Concepción Palma Pedrero

Minas de Riotinto
Huelva

Historia de una rapada en las filas de la Falange

Durante la Guerra Civil Española, las mujeres esposas o familiares de huidos o contrarios al régimen de Franco fueron rapadas, violadas, torturadas, obligadas a beber aceite de ricino y otras aberraciones. Pero no solamente estas mujeres fueron víctimas de brutales castigos sino también otras mujeres que, buscando protegerse de los mismos, ingresaron en las filas de la Falange, se tuvieron que hacer falangistas sin serlo porque solamente usaban uniforme de la Falange y/o trabajaban en el Auxilio Social, pero sus ideas eran otras y los verdaderos falangistas lo sabían. Algunas de esas mujeres fueron mi madre y otras de su pueblo. En el caso de mi madre, no fue violada sexualmente pero sí violaron sus derechos como persona: fue pelada a rape, obligada a tomar aceite de ricino y encerrada en calabozos. Durante mi vida con ella, le escuché muchas veces contar sus anécdotas y algunos hechos de la Guerra Civil Española. Esta es su historia, la historia de su familia y sus anécdotas, tal me lo contaba ella.

1. José Palma Cruz y Pilar Pedrero Gallardo

José Palma Cruz (portugués) y Pilar Pedrero Gallardo (española, nacida en Valverde del Camino) eran un matrimonio, vivían en las Minas de Riotinto y fallecieron a causa del hambre durante la Guerra Civil Española. José trabajaba en las minas como tornero y era conocido como “El Maestro Palma”. Pilar se dedicaba al cuidado de su casa y sus hijos. Tuvieron una hija a quien llamaron Concepción pero falleció siendo casi un bebé. Luego tuvieron cuatro hijos más: María (Mariquita), Hortensia, José (Joselito) y Concepción (Conchita), esta última era mi madre y llevaba el nombre de su hermana mayor fallecida años atrás.

Concepción Palma Pedrero o Conchita Palma, como se la conocía en Riotinto, inscripto su nacimiento en el Registro Civil el 14 de Mayo de 1915 (aunque ella decía que había nacido el 8 de Mayo pero la inscribieron una semana después), vino al mundo “cuando ya nadie me esperaba” en alusión a la edad de sus padres (José tenía 45 años y Pilar, 43 años) y a la diferencia de edad con sus hermanos mayores. Se podría decir que durante su infancia, más que tres hermanos mayores, mi madre tuvo dos madres y un padre más que la mimaban, vigilaban y reprendían cuando correspondía por sus travesuras y rebeldías. En una época en que a los padres se los trataba de “Usted”, mi madre se daba el gusto de tutearlos, respetuosamente por supuesto, pero nunca pudieron modificarle esa costumbre, como me diría mi tía Hortensia años después: “La joía Concha, no había forma de que se dirigiera a mamá y a papá por Usted como hacíamos los demás”.

La primera hija viva del matrimonio, mi tía Mariquita, no gozaba de buena salud, algo muy común entre la gente que vivía en la Mina. Se casó con un hombre llamado Elías Tornero y tuvieron un niño a quien llamaron Elías Tornero Palma. Siendo muy joven y agravada su salud por la falta de medicamentos a causa de la Guerra Civil, falleció de tuberculosis, dejando a su esposo viudo con un niño (Elías) de 3 o 4 años de edad aproximadamente. Mi primo Elías vivió en Riotinto, se casó con una bella joven llamada Dolores, tuvieron hijos y falleció hace ya muchos años.

