Antonio Chamorro Daza

Huesa
Jaén
Barranco Castillo, Enriqueta; Girón Irueste, Fernando
Antonio Chamorro llevaría a cabo una actividad científica en el Institut du Radium parisino,  concretamente en el Laboratorio Pasteur, durante más de 30 años. Concretamente entre 1938 y 1971. Dicha institución brindaría a un refugiado español, la oportunidad de realizar más de 100 publicaciones, casi todas en francés, sobre fisiología experimental.

Sus investigaciones lograron una difusión amplia en determinados ámbitos científicos, salvo en España, en donde solo unos pocos se interesarían por ellas. Así sucedió con Gregorio Marañón Posadillo (1887-1960), pero es que éste  había conocido algunos trabajos suyos iniciales, mientras estuvo exiliado en París, entre 1936 y 1942. También sabría de ellos Manuel Varela Radío (1873-1962). Este último había sido el maestro de su maestro Otero, y seguramente contactó con Chamorro en parecidas circunstancias. Lo hicieron por carta algunos otros, pero de forma que no trascendería: en 1963 Jorge Guasch, del Instituto de Hematología y Hemoterapia de Barcelona; Isaías Zarazaga, hoy profesor emérito del Laboratorio de Genética Bioquímica, de la Facultad de Veterinaria de Zaragoza (1970) y Rafael Jordana, entonces catedrático de Fisiología Animal y Zoología Aplicada de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la Laguna, en 1972.

Estableciendo una comparación con un pequeño país centroeuropeo, no francoparlante, como podría ser Checoslovaquia, hemos verificado que fueron veintiocho las ocasiones en las que los profesores de las cuatro Facultades de Medicina existentes le solicitaron separatas de sus trabajos a lo largo de la carrera investigadora de A. Chamorro. Las cifras aumentan exponencialmente en el caso de países tales como los Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña, Canadá, Alemania o Italia.

Eran unos años en los que la ciencia española de la posguerra necesitaba rehacer sus laboratorios e instituciones, para volver a los niveles anteriores a los de 1936. A la vez, debía comenzar a dirigir la mirada hacia la producción científica anglosajona, que era la que se vislumbraba más puntera. Sin embargo, no se consiguió, porque los móviles políticos jugaron el principal papel en la vida universitaria e investigadora, hasta el punto de prescindir de sus más relevantes figuras, muchas fuera del país y las que permanecieron en él, o regresaron pronto, fueron sometidas a una sádica depuración[1] Antonio Chamorro, por supuesto, no contó entonces y, lo que es más llamativo, ni siquiera se contempla en los anales de la ciencia en el exilio.

Consciente de este olvido, él mismo, en un gesto de generosidad y valentía, trató de que su memoria y su saber quedaran vinculados a la Universidad de Granada. Ésta le había dado, bastante tiempo atrás, la oportunidad de iniciarse en unas tareas que, con el paso de los años, le iban a permitir ser un investigador puro en tierra extranjera. En Francia viviría, primero como “refugiado español” y luego como ciudadano europeo, hasta casi el final de sus días.

Personaje centenario, ayuno de homenajes, enérgico y lúcido hasta el último día de su existencia, sería Antonio Chamorro Daza (Huesa, Jaén 20/4/1903-Bañolas, Gerona 7/3/2003). Miembro de una extensa familia, ambos progenitores, Antonio Manuel y Luisa, eran oriundos de Loja (Granada). Afincados inicialmente en Huesa, lugar en el que la madre ejercía de maestra, posteriormente se instalarían en Guadix (Granada), con el ánimo de mejorar su situación económica y propiciar que el padre también pudiera trabajar como maestro, al disponer de unos locales propios donde instalar la escuela. Siendo el segundo de once, según nos relató su hermano Ramón, tras la epidemia de tifus de 1909, vería cómo mermaba de forma considerable su número; pues al parecer cinco fallecieron a consecuencia de la misma. Finalmente sobrevivirían Luisa, Antonio, José, Ramón, Emilio y Manuel, el hermano más pequeño. Quizá en estas circunstancias adversas se fue fraguando su carácter independiente, capaz de vencer adversidades, condiciones sin duda muy útiles para el investigador en que luego se convertiría.

