Federico Soria Machuca

Carcabuey
Córdoba
Osuna Luque, Rafael

La familia Soria de Villaviciosa[1]

La mayoría de los apellidos Soria de Córdoba tienen su origen en Villaviciosa, un municipio del Norte de la provincia, que ocupa un lugar privilegiado en el interior de Sierra Morena. Tiene una extensa superficie que está drenada por los afluentes del río Guadiato y que está ocupada principalmente por pinos, alcornoques y encinas; si bien, queda algún espacio libre para el olivar y las viñas. Aquí llegó a mediados del siglo XIX,  el capitán José María Soria Sánchez, un militar del cuerpo de Infantería, que se había incorporado a la recién creada Guardia Civil. Su población era entonces de 2.500 habitantes, aunque un siglo más tarde, esa cifra se había multiplicado por tres.

El militar procedía de la provincia de Jaén, concretamente de Villacarrillo, y le resultó fácil su integración social, sobre todo, después de sus dos matrimonios. Primero se casó con Encarnación Sánchez Pulido, natural de Villaviciosa, y una vez fallecida ésta, con María Rosa Torres Cabrera, natural de Pozoblanco. De cada matrimonio tuvo un hijo: el primero fue médico y el segundo secretario de los ayuntamientos de La Carlota y Villaviciosa.

José Soria Infante, nieto del responsable de la saga familiar, e hijo de Federico Soria Sánchez y de Cándida Infantes Carretero, nació en Fuente Palmera y vivió en Villaviciosa, lugar en el que estuvo dedicado a la gestión de las propiedades agrarias y a los negocios locales. Sin embargo, no olvidó el espíritu emprendedor de la familia y fue responsable de la puesta en funcionamiento de una oficina del Banco Español de Crédito en la localidad. Obtuvo beneficios económicos con las viñas y el vino porque el desastre que la filoxera había causado en las zonas vitivinícolas de la campiña cordobesa favoreció la agricultura de este pueblo. En los municipios septentrionales los efectos de la epidemia fueron tardíos y él supo obtener rentabilidad de aquella coyuntura. Con todo ello, lo cierto es que adquirió cierta relevancia social y política, razón por la que llegó a ser alcalde de la villa hacia el año 1910. Sin embargo, siempre fue consciente de la importancia del estudio y quiso que los hijos varones que tuvo con su esposa Visitación Machuca Arribas fueran a la universidad. A las hijas no les concedió esa oportunidad porque, a principios del siglo XX, a muy pocas personas se les ocurría pensar que esa formación tenía la misma utilidad que en el caso de los hijos.

Un discípulo de Santiago Ramón y Cajal

La familia Soria-Machuca gozaba de acomodo y bienestar en su domicilio de la calle Pósito y allí nació su hijo Federico el día 12 de julio de 1898. Fue el mayor de los diez hijos que tuvieron y desde pequeño mostró cualidades para el estudio. Era inteligente y destacó pronto en la escuela del pueblo, razón por la que su padre lo envió a la ciudad de Córdoba para que cursara la Enseñanza Media. Fue alumno interno del Colegio de la Asunción y parece que tuvo una temprana y clara vocación profesional.

En el año 1913, con sólo 15 años de edad, inició los estudios de medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de Cádiz, muy posiblemente aconsejado por la familia, pues en ella ya había un médico. Esta universidad era una de las tres, junto con Madrid y Barcelona, más prestigiosas de España, pues en ellas es donde se formaban los médicos llamados de «primera clase». Sin embargo, se había producido una novedad importante en esta facultad y por ello sólo estuvo aquí un año académico. En el célebre Hospital de la Marina, el Ejército ya no permitía que los estudiantes de medicina realizaran sus prácticas y aquel obstáculo perjudicaba la formación de quien deseaba convertirse en un buen médico. Por ello, se fue a Madrid.