La segunda hija fue la que corrió con mejor suerte. Mi tía Hortensia era novia de José Miguel Pérez Carrero, un joven vecino de Campofrío quien viajó a la Ciudad de Buenos Aires, Rca. Argentina, en busca de un mejor porvenir. Luego de 10 años de noviazgo epistolar, mi tía Hortensia se casó por poder el 13 de Octubre de 1933 y se embarcó en el vapor “Santo Tomé” el 21 de Octubre del mismo año, junto con su suegra, rumbo a la Ciudad de Buenos Aires para reunirse con su esposo. Esto la salvó de vivir en carne propia las atrocidades de la Guerra Civil. Tuvo una hija a quien llamó Nélida (Nelly) y un niño a quien llamó Héctor que murió a la temprana edad de 5 meses. Mi prima Nelly se casó y vive en Estados Unidos de Norteamérica desde 1960. Mi tía Hortensia falleció en Estados Unidos el 25 de Marzo de 1997 a la edad de 93 años víctima de un accidente cerebro vascular.

El tercer hijo, mi tío Joselito, también trabajaba con su padre en la Mina, era soltero y tenía una novia cuyo nombre no recuerdo. Falleció en Camas el 19 de Julio de 1936 y contaba aproximadamente entre 28 y 30 años de edad.

La cuarta hija, Conchita (mi madre), vivió todos los horrores de la Guerra, vio morir a su hermana y a sus padres, sufrió la muerte de su hermano y salvó su vida por pertenecer a la Falange. Años después de terminada la Guerra Civil, emigró a la República Argentina, donde se reunió con su hermana Hortensia. Conoció a Angel Comendeiro Coldeira, un gallego que había emigrado en Noviembre de 1922, y se casaron el 20 de Setiembre de 1951. Dos años después de casada nací yo, su única hija. Me llamo María del Pilar (Mary Pili o Pili para los amigos y mi familia) y vivo en la Ciudad de Buenos Aires.

2. La muerte de Joselito

Conchita sentía especial adoración por su hermano Joselito, el único hermano varón, a quien respetaba tanto como a su padre. Y hete aquí que, teniendo ella apenas 21 años de edad, la muerte de su hermano fue el primer golpe que le dio la Guerra Civil.

Según el relato de mi madre “El día que estalló la Guerra, Joselito salió con otros del pueblo a detener a Franco y lo mataron camino a Sevilla. Supimos de su muerte porque días después nos llegó una nota de los cuarteles de Franco donde agradecían la donación hecha a la causa en alusión a un anillo-sello de oro que llevaba mi hermano. Por más que pedimos que nos entregaran el cuerpo, nunca lo hicieron ni nos dijeron donde estaba enterrado. Mi madre se volvió loca y tuvimos que mantenerla encerrada casi un año porque era un peligro, insultaba y atacaba a cuanto uniformado veía”.

Está claro que los españoles que vivieron la Guerra Civil vivían con miedo y temían a la censura que el franquismo había impuesto, ya que a mi tía Hortensia recibió una carta de su familia donde le decían que su hermano había muerto de apendicitis. La verdad de la historia mi tía la supo cuando mi madre llegó a Buenos Aires muchos años después. El relato de mi madre sobre la muerte de su hermano era siempre el mismo, con lo cual tanto ella, como sus padres y hermanas murieron sin saber cómo había muerto mi tío y donde habían enterrado su cuerpo. No sabré jamás si esos eran los únicos hechos que mi madre conocía sobre la muerte de su hermano o si, en caso de saber algo más, el temor y la situación vivida habían bloqueado su mente.

Mi prima Nelly y yo conocimos la verdad sobre la muerte de nuestro tío Joselito 74 años después de sucedida, exactamente en los primeros días de Agosto de 2010 cuando, por razones fortuitas que no vienen al caso, navegando por Internet, di con el libro “La Justicia de Queipo” de Francisco Espinosa Maestre, donde relataba los hechos de La Pañoleta del 19 de Julio de 1936. La columna de camiones y autos blindados que iban a Sevilla a detener a las tropas de Franco, fue emboscada por el Comandante de la Guardia Civil Gregorio Haro Lumbreras. Al leer sobre el levantamiento de ocho cadáveres de los cuales sólo cuatro pudieron ser identificados, vi con sorpresa que uno de ellos era mi tío: José Palma Pedrero. Luego de tomar contacto con el escritor del libro y otros historiadores y con la organización Todos Los Nombres, sabemos que el cuerpo de mi tío junto con otros ocho cuerpos más, fue sepultado en el entonces Cementerio de Camas en una fosa común y tenemos certeza de la actual ubicación de la misma.

