Antonio Rodríguez Waflar

Beas
Huelva
Rodríguez Waflar, Manoli y Maite
21-2-1888/16-8-1936
Empecemos por reconocer a todos aquellos a los que les segaron la vida por defender una idea o simplemente por estar en el lugar y en el día equivocado.

En nuestra casa, como en la de todos los represaliados, se hablaba con voz queda, con tristeza y a la vez con veneración de los que faltaban. En nuestro caso, nuestros dos abuelos, Rafael (el Zapatero), Antonio (el de la Cooperativa), y el hermano de mi abuelo Rafael, tío Manuel (Manolito Waflar). Los dos primeros dejaron su vida en Trigueros y el tercero en San Juan del Puerto. Nos recorre un escalofrío solamente pensar ¿qué sentían en esos momentos sin poder hablar con sus familias?, ¿sabían que iban los dos camiones a diferentes sitios?

Todos dejaron familia: padres, esposa, hijos, algunos no conocieron ni a los suyos que nacerían poco después. No hemos podido disfrutar de sus caricias ni de sus palabras, pero es muy claro que han estado, están y estarán siempre en la memoria de sus hijos, nietos y bisnietos.

Resumir la vida de abuelo Antonio es muy fácil, marchó al servicio militar con muy poca cultura y tras tres años de mili vuelve sabiendo escribir a mano y a máquina, sin faltas de ortografía, sabiendo matemáticas y con una amplia cultura general, supo superarse a sí mismo y ello le dio otro enfoque a las ideas que tenía.

No era hombre de iglesia, pero la respetaba, se casó y tuvo cinco hijos, a los tres primeros —Antonio (1914), Ana (1916) y Manuela (1921)— los bautizó; luego llegaron Felipe (1925) y Benjamín (1929), a estos ya nos los bautizó, alegando que cuando fueran mayores ellos decidieran, y eso les acarreó que más de uno les llamaran «los moritos». Un día sin pedir consentimiento alguno a la familia y actuando de soslayo, los del bando nacional los bautizaron y actuaron de padrinas las señoritas de la Falange.

En 1913 entra en la cooperativa que estaba en el Arenal, cooperativa pionera, ya que tenía molino de harina y panadería, molino de aceite, lagar con bodega para vinos, serradora, y hasta una pequeña central eléctrica con dinamo (primera electricidad que se tuvo en Beas); en ella estuvo hasta 1921 de panadero. En esta cooperativa estaban, también, su gran amigo Florentino Pérez en el molino de harina y su primo Manuel Waflar en la serradora, que junto con D. Francisco Gómez entran en las ideas socialistas. La cooperativa cierra en 1929.

Era una persona que no sabía decir NO, si había algún necesitado él lo socorría, una vez quitó una puerta de su casa para que alguien pudiera ponerla en la suya, o mandaba a su casa a los necesitados para que su esposa les diera un plato de comida y alguna ropa de sus hijos.

En 1930 marcha con su esposa y sus cinco hijos a Vías (Francia) y tres meses más tarde regresa después de trabajar en la vendimia y en todo aquello que le salía; al no llevar cinco años de residencia en Francia no podía acceder a un trabajo estable y deciden ir a Barcelona a probar suerte. Se presenta a oposiciones del cuerpo de Correos y sacó la séptima puntuación de doscientos aspirantes, pero como tardan en llamarlo para incorporarse decide regresar a Beas y aquí se entera de que lo reclaman para ocupar el puesto, pero no regresa a Barcelona.

En 1928 Remigio Cabello y Angelita Castaner están en Beas para un mitin, y cuando en 1930 está en Barcelona acude nuevamente a un mitin del político vallisoletano y se saludaron mutuamente recordando su encuentro en Beas.

En el año 1931 regresa a Beas, sus compañeros de partido le dicen que hace falta gente como él, y por convicción no los puede dejar en la estacada y regresa toda la familia a Beas.

Sobre esa misma época decide apuntar a todos aquellos vecinos de Beas que tuvieran entre 16 y 65 años al retiro obrero, ya que no debían abonar cantidad alguna y tendrían la oportunidad de cobrar un subsidio, él decía que así se acabaría con la emigración.