Entre las pocas anécdotas que la familia ha conservado del joven estudiante hay varias relacionadas con su carácter jocoso y guasón. En ellas se nos muestra como un joven alegre muy dado a las bromas y que soportó bastantes de ellas. Sin embargo, en la que sigue no le tocó a él ser la víctima. Se cuenta que cuando se fue de Cádiz invitó a sus amigos a una fiesta y antes de que la celebración finalizara, se marchó para que los que allí quedaron se vieran obligados a pagar los gastos del evento.

Llegó a Madrid en el año 1914 y se integró bien y pronto en la promoción de la Universidad de San Carlos, entre otras cosas, porque había varios estudiantes de medicina a los que conocía, pues eran originarios de poblaciones cordobesas cercanas a la suya. Pertenecía a la promoción 1913-1920 y entre sus profesores estuvo el decano Dr. Recasens Girol, profesor de Ginecología y Tocólogo de la Casa Real, el doctor Jiménez, profesor de Operaciones, y el doctor Fernández Chacón, profesor de Obstetricia. No obstante, el de mayor prestigio fue Santiago Ramón y Cajal, catedrático de Histología y Anatomía Patológica. Federico Soria estaba orgulloso de haber sido discípulo del eminente profesor, laureado investigador y gran conocedor de la realidad social española. Sobre él ejerció un gran influjo y fue una de las personas a las que admiró siempre, por ello, en su domicilio tenía colgado un azulejo grabado con su figura.

Los años que vivió como estudiante en Madrid fueron de enorme tensión social y política. La división entre germanófilos y aliadófilos durante la Primera Guerra Mundial, la huelga general de 1917, el creciente protagonismo de los socialistas de Pablo Iglesias, las consecuencias de la Guerra de Marruecos y la creación del Partido Comunista fueron algunos de los hechos que protagonizaron el devenir de aquellos años. Nada sabemos sobre sus amistades ni sobre sus ideas, sólo que se le recuerda como un joven bien vestido y con sombrero de copa, como era la moda de aquella época. En su pueblo nadie vestía de esa forma y por ello causaba sorpresa su presencia. Cuando iba a las fiestas, «don Federico» -pues así era como todos le llamaban- causaba admiración: era guapo, elegante y apuesto, y tenía un gran futuro como médico. También era cariñoso con su familia y cuando venía de Madrid nunca olvidaba traer algo para sus hermanas. A ellas les encantaban estos detalles, sobre todo, las blusas y las camisas porque eran muy diferentes a las que se veían aquí.

A los 22 años había finalizado sus estudios de medicina y era un joven con muy buena preparación, pues había estudiado en Madrid y había realizado prácticas en el Hospital de San Carlos. Sin embargo, se quedó varios años más allí para ampliar su formación y realizó un total de once cursos de especialización. De este período lo más significativo fue su estancia en el Instituto de Terapéutica Operatoria del doctor Rubio Galí. Su fundador, el doctor Federico Rubio fue uno de los andaluces más relevantes de la segunda mitad del siglo XIX: cirujano, pensador social, parlamentario republicano entre los años 1869-1871, creador de la Escuela Libre de Sevilla y pionero e impulsor de la medicina española. La defensa de los ideales democráticos a finales del siglo XIX y el apoyo a las clases populares le hicieron ser conocido como «el médico de los pobres» y resulta muy significativa la presencia de Federico Soria en este centro durante los años 1922-1924. Aprendió las mejores técnicas operatorias que en ese momento se conocían en España y se convirtió en un buen cirujano. Su estancia aquí representaba un gran prestigio para él y prueba de ello es que en las notas que utilizaba para escribir puso un membrete con el siguiente encabezamiento: «Federico Soria, del Instituto Rubio. Carcabuey».