Muy probablemente los padres planearon para él un futuro docente, similar al que ellos disfrutaban en la enseñanza primaria. Con este fin le enviaron, en 1918, a estudiar Magisterio en la Escuela Normal de Granada, y allí conseguiría el título. Sin embargo, el joven Chamorro, que venía compaginando sus estudios con el trabajo temporero en la industria del azúcar accitana, deseaba ser médico. Tras obtener el título de bachiller en 1922, al conseguir que le convalidaron algunas asignaturas de Magisterio, estuvo dispuesto a ingresar en la Facultad de Medicina de Granada donde, tras cinco años de aplicación, finalizó sus estudios en 1927. No se le otorgaría el Grado de Licenciado hasta el mes de septiembre de 1932.

Su promoción estaba integrada por un conjunto de alumnos brillantes, quienes, con el paso del tiempo, llegarían a las más elevadas cotas del saber y la docencia; entre sus compañeros se encontraban Emilio Muñoz Fernández, catedrático de Farmacología y futuro rector de la Universidad granadina; el conocido cardiólogo Antonio Azpitarte Rubio; el catedrático de Cirugía Antonio Martín Lagos, Federico Garrido Márquez, Jesús Peña Tercedor, y otros muchos, que luego serían recordados por su buen hacer profesional.

Sin embargo, tanto a nivel personal como profesional, es indudable que el catedrático de Obstetricia, Alejandro Otero Fernández (1888-1953),[2] fue la persona que influiría más decisivamente en la vida y obra de Antonio Chamorro. No solo sería su alumno durante el período de la licenciatura sino que le brindaría también la oportunidad de participar en la docencia universitaria, como profesor Ayudante. Además, le proporcionó los medios necesarios para la puesta en práctica de los conocimientos que él mismo adquirió durante el “año sabático” que había disfrutado entre 1927 y 1928,  en el que había realizado un viaje por Centroeuropa. A buen seguro, Otero vería en el joven Chamorro a una persona tenaz, constante en su trabajo y perfeccionista en extremo, capaz de adentrarse en campos tan prometedores, desde el punto de vista clínico y experimental, como lo eran entonces los estudios sobre las hormonas sexuales femeninas.

Por otra parte, es muy probable que le introdujera en el ejercicio de la actividad política, primero como miembro de las Juventudes Socialistas y después como vicepresidente de la Unión General de Trabajadores de Granada. Seguramente que planificó el que ejerciera cargos de representación dentro del PSOE y por ello lo presentó como aspirante a candidato en las elecciones a diputados a Cortes del año 1933. Al parecer, la claridad y elocuencia de Antonio Chamorro eran un buen recurso para convencer a quienes lo escuchaban, como ya había demostrado con motivo de los actos celebrados en la conmemoración del sexto aniversario de la muerte de Pablo Iglesias.

Situado en uno de los últimos puestos de la lista preelectoral, no sería votado por los representantes de las Agrupaciones Socialistas granadinas, reunidos en la Casa del Pueblo bajo la presidencia de Otero. En esta ocasión la disciplina de partido impuso desde Madrid a cuatro representantes: Fernando de los Ríos, María Lejárraga, Ramón Lamoneda y Pascual Tomás, si bien solo los tres primeros se harían con el Acta de Diputado tras la celebración de los comicios.

En el ámbito universitario, Chamorro opositó este mismo año a una plaza de profesor Auxiliar Temporal en la Facultad de Medicina de Granada, un pretendido salto cualitativo del que tampoco saldría bien parado, pues en esta ocasión la única plaza disponible se le otorgó a otro compañero de Facultad y de militancia política, entonces, Claudio Hernández López.

En cambio siguió desempeñando la plaza de profesor Ayudante de clases prácticas que se le había asignado en 1932, manteniéndose de esta forma vinculado con la Facultad de Medicina. En aquel tiempo era un cargo honorífico, por el que no se percibía retribución económica alguna. Imaginamos que Chamorro se mantendría ejerciendo como Inspector de Sanidad Municipal (1928) y como tocólogo del Seguro de Maternidad de la Mujer Trabajadora (1932-36). Cuando marchase becado a Alemania, como seguidamente veremos, contaba con unos fondos nada desdeñables para los tiempos que corrían.