En 1935 entabla correspondencia con Ramón González Peña y amistad con el doctor Vázquez Limón, con quien coordina la construcción del Pabellón de los Pueblos en el Hospital de Huelva, para la asistencia de enfermos de los pueblos de Huelva, así como de los familiares que los acompañaban en su desplazamiento e ingreso.

Y en el año 1936 fue elegido teniente de alcalde, la alegría le duró muy poco.

Cuando los mineros intentaron entrar en el pueblo por El Moreno con sed de venganza, se reunió con sus compañeros de partido (todas personas buenas, honestas y con ideales muy claros) y él en nombre y representación del partido y acompañado por sus compañeros, los convencieron de que era una sinrazón y desistieron de entrar en el pueblo y marcharon de regreso a sus hogares (o eso creyeron ellos).

Cuando entran las tropas franquistas ya la cosa cambia radicalmente, la Iglesia es declarada cárcel y en ella son encerrados los que consideraron malhechores y contrarios al régimen, a él Juan Bando le ofrece un coche para poder abandonar Beas, pero declina el ofrecimiento porque decía que él no había hecho nada.

Con ello querían que se sintieran amedrantados, estaban encarcelados en el lugar que según los franquistas odiaban por ser lugar de culto. ¡Cuán equivocados! Ellos no odiaban la iglesia, simplemente no estaban de acuerdo con los privilegios de los que gozaba la curia y la ignorancia a la que tenían sometido al pueblo. Él siempre decía que por qué el cura debía dar la misa en latín y de espaldas a los feligreses, que debía ser en castellano y de cara. Años después se hizo así.

Junto con sus compañeros se propuso la creación de una biblioteca pública, para que todos pudieran acudir a leer y adquirir cultura. Sanidad gratuita. Enseñanza sin distinción de sexos. Trabajo, sueldo y vivienda digna para todos. años después esos sueños se han convertido en una realidad, unos más que otros.

También era masón en el Triángulo 79, Taller Blasco Ibáñez, de Valverde del Camino y tenía nombre dentro de la Logia como Jaime Vera.

Fue encarcelado un 14 de agosto cuando ya las fuerzas franquistas lo tenían todo resuelto, incluso se les dijo que el 15 de agosto festividad de la Virgen debían vestir bien, ya que acudirían a misa (pretendían otra humillación), y el 16 de agosto por la tarde junto con otros compañeros fue subido a un camión y llevado a las paredes del cementerio de Trigueros, donde fueron fusilados y enterrados en una fosa. No se permitió que sus familiares retiraran sus restos, decían que para escarmiento del resto. Eso mismo sucede con los compañeros llevados a San Juan del Puerto.

Se les privo de despedirse de sus familias. A las que acudieron a toda prisa a la plaza para despedirse de ellos las apartaron a golpe de culata y las metían en casas y cerraban las puertas para no darles ese último consuelo. Incluso a mi madre (Feliciana la de la Torre) se la apartó con la culata de un fusil en la esquina de la calle Las Polas con el Paseo, cuando le llevaba el café a su padre (Rafael el zapatero); era una niña de 9 años, y cuando dijo que luego su papá le diría que se había entretenido jugando a las bolas, la respuesta del individuo que la aparta fue: «No te preocupes que tu papá no te va a decir nunca más que te has entretenido».

Con el pasar de los días los pequeños huérfanos acuden al comedor de caridad, y las vejaciones siguen: tirones de oreja, dejarlos los últimos de la fila, ponerles un poco menos en el plato y otras niñerías que para esos pequeños eran grandes ofensas. Todo para que se apuntaran a los flechas; ni uno solo de esos pequeños lo hizo, pero siguen recordando esas ofensas y les sigue quemando la sangre.

Sus mujeres fueron amedrantadas para que firmaran que sus esposos habían fallecido de muerte natural, llenas de coraje se negaron. Ello les acarreó el no cobrar pensión de viudedad. Se acostaban muchas noches sin comer alegando dolor de cabeza para que sus hijos pudieran comer un trozo de pan duro, ¡qué entereza! Los hijos se hacían mayores y fueron marginados nuevamente, no se les ofrecía trabajo, el que se ofrecía, muy mal pagado, no podían acudir a según qué lugares, no podían tener amistades más allá del circulo de aquellos que eran iguales a ellos, hijos de ROJO. Deseaban aniquilarlos y que claudicaran, no lo han conseguido, hicieron piña los unos con los otros y se han mostrado fuertes hasta sus últimos días.