Gozaba de una merecida reputación y muchas personas le consultaban sobre sus males y le pedían opinión. En Villaviciosa conocían su valía antes de que fuera destinado como médico a Carcabuey, pues ya había realizado varias intervenciones que le colmaron de reconocimiento. La primera fue a una niña de unos diez años de edad, a la que un mulo le proporcionó una coz en la cabeza y a la que tuvo que realizar una arriesgada trepanación, gracias a la cual salvó la vida. La segunda fue una operación de hernia a un paisano que estaba aquejado de graves dolencias. Quizás, por todo ello, muchos paisanos comenzaron a denominarle: «el gran cirujano Soria».

Médico titular en Carcabuey

La llegada del doctor Federico Soria a Carcabuey como médico titular fue fruto de la casualidad y el sistema de adjudicación de vacantes fue el responsable de ello. Todo parece indicar que se sintió cómodo en un pueblo que rondaba los 5.000 habitantes y que tenía bastantes similitudes con el suyo. Muy parecido era su paisaje, también  accidentado y montañoso, aunque con menos encinas y más olivos.

El día 30 de diciembre de 1924 salió de su pueblo para tomar posesión de la plaza de médico titular de Carcabuey y la primera impresión que recibió fue que era «un pueblo simpático», según afirmó en el telegrama que envió el día 1 de enero de 1925. Al principio se instaló en el hostal que había en las Cuatro Esquinas (Fonda La Perla), un lugar confortable que gozaba de buena cocina y luz eléctrica en todas las habitaciones. A los pocos meses ya se había hecho acreedor del afecto y reconocimiento de muchas personas. Por ello, en el mes de marzo, cuando se fue a Madrid a realizar un curso de especialización, afirmó en una carta: «Me quieren mucho y temen que, al marcharme a Madrid, no vuelva».

En las numerosas cartas que escribe a su prometida María Luisa Casas Navarro se muestra como una persona sencilla y muy enamorada. Su principal preocupación era celebrar la boda cuanto antes e iniciar su nueva etapa en Carcabuey, un pueblo en el que se sentía bien y en el que pronto percibió que «había mucha política». En la carta que escribió a primeros de septiembre de 1926 se refirió a la fecha de boda: «El día 11, pasadas las fiestas de Villaviciosa, estaría en Madrid para celebrar la boda el domingo 19, por la mañana temprano, con el fin de tomar el (tren) rápido de las 9 hacia Córdoba». Por tanto, todo indica que primero se casó en la iglesia de Los Jerónimos de Madrid y que después fue a Villaviciosa para que su familia conociera a su esposa: una joven enfermera del Hospital de San Carlos, que tenía seis años menos que él y que sobresalía por su belleza y por su buen carácter.

El nuevo matrimonio llegó a Carcabuey y ocupó la vivienda que él había comprado con anterioridad. Estaba contento con la adquisición porque era una casa nueva, bien situada y bastante amplia que respondía a sus gustos y necesidades. Tenía dos plantas, sótano y un patio grande y espacioso al que se accedía por una puerta trasera. Dedicó una de las habitaciones de la entrada a consulta médica,  en el sótano puso el pequeño taller para hacer las encuadernaciones de los libros, pues era un gran lector y poseía una amplia biblioteca. En el patio tenía espacio suficiente para las jaulas de las perdices, pues le gustaba mucho la caza y, sobre todo, la que se hacía con perdiz de reclamo. Se esmeraba tanto en su cuidado que hasta los niños lo sabían y por ello cogían cigarrones en el campo y se los llevaban a su casa para que se los diese de comer a las perdices. A cambio, él siempre les daba una pequeña propina (algunas veces, hasta varias «perras gordas»), con lo que tenía garantizado el abastecimiento, pues en aquellos años no sobraban las «perrillas» y menos aún las «perras gordas».

Entre los años 1927 y 1933 nacen en Carcabuey sus dos hijos y sus tres hijas, y en todos los partos intervino para que nacieran sin problemas: Federico (julio de 1927), José Luis (noviembre de 1928), Mª Antonia (mayo de 1930), Vera (agosto de 1931) y Larisa (octubre de 1933).