3. La decisión de mi abuelo José Palma Cruz

No sólo le habían matado un hijo a José Palma Cruz, también se habían enterado que las tropas de Franco cometían sus desmanes en los pueblos donde entraban, matando y violando y que, parte de las tropas de Franco estaban integradas por moros provenientes de Africa, los cuales estaban haciéndose tristemente famosos por la forma atroz en que violaban a las mujeres; como consecuencia de ello, mi abuelo tomó una decisión: Le ordenó a mi madre que se hiciera falangista para protegerse ella y proteger a su familia.

A la negativa de mi madre a cumplir esa orden, mi abuelo le respondió: “Me han matado un hijo, Marquita está enferma, Hortensia vive en la Argentina y tú eres lo único que nos queda. No necesito que te maten a ti”.

El tema era como conseguir pasar por falangista quien no lo era y que como bien dice el refrán “Pueblo chico, infierno grande”, todos se conocían y todos sabían lo que pensaba el vecino. Esto también llevó a que se cometieran muchas venganzas entre viejos amigos y entre miembros de familia por viejas rencillas, al punto tal de efectuar denuncias que terminaban con la muerte o el castigo del denunciado.

También hubo casos entre familias y grandes amigos que habrían ayudado a los mineros en los preparativos para ir a detener a Franco y que, cuando se enteraron de la Emboscada de La Pañoleta o cuando los mineros fueron detenidos, quienes habían participado con su ayuda, miraron hacia otro lado e ignoraron totalmente a la familia o la amistad que los había unido durante años. Mi madre decía que “todas las guerras son terribles pero una guerra civil es la peor pues se matan unos a otros, entre vecinos, entre familiares”.

La suerte se puso de parte de mi familia pues Doña Teresa, quien fuera maestra de escuela de mi madre, era falangista y a pesar de tener ideas políticas diferentes a las de mi familia, tenía mucho cariño por mi madre y gran respeto por mis abuelos. Doña Teresa consiguió que aceptaran a mi madre en las filas del ejército de Franco, que vistiera el uniforme de la Falange y que trabajara en el Auxilio Social.

Pertenecer a la Falange sin ser falangista también tenía su precio y era mantener una línea de conducta y obediencia a rajatabla, so pena de pasar por los mismos castigos que pasaban todos aquellos que se oponían al régimen de Franco. Pero el carácter rebelde de mi madre, sumado la tristeza y furia que sentía por la muerte de su hermano y las consecuencias que ello trajo en la familia, la hicieron cometer errores o expresar palabras en voz alta que le valieron muchos castigos. Así como mi madre era “una falangista que no era falangista”, también lo eran algunas pocas mujeres que habían podido conseguir ese “beneficio” a través de algún amigo o conocido falangista que tuvo piedad por ellas.

4. Anécdotas y castigos para las “falangistas que no eran falangistas”

A continuación paso a relatar algunas de las anécdotas y los castigos que les eran infringidos a mujeres que pertenecían a la Falange pero cuyas ideas eran contrarias a Franco, según los relatos de mi madre, quien nunca perdió su sentido del humor ni esa chispa andaluza que conservó hasta el último día de su vida y que creo, es lo que más la ayudó a sobrevivir a los horrores de la Guerra Civil.

a. Había que volver con las armas descargadas

Mi madre contaba que a veces las llevaban “a una batida contra los que se escondían en el campo”. La primera vez que regresó de una de estas “batidas” le revisaron el arma que llevaba y descubren que no había disparado un solo tiro. Castigo: tomar aceite de ricino y pasar unos días en el calabozo. A partir de esta experiencia, cuando las llevaban a una nueva “batida”, disparaban al aire o a los árboles para que las armas quedaran descargadas.