La investigación llevada a cabo por Chamorro desde 1929, año en el que sería encargado del laboratorio de Anatomía Patológica de la Clínica de Obstetricia, merece ser considerada con especial atención, ya que incluso en la actualidad y con medios técnicos avanzados, nos puede sorprender por lo depurado de su metodología.

Bajo la dirección de Alejandro Otero, sus experiencias dieron como resultado una tesis doctoral titulada La transplantación autoplástica del ovario a la cámara anterior del ojo en la coneja, un intento, logrado, de observar la fisiología ovárica, muy poco tiempo después de que Hermann Knaus en Austria (1929) y Kyusaku Ogino (1930) en Japón, descubrieran el momento en el que se producía la ovulación femenina. Tras dichas observaciones, pudo describir la función del ovario transplantado, los intentos de rotura folicular en las diferentes clases de folículos, la inducción de un estado refractario en el transplantado y las modificaciones del tracto genital que llevaban consigo.

La tesis fue defendida en la Universidad de Madrid, como entonces era preceptivo, el 11 de julio de 1935 y calificada con Sobresaliente. El texto fue publicado en el mismo año en la Revista Española de Obstetricia y Ginecología. Esta revista, fundada en 1915, estaba dirigida por tres prestigiosos ginecólogos, Pedro Nubiola Espinós (1878-1956); Sebastián Recasens Girol (1863-1933) y Pedro Zuloaga Mañueco.

A. Chamorro simultaneó esta investigación con otras dos no menos relevantes. Con la primera trató de poner a punto un método para El diagnóstico hormonal de la mola vesiculosa y del coriepitelioma maligno con el test de coneja infantil y juvenil. Con la segunda, La reacción de embarazo en conejas hipofisectomizadas. Una técnica para la hipofisectomía, igualmente dirigida por Alejandro Otero, diseñaría el método de ablación de la hipófisis o hipofisectomía, con el que hizo aportaciones relevantes entonces y explotó ampliamente después. Aquí fue donde realmente comenzó su adiestramiento como investigador de porvenir, pues necesitó un año y medio para adquirir destreza en la técnica, realizada a través del ojo, ensayando diferentes procedimientos. Para ello ideó, e hizo construir por las casas comerciales, los instrumentos apropiados.

En la misma línea de la tesis doctoral, trató de llegar más lejos investigando sobre el Diagnóstico gravídico hormonal en el ovario de coneja implantado autoplásticamente en la cámara anterior del ojo (que vería la luz en Alemania bajo el título: Hormonale Schwngerschaftsdiagnose and Kanincheneierstöcken die in die vordere Augekammer autoplastisch verplanzt wurden). Es de destacar que sus objetivos fueron observar los fenómenos que acaecían en el ovario tras la realización de la prueba de Aschheim y Zondek para el diagnóstico precoz del embarazo.

Sin duda Alejandro Otero pensaba mejorar sus cualidades como investigador cuando, durante su ejercicio parlamentario (1931-1933), aprovechó para indicar, escrito en papel oficial del Congreso de los Diputados, los lugares y las personas con las que podría realizar un buen aprendizaje en Alemania. Con esta idea, no dudaría en estimularle para que solicitara una pensión de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) que le costease una estancia de trabajo en aquel país, en donde el propio Otero se había formado hacía ya más de veinte años, utilizando la misma vía.[3]

Una vez concedida la pensión, marchó a Berlín en diciembre de 1935. Allí trabajó inicialmente en el Laboratorio de Biología de la Frauenklinik de La Charité, bajo la dirección del profesor C. Kaufmann y del Dr. Anselmino, dedicándose a la investigación experimental de las hormonas hipofisarias y sexuales. Seguidamente, y con la consiguiente autorización, se incorporaría al equipo de los laboratorios de la casa Schering-Kahlbaum (Sección de Farmacodinamia y Hormonología), dirigida por los profesores Walter Schoeller, Walter Hohlweg y Karl Junkmann, formando parte de un selecto grupo de investigadores ocupados en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades del aparato genital femenino.