Generalmente, después de cada nacimiento alguna de sus hermanas de Villaviciosa se venía a Carcabuey para ayudar a la familia. Todas tenían una gran belleza y en algún caso hasta el Diario Córdoba dio testimonio de ello. En el mes de julio de 1927 se publicó en ese diario una crónica de la villa (vid Alcalá Ortiz, 2006, p. 155) en la que se indicaba que: «Se encuentra en ésta la bella señorita María Soria que ha venido a pasar una temporada en la casa de su hermano don Federico, notable médico que ejerce con acierto su profesión en este pueblo». Varios de sus amigos empezaron a salir con ellas y acabaron formado parte de la familia, pues su hermana María se casó con Ventura Benítez y su hermana Antonia, con Juan Sancho. El primero pertenecía a una familia influyente del pueblo muy vinculada al olivar y al aceite; el segundo era natural de Cabra y médico de profesión.

También era aficionado a la apicultura. Le gustaban las abejas, tenía colmenas en el Cerro Moro y todos los instrumentos necesarios para realizar las labores de castrado y filtrado de la miel. Allí tenía su pariente Ventura Benítez una propiedad y en ella construyó él unas dependencias para tener gallinas y conejos. Fue la primera granja moderna del pueblo con gallinas de raza autóctona. En los alrededores plantó algunas viñas que le trajo expresamente un agricultor de Villaviciosa.

Le gustaba ir casi a diario al Cerro, no sólo para ver a los animales sino para  contemplar el magnífico paisaje que desde allí se divisaba. Algunos de sus mejores amigos iban para verle y también muchos jóvenes, sobre todo, cuando veían cometas en el cielo. Nadie antes había visto una cometa y muchos se acercaban para admirar la facilidad con la que él conseguía realizar las múltiples piruetas.

Era muy aficionado a los toros hasta el punto de que en el año 1924 mató un novillo en Villaviciosa. Especialmente era admirador de Marcial Lalanda, un torero que tomó la alternativa en Sevilla en el año 1921 y que fue apadrinado por Juan Belmonte. Entre los años 1923 y 1924 este torero estuvo en los primeros puestos del escalafón y en la temporada del año 1927 obtuvo sus principales triunfos.

Federico no perdió nunca su carácter divertido y bromista. Una noche de verbena estaba bailando en la puerta del Bar Rinconcillo y llegó la Guardia Urbana a recordarles a todos que debían ir terminando la fiesta por ser la hora un poco avanzada. Entonces fue a su casa, se puso un traje de militar –había sido teniente de Milicias Universitarias- y dijo que teniendo él una graduación mayor que quienes les habían ordenado la finalización de la fiesta, les autorizaba a seguir bailando hasta que se cansaran.

Una persona altruista, generosa y buena

En Carcabuey ejerció su profesión de forma altruista y generosa. No sólo era un profesional solvente, también una persona de gran humanidad que atendía a la gente sin importarle si podían pagar o no sus honorarios. Esto último sucedía con frecuencia porque eran años de escasez y miseria en los que muchas familias carecían de lo esencial para vivir.

Sus buenas acciones le hicieron ser querido y considerado por todos como una persona bondadosa que ayudaba a la gente necesitada. Las autoridades lo nombraron para formar parte de la Junta de Beneficencia Local y desde ella hacía cuanto podía para proporcionar socorro y auxilio: leche a los recién nacidos de madres sin recursos, ayudas para pagar los medicamentos de la farmacia e incluso el pago del taxi, si el enfermo precisaba el traslado hasta el hospital de Córdoba.

En su domicilio tenía una habitación en la que recibía a los enfermos y hacía las operaciones de cirugía. Allí tenía el instrumental necesario: camilla, espejo para mejorar la visión, autoclave para esterilizar el instrumental y numerosos botes con productos químicos, entre los que no faltaba alcohol, cloroformo y éter. No eran pequeñas intervenciones sino operaciones importantes -hernias, apendicitis, pleuresía  y vesículas- que sólo un buen cirujano se hubiera atrevido a realizar. Los enfermos que podían las pagaban pero otros muchos no lo hacían. Desde el principio él lo reconoce en una de las cartas que escribe cuando dice: «Aunque la clientela ha aumentado, no me paga casi nadie». Él comprendía que atender a quien estaba enfermo era siempre lo primero. Por ello, su nombre se acompañó pronto de una aureola de reconocimiento y cariño entre las personas más humildes.