b. El retrato de Franco

En otra oportunidad, mi madre contaba que estaban en una sala escuchando una arenga que les daba el jefe del pelotón, quien a su vez había sido amigo de mi tío Joselito en la infancia y varias veces había pretendido a mi madre, pero ella no le daba ni la hora porque no le gustaba el hombre y encima era falangista. En medio de la arenga, se cae un retrato de Franco que adornaba la pared y mi madre exclamó en voz alta:”¡Hijo de puta!¡Ni los clavos te quieren!”. El jefe del pelotón hizo traer de inmediato una copa llena de aceite de ricino y le ordenó a mi madre que se la bebiera. Mi madre le contestó “Bébetela tú” Y el jefe que se bebiera ella el ricino y mi madre que no se lo bebe, entonces ella tomó la copa y se la tiró al jefe a la cabeza. Castigo: La pelaron a rape y le dieron quince días de calabozo. Lo tétrico en este caso fue que en el calabozo había otra mujer castigada muy enferma que murió a los pocos días de estar mi madre encerrada con ella. Le dejaron el cadáver en el calabozo “haciéndole compañía” durante una semana más”.

Además de la suciedad de los calabozos y de que les dejaran un cadáver durante varios días, lo terrible también era la comida que consistía en agua y pan duro o carne en estado de descomposición, por lo que esperaban que llegara la noche para, con la oscuridad, sacudir el trozo de carne y que los insectos cayeran al piso y así poder comer algo de carne que las mantuviera con fuerza y vivas.

c. El casamiento gitano

Por otra situación de rebeldía, mi madre y otra joven habían sido peladas a rape de tal modo que no les habían dejado un mísero pelo en la cabeza y se enteran que una noche había un casamiento gitano. No se lo iban a perder, pero cómo iban a ir con la cabeza que parecía una bola de marfil? No tenían una peluca ni tampoco un pañuelo para cubrirse, pero sí tenían un lápiz delineador de cejas. Entonces mutuamente se pintaron las cabezas, simulando rulos y así se fueron a pasar un rato de alegría con los gitanos.

d. La limpieza de los retretes

Otro castigo muy común era limpiar los retretes con lo cual los soldados, que eran verdaderos falangistas, defecaban fuera de los retretes o letrinas para que la tarea de las castigadas fuera más repugnante. Un día, ya hartas de semejante inmundicia, escribieron en el espejo con lápiz labial “Cagar tranquilos, cargar contentos, pero… hijos de puta, caguen adentro

e. La limpieza de los retretes – La venganza de Conchita

Con el asunto de los malos tratos con los retretes, mi prima Nelly recuerda como a mi madre se le ocurrió vengarse: “Los hombres iban a orinar a una tablón largo de metal colocado sobre lo que era una salida de agua que se llevaba la suciedad al río. Conchita pidió ayuda a un amigo que era electricista y escondieron un cable eléctrico debajo del tablón de metal y lo conectaron no sé cómo. Entonces cuando iban a orinar los tipos, les daba una descarga ya sabes donde, hasta que descubrieron el motivo. Furiosos se imaginaron (con razón) que había sido obra de la Conchita Palma. quien, por supuesto, protestó airadamente. Creo que terminó asumiendo la culpa para no comprometer al electricista”.

f. El hambre – Robar un trozo de pan a un niño

Esta anécdota es la que más dolor le daba a mi madre recordarla, pero la contaba para explicar hasta qué punto puede llegar a actuar irracionalmente una persona que tiene hambre: “Volvía del Auxilio Social harta de cocinar comida que no tenía permitido comer y en eso veo un niño de unos cinco años sentado en la puerta de una casa, comiendo un trozo de pan. Sin pensarlo le quité el pan al niño para comérmelo. Caminé unos metros, le di un bocado al pan y pensé en mi sobrino Elías que tendría la misma edad de ese niño. Me volví y le devolví el pan al niño que me miraba asombrado”.