Tras la insurrección militar en España, en julio de 1936, las pensiones de la JAE se interrumpieron a partir de septiembre, haciéndose las correspondientes admoniciones para que los becados regresaran a sus lugares de origen. Antonio Chamorro no sería la excepción y también fue reclamado, aunque sin éxito. Entonces retornó a la actividad política. Dados los puestos que ocupó, no dudamos en afirmar que nuevamente sería Alejandro Otero, residente en París, y miembro destacado del Servicio de Adquisiciones Especiales (encargado de la compra de armas para la República), quien influyó decisivamente en todo ello. Antonio Chamorro fue nombrado, en octubre de 1936, secretario de segunda clase interino de la Embajada de España en Berlín y, un mes más tarde, segundo secretario y encargado de negocios de la misma.

El inquieto Chamorro a buen seguro disfrutó con las misiones que le encomendaron, tales como la de ser encargado de la valija diplomática desde Praga a París, viajar desde Estocolmo a Barcelona o llegar hasta Helsinfor, Suecia, Viena o Zurich. Esta última ciudad estuvo, en 1937, con un cirujano dedicado a las mismas faenas, Luis Gérez de la Maza.

Adentrado el año 1937 a Antonio Chamorro lo vemos desempeñando el cargo de segundo secretario en la Embajada de España en París, y residiendo en el número 49 de la Avenida Mozart de dicha capital. Este último hecho tendría cierta relevancia porque allí conocería a Andrée Marya Jacob (Bagnolet, Seine-Saint-Denis 4/9/1912-Antibes, Alpes Marítimos, 3/2/1993) mujer que, con el paso del tiempo, se convertiría en compañera casi hasta el final de su vida. Las anotaciones diarias de Andrée entre 1938 y 1987, realizadas con letra menuda en pequeñas libretas, o las descripciones detalladas de los viajes que hicieron en común, son una fuente insuperable para reconstruir la vida de ambos. No se casaron. Por otra parte, Antonio Chamorro estuvo dos veces a punto contraer matrimonio, una en 1944, con Marie François Pirou, de St. Julien, Cotes-du-Nord, y otra en 1947, con María de los Ángeles de las Heras, hija de unos españoles que vivían en París, posiblemente refugiados.

Es de destacar que Chamorro también colaboró con el ya mencionado Servicio de Adquisiciones Especiales, en donde a buen seguro mantuvo contactos con su maestro Alejandro Otero. Finalmente, en el mes de agosto de 1938 y por causas aún no aclaradas, fue separado del servicio diplomático.

Encontrándose en París, sin medios, y no deseando retornar a una España en guerra, volvería a su antigua vida de investigador en octubre de 1938. Entraría a formar parte de una elite científica, la del Institut du Radium de París. Inició así la etapa francesa de su larga y productiva carrera investigadora, no desprovista, en principio, de dudas e intentos de cambio. Lo hizo con la ayuda de Antoine Lacassagne (1884-1971), director del centro desde 1937 hasta 1954. Sin duda, Lacassagne sabría apreciar los conocimientos y habilidades de este refugiado español. Años más tarde, en 1964, Antonio Chamorro recibiría la Medalla Lacassagne en premio a sus investigaciones.

El trabajo lo realizó mayoritariamente en el Laboratorio Pasteur, una sección del Institut du Radium, orientado al estudio de la radiobiología y la cancerogénesis, integrándose a su vez dentro de él una serie de laboratorios especializados, en uno de los cuales, el de hormonología, desarrollaría su actividad. Además, en el primer semestre de 1939 frecuentó el de Morfología Experimental y Endocrinología del Colegio de Francia, que estaba bajo la dirección del profesor Robert Courrier (1895-1986). Más adelante, durante los años 1955 a 1957 colaboraría en el laboratorio de Fisiología General de la Sorbonne, dirigido por el profesor Henri Laugier-Protee (1888-1973).

