal Castro de 16 años, en el cortijo Alcántara de la Dehesa Alta, del cual obtuvieron 16.000 pesetas, de las 25.000 que inicialmente pedían. Después de esto, y sin abandonar Cártama, secuestraron a un muchacho de 14 años, y del que obtuvieron 5.000 pesetas. Tal acusación me fue desmentida por el segundo niño secuestrado, quien resultó ser Don Francisco Baquero Luque, vecino de Cártama, el cual me aseguró que quienes le secuestraron a él fueron: El Corbata, El Sargento y dos Cazallero; y que resultaría liberado a tan bajo precio gracias a la intervención del entonces conocidísimo artista, don José González Marín.

En numerosas ocasiones la hermana de Francisco Brescia pudo desmentir hechos que se le imputaban, demostrando que aquella noche había dormido en Alhaurín amparado por ella, pero claro, sólo ante íntimos y familiares.

El 4 de Marzo de 1947, apareció en los Montes de Málaga el cadáver de un hombre fallecido meses antes (seguramente ejecutado por la famosa “ley de fugas”), que se dedujo era Rafael Jiménez López, el cual era natural de La Viñuela y huyó a la sierra en el año 45 temiendo ser detenido, uniéndose a la partida de El Rubio.

Algún tiempo después se vuelve a tener noticias de esta partida, concretamente en marzo de 1949, en que se frustró un intento de atraco por parte de cuatro individuos en el cortijo Los Álamos (kilómetro 19,5 de la carretera Antequera – Valle de Abdalajís). Y de resultas de las continuas pesquisas de la Guardia Civil, se suicidó el trabajador de este cortijo Manuel Corbacho Brau; el cual, averiguaciones posteriores descubrieron que era un antiguo enlace con las partidas del Rubio Brescia y Paco Latas. Pero la versión popular es bien distinta; se cuenta que este muchacho fue asesinado por un guardia civil que después simuló el suicidio por ahorcamiento, con la única intención de poder cortejar libremente a su novia, que vivía en la cercana pedanía de Lagunillas y hasta entonces le había rechazado.

Después de estos hechos, El Recluta siguió trabajando solo, hasta que fue capturado en Algeciras en 1948, cuando, procedente de Tánger, intentaba introducir una barca con armas para rehacer el grupo. Ese mismo año fue juzgado por varias causas, entre ellas, los hechos aquí relatados. Pero la versión que se dio en el juicio es distinta de la que yo he recogido de los mayores que vivieron aquello. Se dijo en el juicio que en la casa estaban El Recluta y El Rubio Brescia acompañados de El Tormenta y El Moreno. Que la patrulla de la Guardia Civil llegó al cortijo de forma rutinaria y desde la puerta gritaron “¿Hay novedad?” a la casera, que estaba en la cocina con su hija; a lo que ésta contestó que podían entrar. Los bandoleros esperaban en el rellano de la escalera y mataron a los tres primeros guardias. El Rubio empezó a recoger las armas, cuando el cuarto guardia, que había quedado atrás haciendo una necesidad, al oír los disparos se acercó con precaución y lo sorprendió registrando a los caídos; desde la puerta disparó y lo mató, cayendo encima de los guardias. Visto esto, los otros tres que seguían en el rellano de la escalera, saltaron por un hueco de ésta y escaparon por una ventana. Al juicio asistieron, entre otras personas, La Rosenda y su hija y, como resultado de éste, condenaron a muerte a El Recluta y a la casera.

Al recoger información entre los testigos de aquellos hechos se nos planteó la sombra de una traición; que tomó fuerza cuando contrastamos los informes emitidos por el teniente coronel al mando de la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga, don Rafael Rojo Martín, sobre las actuaciones y situación de las distintas partidas de esta provincia. Sobre ésta concretamente, nos dice que se presentó a las autoridades un miembro de la misma el 19 de noviembre de 1946, y a partir de esta fecha comienzan a ser localizados los demás.

Pero no sería éste el único caso, y sin ir más lejos, otro de los que había sido miembro de esta partida, Paco Latas, que oficialmente había muerto en 1948 al intentar escapar de la Guardia Civil en Campanillas, muy cerca de la ciudad de Málaga; en realidad fue asesinado en una cueva de la sierra del Valle de Abdalajís, a manos de uno de sus compañeros, que por este hecho se ganó un puesto en la administración pública.

A día de hoy, aquel guerrillero de profundos ideales republicanos y que aborrecía los actos sangrientos, continúa enterrado en el pequeño recinto de hace 64 años, y que se encuentra tan arrasado que nadie diría que alberga varias tumbas.