Era una persona sensible y se conmovía cuando entraba a las casas de los enfermos y veía tantas carencias y necesidades. Por ello, era frecuente que metiera su mano en el bolsillo y dejara unas monedas con las que la familia pudiera comprar pan o leche para el enfermo. Era tan desprendido y generoso que en alguna ocasión su propia esposa hubo de recordarle que tenía hijos y familia a la que mantener. Sin embargo, él siempre respondía: «A nosotros no nos falta el pan y todos tenemos zapatos».

Siempre se recordará el caso de la niña afectada de tuberculosis que cuidó en su propio domicilio. Visitó a una niña y al ver la grave enfermedad que padecía, la escasez de medios y la incultura de sus padres se la llevó a su casa. Allí fue atendida día y noche por él y su esposa sin que le importara el riesgo de contagio que había para su familia. Y, gracias a ello, consiguió lo que inicialmente sólo parecía posible si se admitían los milagros.

Su compromiso con la clase obrera

Los años veinte y treinta fueron difíciles para la clase obrera, en general, y para los jornaleros de Carcabuey, en particular. La falta de trabajo fue habitual en el pueblo, los precios subieron y el hambre y la miseria eran realidades conocidas en muchas casas. Las diferencias sociales se hicieron mayores y el enfrentamiento entre los grandes propietarios y los obreros cada vez fue más frecuentes; sobre todo, cuando las ideas sindicales se extendieron entre la masa de descontentos.

Los obreros buscaron el amparo de asociaciones como El Porvenir o la Unión General de Trabajadores, la primera con 700 afiliados y la segunda, con 400. A partir de ese momento, las huelgas se hicieron frecuentes y, al igual que en otros lugares de la provincia, hubo momentos en los que parecía cercana y próxima la ansiada revolución. Pero ni el trienio bolchevique ni las huelgas del período republicano modificaron la situación porque el problema tenía causas muy profundas y de difícil solución.

Existía una propiedad mal distribuida en la que predominaban los pequeños propietarios con explotaciones tan minúsculas que todos acababan convertidos en jornaleros. Según el informe del Instituto de Reformas Sociales, en el municipio había un total de 5.800 predios, pero 5.000 eran explotaciones con una dimensión inferior a la hectárea.

La falta de empleo fue siempre el principal problema y aunque las autoridades locales intentaron paliarlo con el arreglo de las calles y los caminos rurales, nunca se encontró la solución al problema. Las obras públicas precisaban de enormes presupuestos y como en otros lugares sucedía lo mismo, las autoridades provinciales carecían de los medios necesarios para atender todas las solicitudes que desde el municipio se hacían.

Pero lo cierto es que, en este contexto, los obreros eran la parte más débil y los que soportaban condiciones de vida más lamentables. Por ello, el maestro Castilla Moreno, que conocía bien la realidad del pueblo, decía que los obreros eran: «Cuerpos extenuados por la fatiga desmedida, mal vestidos y peor alimentados».

El malestar social cada vez era mayor y unos acusaban a otros de sus desgracias. Los grandes propietarios culpaban a los obreros de tener malos instintos, de ser ignorantes y de ser indignos de todo derecho. Los obreros reprochaban a sus adversarios el feroz egoísmo, el instinto de rapiña y la falta de caridad. Por todo ello, los ricos y los pobres estuvieron más enfrentados que nunca. Los contrates entre los que poseían tierras y dinero, y los que malvivían sorteando el hambre y la miseria fueron más grandes y el odio entre ellos se incrementó en la misma proporción.