El ejercicio clínico fue, en cambio, algo muy excepcional si se la compara con los numerosos años de vida de laboratorio. No obstante, en el año 1939 trabajó en el Hospital Curie, como interno de guardia de noche. Posteriormente y, durante mucho tiempo, serviría de referencia para las consultas que le hicieron numerosos pacientes españoles, fundamentalmente encaminadas a aclarar diagnósticos tumorales y patologías con ellos relacionadas.

Sin embargo, ser un refugiado en Francia y tratar de consolidarse en el terreno de la investigación experimental no debió resultarle tarea fácil. Una muestra de ello es el contenido de un escrito de A. Lacassagne, en fecha tan crítica como el 9 de septiembre de 1939, cuando ya había comenzado la segunda guerra mundial. En el mismo se indicaba que la condición que se le exigía, para poder seguir trabajando allí, era la de contar con el apoyo de sus jefes superiores.

Dadas las dificultades y, posiblemente, alarmado ante la invasión de Francia por los alemanes en 1940, A. Chamorro trató de incorporarse a algún centro de investigación en Londres. Lo hizo a través de Maud Denner, una inglesa que había residido en Granada, y quien probablemente le había realizado algunas traducciones del inglés, pero que en aquellos momentos trabajaba en la Comisión Nacional Británica de Ayuda a España, presidida por la famosa duquesa de Atholl. Esta amiga, finalmente, le comunicaría que sus gestiones habían fracasado, dada la imposibilidad de obtener un visado para la Gran Bretaña como consecuencia del conflicto bélico.

El propio Alejandro Otero, en una carta dirigida a Francisco Cruz Salido en el mes de febrero de 1940, le indicaba, un mes antes de marcharse hacia el exilio mexicano, que una vez allí gestionaría la salida de Antonio Chamorro para México. Cruz Salido, uno de los máximos dirigentes del PSOE, sería capturado por la Gestapo y entregado a la policía española el 31 de julio del mismo año, siendo fusilado pocos meses después.[4]

Ante una Francia ocupada, donde la policía alemana funcionaba impunemente, muchos españoles decidieron  entonces abandonar el país y seguramente Chamorro también pensó hacerlo[5]. Por lo pronto debió de tratar de ocultarse, viviendo en el Hospital Curie, en París, sin abandonarlo en ningún momento,  temiendo tener un final parecido al de tantos otros. Algo más tarde, cuando la situación se normalizase se atrevería a viajar por el país en compañía de Andrée.

En otro momento, José Luchsinger Centeno, un médico ginecólogo con el que había convivido en su casa de Biarritz, le escribirá desde Venezuela. Le habla de su posible incorporación a la segunda Facultad de Medicina del país, la de Mérida. Allí le ofrecían la dirección del Instituto de Medicina Experimental y una cátedra de Fisiología. Sabemos de muchos médicos españoles refugiados en Francia que habían terminado en Venezuela. No fue el caso. Ninguno de estos proyectos se consolidó y A. Chamorro permanecería en Francia.

En realidad, la situación laboral de Antonio Chamorro en 1941 era la de un ayudante técnico y científico, por cuyo trabajo recibía 3.000 francos mensuales. Según el interesado, tenía la categoría de un estudiante en prácticas, o algo similar, cosa dura de admitir si tenemos en cuenta que se trataba de un doctor en Medicina, ya con una amplia experiencia investigadora. Probablemente no le quedaba otra opción.

Durante estos años, y los siguientes, la actividad de Chamorro se encontraría vinculada a los fondos que la Rockefeller Foundation y el Institut du Radium dedicaban a la investigación, pero sin estabilidad laboral alguna, circunstancia que le acompañaría hasta bien avanzada su carrera. Pese a esta cierta penuria salarial serían unos años en los que disfrutarían de vacaciones estivales en parajes tan queridos para él, y para su compañera Andrée, como las playas de Les Sables d’Olone o Villefranche-sur-Mer, donde en las fotografías que se hicieron se les ve bronceados y satisfechos.