g. El hambre – Comerse un tomate hirviendo

Recordando el drama del hambre, mi madre contaba: “Estaba en el Auxilio Social cocinando gambas con tomates y ya hacía varios días que no probaba bocado. Muerta de hambre, le digo a otra mujer que me haga de campana, porque yo ya no daba más y me iba a comer algo de lo que estaba cocinando. Meto el cucharón en la olla y saco un tomate hirviendo y en ese momento, la campana silba para avisarme que venía la jefa de cocina, entonces me metí en la boca el tomate hirviendo. ¡Qué dolor, chiquilla! Luego me pasé varios días sacándome los pellejos de la boca”.

h. El hambre – Carrera de piojos

La miseria y la Guerra trajeron consigo también los piojos. Mi madre decía que no los tenía en la cabeza porque siempre estaba pelada. “En cuanto me crecía un poco el pelo, hacía algo que no les gustaba y ya… me pelaban a rape otra vez. Pero sí tenía piojos en el cuerpo”. Muchas veces cuando un grupo de personas tenía un “premio” para ganarse, ya fuera un trozo de pan o algo de comida o una fruta para sí o para llevar a su casa, a fin de “repartirlo justamente”, trazaban una línea en el piso, se sacaban un piojo y hacían “una carrera de piojos”. El que se había sacado el piojo que primero llegaba a la línea, se llevaba el “premio”.

i. El hambre – Gato por conejo

Un día, una amiga de mi madre le dice que había conseguido unos conejos para cocinarlos y hacerse un festín entre los vecinos. Mi madre le dijo que no había conejos para cazar. La amiga le contesta que es cierto, lo que habían cazado eran gatos sin dueño que merodeaban por las calles pero iba a decir que eran conejos que habían cazado en el campo y se los habían regalado ya que la carne del gato tenía el mismo sabor que la del conejo y era una forma de poder tener un plato de comida.

Prepararon un rico guiso y todo el mundo comió muy contento. Al terminar el festín, todos preguntaban donde podrían conseguir más conejos, entonces mi madre y su amiga salieron con una bandeja donde habían puesto las cabezas de los gatos, diciendo. “Miauuuuu … miauuuu” Y concluía el relato diciendo: “Así que imagínate, las ratas andaban por donde querían porque no había gatos para cazarlas, porque nos los comíamos nosotros”.

j. El hambre – Humor andaluz en tiempos de guerra

Mi prima Nelly recuerda la siguiente anécdota que mi madre contaba: “Un día apareció una olla dada vuelta en un cruce de calles del pueblo. No sé si en la Mina o en el Alto de la Mesa. La gente se preguntaba qué hacía allí esa olla, pero nadie se animaba a acercarse por miedo que fuera una bomba, puesto que en algunos casos habían pasado cosas así, por ejemplo con lapiceras fuentes que más de uno se quedó sin mano al ir a levantarlas. Finalmente llegaron los expertos que con todas las precauciones dieron vuelta la olla. Debajo de la misma había un papel escrito que decía: “POR NO TENER NI ACEITE NI GRASA, ME ECHARON DE MI CASA”.

5. Fin de esta historia

Luego que terminó la Guerra Civil, mi madre continuó viviendo en Riotinto trabajando como peluquera y también como dama de compañía de una mujer llamada Josefita Delgado que vivía en la calle Vista Alegre Nro. 10, este es el domicilio que consta en su viejo pasaporte que aún conservo. El 31 de Enero de 1947 se embarcó en el vapor Cabo de Buena Esperanza con rumbo a la República Argentina para reunirse con la única hermana que le quedaba viva: mi tía Hortensia. Mi madre juró que nunca volvería a España mientras Franco fuera gobierno.

Pasaron los años y una vez fallecido Franco y siendo Rey de España Don Juan Carlos I a quien mi madre se refería con mucho afecto como “Mi Rey”, yo le propuse ahorrar dinero para que hiciéramos un viaje a España y en especial a Riotinto. La respuesta de mi madre fue: “Ve tú si quieres, yo ya no tengo nada que hacer en España, están todos muertos”.

Conchita Palma falleció en Buenos Aires el 4 de Febrero de 1999 a los 83 años de edad, víctima de un accidente cerebro vascular.

 

 

Buenos Aires, Febrero de 2011