Federico Soria no fue un espectador pasivo de toda esta penosa realidad, sino una persona que tuvo claro quiénes eran los que necesitaban de la solidaridad y la justicia social. Por ello actuó siempre a favor de los obreros y participó activamente en las plataformas sociales destinadas a buscar soluciones a los problemas locales. También fue miembro del Jurado Mixto, una comisión integrada por representantes de los empresarios y de los obreros que hizo mucho bien porque mejoró las condiciones de vida de los trabajadores al conseguir elevar el nivel de los salarios.

Pero su compromiso con la clase obrera fue mayor y ello le llevó hasta el Partido Comunista de España, que se había fundado en Madrid, en abril de 1921, a causa de una escisión del PSOE motivada por la negativa de éste a formar parte de la III Internacional que había sido convocada por Lenin. Era un partido de claro contenido proletario e inspirado en métodos y principios leninistas de organización.

Federico Soria, un médico instruido y marxista, no pudo ser sólo simpatizante de la causa obrera, pues, era lógico que su compromiso acabara siendo mayor y que liderara al grupo de personas comunistas de Carcabuey. Por su preparación y prestigio fue uno de los líderes de la clase obrera local y el dirigente principal de quienes profesaban la ideología comunista. A través de dos personas con las que estaba íntimamente unido sus directrices llegaban a los obreros locales. El primero era Pedro Jurado Luque, amigo íntimo y colaborador suyo, protagonista también de la agitación política que hubo en este período. Y el segundo fue Santiago Povedano Navas que, con apenas 18 años y gracias a su apoyo, se convirtió en el líder de las Juventudes Comunistas de Carcabuey.

No sabemos si antes de venir a Carcabuey, Federico Soria simpatizaba con las ideas socialistas o marxistas. Es posible que en Madrid hubiera conocido a personas próximas, pues en la Residencia de Estudiantes había un núcleo de personas muy comprometidas y en muchos círculos de la cultura y la ciencia había simpatizantes de esas ideas. Sólo tenemos constancia de que frecuentó el Ateneo Científico Literario de Madrid, pues alguna carta la escribió con el membrete de esta institución donde figuraban como socios, entre otros: Azaña, Besteiro, Marañón, Menéndez Pidal y Ortega y Gasset.

No obstante, consideramos que, inicialmente, debió sentirse distante de una ideología con planteamientos tan radicales, pues su extracción social, educación y formas de vestir y de vivir nos hacen dudar de ello. No olvidemos que cuando iba a su pueblo, bien trajeado y con sombrero de copa, sus paisanos se sorprendían y lo veían con cierta distancia: «Vamos a ir a ver a don Federico», decían. Para los lugareños que apenas habían salido del pueblo, era un personaje que ya formaba parte de otro mundo, el de aquellos tocados por la suerte y agraciados por el dinero, la educación y a la cultura. También inicialmente en Carcabuey sus amistades pertenecían a los sectores más conservadores y, de hecho, algunos de los padrinos de sus hijos destacaron posteriormente por su compromiso con los sectores sociales antagónicos a la clase obrera.

En todo caso, consideramos que fue su llegada a Carcabuey y el conocimiento de su realidad social lo que le empujó definitivamente al marxismo, una ideología que, desde entonces, defendió con tesón y ahínco. Aquí se comprometió con los débiles y les ayudó a luchar para mejorar sus condiciones de vida sin importarle la opinión de quienes nunca aceptaron que un médico de su posición defendiera el ideal socialista. En Carcabuey defendió la existencia de una sociedad más justa en la que todas las personas fueran iguales y luchó por cambiar la realidad. Fuera de este municipio también defendió las mismas ideas, pues fue requerido en varias ocasiones para intervenir en actos políticos públicos y, al menos, en el Gran Teatro de Córdoba sabemos que apoyó la causa de la clase obrera.