Transcurría 1945 cuando Chamorro entra a formar parte del grupo de investigadores del Centre Nationale de la Recherche Scientifique (C.N.R.S.), dependiente del Ministerio de Educación francés. A ello debió contribuir el que, en este mismo año, A. Lacassagne, a través de una comunicación dirigida al director del Centro, le informase que desde que lo acogió en el Laboratorio Pasteur, tras haber abandonado Alemania, en donde no se encontraba seguro tras la revolución franquista, se había encargado de proveerle de los fondos necesarios para subsistir, pero que ya no podía seguir en la misma situación.

Las gestiones darían su fruto y Antonio Chamorro sería en el ejercicio 1946-47, Chargé de recherches de 3e classe, exigiéndole, entre otras cosas, la dedicación exclusiva. Esto le supondría unos ingresos brutos anuales de solo 126.000 francos, pero toda una fortuna, si se comparaba con su sueldo anterior. En el de 1948-49 ya sería Chargé de recherche de 2ª classe, duplicándose sus emolumentos, y a finales de 1949 se le ascendería a Mâitre de recherches de 3éme classe, cargo equiparable al de un Maître de Conférences des Facultés.

En 1952 la Academia Nacional de Medicina de Francia le concedió el premio Monthuse-Ménière por sus investigaciones sobre la patogenia del cáncer de mama. En 1953 subiría un escalón más, al ser promovido a la 2éme Classe des Maîtres de Recherches y en 1956 llegó a Maître de recherche de 1ª classe. Además de presentar los correspondientes informes anuales, y otros particulares, debía consagrar tres horas semanales a un trabajo de interés colectivo. Pero ahora ya podría disfrutar de unos ingresos netos anuales que ascenderían a la muy respetable suma de 2. 927.492 francos.

El siguiente organigrama del Institut du Radium de l’Université de Paris et Fondation Curie, que corresponde a los primeros años sesenta, nos muestra a Antonio Chamorro como jefe de uno de los laboratorios del mismo:

          I. Departement d´aplications medicales – Fondation Curie (de los que no nos ocupamos).

          II. Departement de Radiobiologie et cancerologia experimentale.

            Laboratoire Pasteur et Fondation Curie. 26 rue d´Ulm et 11 rue Pierre Curie.

            Director: Raymond Latarjet (1911-1998).

            8 Jefes de Laboratorio:

            Química orgánica: R. Royer.

            Química biológica: J. Legault.

            Citologia: F. Zajdela.

            Radiobiología: H. Marcovich.

            Cultivo de tejidos: P. Vigier.

            Hormonología: A. Chamorro.

            Genética: C. Rudali.

            Hematología: J. F. Duplan.

Finalmente, en 1963, el C.N.R.S. acordaría  mantenerlo como Maître de recherche de 1ª clase por tiempo indefinido. A partir de entonces iría subiendo paulatinamente de categoría, por antigüedad, hasta que el 20 de julio de 1970 le notificaron que el 30 de abril de 1971 se pondría fin a su contrato como investigador. Para esa fecha Chamorro tendría 68 años recién cumplidos.

Concluyó aquí un largo período de su vida en el que la producción científica y la labor investigadora fueron cuantiosas. Más de trescientos investigadores se interesarían por sus trabajos, desde casi cualquier parte del mundo. Así mismo serían numerosas las peticiones de colaboración en eventos científicos celebrados en Francia, Holanda, Italia, Reino Unido o Alemania. A modo de ejemplo citamos la solicitud que le cursó el Royal Cancer Hospital de Londres en marzo 1950 para que participara en la conferencia de la CIBA Fundation. En 1960, la Asociación Francesa para los Intercambios culturales con la Alemania Moderna, lo emplazó a asistir a los actos del 150 aniversario de la fundación de la Humboldt Universität de Berlin. Y la universidad de Perugia (Italia) le invitaría en el mismo año a la conmemoración del centenario de la cátedra de Anatomía Patológica.

Durante la estancia en el Laboratorio Pasteur, Chamorro amplió el espectro de su interés por las hormonas, tanto desde el punto de vista fisiológico como cancerogénico y también trabajó en terapéutica experimental. De forma muy especial se ocupó de la intervención de la hipófisis en las diferentes funciones del sistema endocrino y de sus estados patológicos, utilizando para ello la ratona, la rata y la coneja. El conjunto de su labor investigadora resulta brillante, pues partiendo del estudio funcional de órganos básicos en la fisiología femenina como son la hipófisis, el hipotálamo, los ovarios, la corteza suprarrenal o el tiroides, pasó a dedicar su interés a la mama y a sus diferentes patologías y, finalmente, se adentró en el tema de las leucemias y la virología.