El caso está en casa: Antonio y Rafael (ambos fusilados el mismo día y a la misma hora en Trigueros) hoy hubieran sido consuegros y nosotras hubiéramos podido disfrutar de unos abuelos y ellos de nosotras.

Los hijos de aquellos a los que quitaron la vida no los han olvidado ni un solo instante. ¿Quién no recuerda cuando la Virgen, el 16 de agosto, enfilaba la calle Las Polas y las luces y puertas se cerraban a su paso y se podía hasta oír el llanto tras la puerta de la esposa e hijos recordando tan fatídico día? Luego llegamos los nietos y no entendíamos ese acto, pero lo acatábamos como normal, hasta que un día te enteras de por qué y comprendes el dolor. El tiempo va pasando y un año dejas la puerta medio abierta y al siguiente la abres entera y al otro enciendes la luz y ves que tú los sigues recordando con la misma intensidad, pese a tener la puerta abierta y la luz encendida.

Vivencias hay muchas que han quedado en el corazón y no han sido contadas, ya que las querían solo para ellos y les dolía hasta recordarlas; las hemos ido sacando, casi casi, a la fuerza y cuando nos las han contado nos hemos quedado helados sabiendo lo que tuvieron son sufrir. Sirva esta pequeña muestra. Cuando éramos pequeñas y veníamos de vacaciones siempre pasábamos por una casa que hace esquina y una ventana en casi un primer piso, con la luz encendida, día y noche, y un señor tras la ventana que no paraba de mirar la calle. Nosotras saludábamos alegremente y le dábamos los buenos días y las buenas noches sin saber quién era; nuestros padres jamás nos dijeron nada, tan solo entre ellos decían «el pájaro está en la ventana», luego supimos que fue uno de los destacados del bando nacional y quizás no podría dormir por sus recuerdos, pero a nosotras nunca se nos dijo nada malo de él.

Eran niños que no levantaban dos palmos del suelo y hacían cola en la beneficencia para un trozo de pan de caridad, y más de uno ha recibido golpes con el vergajo porque el guardia de turno decidía dar la vuelta a la fila porque los suyos estaban los últimos y así serían los primeros y si se terminaba el pan que se fastidiaran los últimos.

Eran niños que se les negó el acudir a la escuela porque debían ir a rebuscar espigas de trigo y cardos y acelgas silvestres para poder comer.

Eran niños a los que se les negó la infancia. Pero los niños crecieron, se hicieron mujeres y hombres y empezaron a trabajar mal pagados por lo que eran, e incluso tuvieron que servir en casa de los adictos al régimen, pero bajaron la cabeza y el lomo y trabajaron por un mísero sueldo. Pero todo llega a su fin, esas mujeres y hombres que tienen el corazón lleno de recuerdos y sienten orgullo de sus ancestros, se han superado, se han labrado un porvenir, han fundado una familia y han inculcado a sus hijos que no deben juzgar a nadie por una idea, que deben ayudar al prójimo, tender la mano y no esperar nada a cambio. Y ahora los nietos de aquellos fusilados nos enorgullecemos el doble por haber tenido unos abuelos, padres, tíos y algunos hasta bisabuelos que supieron darnos su recuerdo para amarlos tanto como si los hubiéramos conocido y a ser personas de bien.

Ojalá todos los hijos, nietos y bisnietos puedan saber dónde se encuentran esos hombres y mujeres de bien, que dieron su vida y ahora yacen en cunetas o en fosas comunes, y podamos rendirles el homenaje que se merecen. Son muchos y sus nombres deben volver a sonar como lo que son, hombres de bien.

A día de hoy, a nosotras, como nietas, nos falta una conversación con ellos, con mis abuelos y con todos esos hombres y mujeres que, seguro, que con su forma de ver y entender la vida todavía nos podrían enseñar muchas cosas.

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