Varios testimonios prueban sus convicciones ideológicas. En el año 1931, el Presidente del Circulo de la Unión Patriótica le felicitó por la victoria de la izquierda en la provincia de Córdoba y le reconoció como un «socialista nativo», expresión con la que lo definía como un socialista de los de siempre y diferente de los que se habían convertido aprovechando el rebufo de aquella victoria. En el año 1933, el diario El Sur, se refirió a él no sólo como un «hombre de amplia cultura y médico inteligentísimo», sino como «un rebelde de convicción marxista, al que quieren los obreros y odian los poderosos».

También sabemos que, al menos, en dos ocasiones fue denunciado. La primera sucedió en el año 1933 y fue la propia policía cordobesa la que se desplazó hasta su domicilio para realizar un registro. Le requisaron documentos y libros que él reconoció como «libros marxistas», aunque publicados legalmente y con todos los registros legales; pues, según dijo (Vid Alcalá Ortiz, 2006, p. 546), eran: «Similares a los que había en la Librería Luque de Córdoba». La segunda denuncia fue en el año 1935 y la hizo el Circulo Niceto Alcalá-Zamora de Carcabuey por haber defendido a los obreros y haberse enfrentado en sus dependencias a los propietarios y autoridades que allí se encontraban.

El inicio de la guerra y el comienzo de su tragedia

El pronunciamiento militar de Franco fue el inicio de una guerra civil en la que los instintos animales y los odios ancestrales se manifestaron con evidente prontitud. Los partidarios de la República legalmente constituida se reunieron en el pueblo para ver lo que iban a hacer y Federico Soria fue uno de los que defendió el acatamiento a la ley y su oposición al derramamiento de sangre. Sin embargo, entre los que apoyaron el golpe militar hubo quienes no pensaron lo mismo y rápidamente elaboraron un listado con las personas a las que consideraron se les debía aplicar el «Bando de guerra». Entre ellas estaba Federico Soria Machuca y, por ello, fue detenido y llevado a la cárcel de Priego. Lo acompañaron quienes se habían significado en los años anteriores por la defensa de los trabajadores y quienes habían ocupado puestos relevantes en las asociaciones obreras.

Durante las tres semanas que estuvo en la cárcel de Priego, algunos de sus familiares y amigos de Carcabuey intervinieron para intentar lograr su libertad y facilitarle la huida hasta la zona republicana. Sin embargo, él se negó. Estaba convencido de que sería puesto en libertad y no quería tener un trato diferente a quienes eran compañeros y amigos. Pero no fue así porque el jueves 13 de agosto de 1936 fue obligado a subir a un camión que no acabó su destino en Montilla, como habían dicho, sino en un rellano que había junto a la carretera que desde Cabra iba hasta Monturque. Allí lo fusilaron junto a un grupo de más de veinte personas, entre las que casi una decena eran de Carcabuey. En el conocido como Llano o Estacada de los Muertos, en una fosa común anónima, quedó su cuerpo junto al de los hermanos Garrido Luque, Luque Jiménez, Luque Sánchez y Santiago Povedano. Aún permanecen sus cuerpos en el lugar en el que tan vilmente fueron asesinados e, inexplicablemente, todavía no constan sus muertes en el Registro Civil, pues sólo fue inscrita legalmente la de Federico Soria.

Pero la tragedia de la familia Soria no finalizó con la muerte de Federico, pues en Villaviciosa, varios días más tarde murieron de igual forma varios miembros de la familia. En este caso los culpables fueron las Milicias Republicanas. Los días 25 y 29 de agosto fueron fusilados su hermano José Soria Machuca y su padre José Soria Infante. Una tragedia infame que se cebó de forma reiterada sobre la familia Soria y un ejemplo de la maldad de las guerras que nos demuestra que la barbarie y la injusticia no fueron  privativas de ninguno de los bandos. Pues de la misma forma que los nacionales actuaron con Federico Soria, lo hicieron los republicanos con su hermano y su padre.

Federico García Lorca y Pablo Neruda

Cuando la Guardia Civil fue a registrar la casa de Federico Soria en el mes de julio de 1936 se llevó dos escopetas de caza y documentos particulares entre los que estaba la correspondencia con Federico García Lorca, el poeta granadino que nació el mismo año que el afamado médico y murió cinco días más tarde. No sabemos si se conocieron en Madrid, pues García Lorca estuvo en la Residencia de Estudiantes entre los años 1918 y 1928, o si su amistad se debió a que compartían las mismas ideas políticas. Esta correspondencia nos demuestra que Federico Soria Machuca era un personaje muy conocido y con un gran prestigio intelectual, algo que se corrobora con la mención que Pablo Neruda hace a Carcabuey y con la publicación de la noticia de su muerte por el periódico ABC de Madrid.

Cuando el poeta Pablo Neruda tuvo conocimiento de la muerte de García Lorca se sintió muy afectado y decidió poner su poesía al servicio de la causa republicana. Por ello, en el año 1937 publicó en Santiago de Chile la primera edición de «España en el corazón», un libro de poemas comprometidos en los que daba testimonio, de forma violenta y explosiva, de lo que había visto y sentido en España durante los momentos iniciales de la guerra. Entre los poemas de este libro está el titulado «Cómo era España», donde menciona a Carcabuey junto a una retahíla de pueblos pequeños. Consideramos que esta mención de Pablo Neruda a Carcabuey está motivada por el hecho de que había tenido noticias de la muerte de Federico Soria, un médico acreditado entre las personas intelectuales y de izquierdas.

Federico Soria debía tener buenas e importantes amistades políticas en Madrid relacionadas con el Partido Comunista y ésta es la razón de la sorprendente aparición de la noticia de su muerte en el periódico ABC del año 1937. El 9 de abril de ese año se publicó una fotografía de Federico Soria y un texto que decía así: «Otra víctima de los facciosos: Federico Soria, médico civil. Fue fusilado por su simpatía hacia los humildes de la provincia de Córdoba a quienes favorecía en el ejercicio de su profesión».

El pueblo de Carcabuey honra su memoria

Desde el mismo momento de su muerte, Federico Soria pasó a formar parte de las personas más queridas de este pueblo. Los débiles y los más necesitados nunca olvidaron que tuvieron en él a un aliado y que su muerte había sido causada por el compromiso que mantuvo con ellos. Desde entonces, nadie ha escatimado elogios a su figura y por ello su recuerdo aún perdura rodeado por una aureola de afecto y cariño.

Su hijo José Luis, su yerno Manuel y otros miembros de la familia vinieron a Carcabuey a medidos de los años cuarenta y recuerdan con emoción la impresión que les causó aquella visita. La gente salía a la calle a saludarlos y a agradecerles los favores que les había hecho don Federico, algunas mujeres decían llevar luto en su nombre y por todas partes corroboraban su bondad. Era el ejemplo de que aquella muerte había sido  verdaderamente sentida en la población y, por ello, no fue una sorpresa para nadie que a finales del año 1980 se dedicara en Carcabuey una calle para honrar su memoria.  

La Corporación Municipal que presidió el alcalde Salomón Ruiz fue quien tomó el acuerdo de instruir el oportuno expediente para cambiar el nombre de la hasta entonces conocida como calle Hospital por calle Doctor Federico Soria, precisamente la calle en la que vivió él y su familia. Y se hizo: «Como recuerdo y agradecimiento de todo el pueblo de Carcabuey a la gran labor humanitaria desarrollada por el mismo en esta localidad». 

Los carcabulenses siempre han unido su nombre al de una persona buena y bondadosa que mereció mejor suerte que la que tuvo. Por ello, hubiera sido injusto que también la Historia silenciara su recuerdo, la razón última de este homenaje a su memoria.

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[1] Agradezco al hijo del Dr. Soria Machuca, José Luis Soria Casas, y a su nieto, Federico Soria de la Torre,  toda la colaboración que me han prestado, pues sin ella me hubiera resultado imposible la redacción de este texto.