Podemos resumir así las líneas de investigación abordadas:

     Farmacodinamia de las hormonas: gonadotrofinas

     Hormonas esteroideas

     Acciones hormonales sobre la glándula mamaria

     Actividad suprarrenal

     Frenadores hipofisarios

     Regulación neurohormonal

     Relaciones neuro-hormonales córtex-hipotálamo

     Rayos X e isótopos

     Fijación del Yodo por el tiroides

     Esterilización ovárica 

     Hormonas y cáncer:

             Hipofisectomía y cáncer mamario

             Adenocarcinoma experimental en la mamila

             Tratamiento hormonal del carcinoma mamario

     Leucemia

     Tumor de virus leucémogeno

En París, en otros lugares de Francia, o incluso en Suiza, Chamorro mantuvo una relación personal con médicos españoles exilados: Luis Gérez de la Maza, del que ya hemos hablado, y que acabaría como cirujano en el Servicio Médico-Farmacéutico de la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles (JARE) en México, dirigido por Alejandro Otero.[5] Pío del Río Hortega (1882-1945) y Gregorio Marañón se contarían así mismo entre sus conocidos. Con José Mª Fernández Colmeiro, oncólogo, y con José Luchsinger Centeno mantuvo después de la salida de éstos de Francia una relación epistolar muy copiosa.

También tuvo un respetuoso trato con Teófilo Hernando Ortega (1881-1976) y con Manuel Varela. Ambos regresarían pronto a España, aunque la depuración les mantuvo separados de sus cátedras.[6] Fue amigo del médico y filósofo Juan Rof Carballo (1905-1994), quien sería más  tarde colaborador de Carlos Jiménez Díaz  (1898-1967) y de Gregorio Marañón, del que fue médico personal. Una antigua conocida, Almudena González Arnao, le escribirá a Chamorro desde el Madrid de los primeros sesenta para comunicarle los éxitos de su común amigo Rof.

En el exilio frecuentó la amistad de otros españoles, no necesariamente médicos. Así sucedió con la hermana y sobrinas de Federico García Lorca, a quienes visitaría en la residencia parisina del ex arquitecto municipal del Ayuntamiento granadino en la República, Alfredo Rodríguez Orgaz[7] y su mujer Lucía Sachs, con quienes mantendrían también una relación duradera.

Con respecto a las asociaciones republicanas en el exilio, se inscribió en el Servicio de Emigración, o también Evacuación, para Republicanos Españoles (SERE), en enero de 1940, pero no fue proclive a integrarse en otras agrupaciones tales como el Grupo francés de Amigos de la Cultura y de la Universidad Española,[8] la Unión de Profesores Universitarios en el Extranjero[9] o la  Unión de Intelectuales Españoles. Fue fundamentalmente un sabio solitario.

Antonio Chamorro no regresaría a España, al igual que sucedió con otros médicos exiliados en Francia.[10] Su destacada militancia política en el PSOE, pues no olvidemos que había sido dirigente de la UGT y, sobre todo, su relación con Alejandro Otero, indudable motor de las izquierdas granadinas, lo debieron hacer desaconsejable. Sin ir más lejos, tenemos noticia de que pesaba sobre él una condena, aunque de momento desconocemos en que consistía, y que le mantuvieron bloqueada durante muchos años la cuenta corriente de la que era titular en el Banco Hispano Americano de Granada, donde estaban depositados sus ahorros al irse de España en 1935.

Sus hermanos y sobrinos le visitaron con alguna asiduidad, aunque inicialmente solo en lugares próximos a la frontera franco-española. Posteriormente lo harían en París y en Juan les-Pins, en el Departamento de los Alpes Marítimos, e incluso pasaron algunas temporadas con Antonio y Andrée, conservando así viva la presencia de la vida española. En el primer encuentro con su hermano Pepe, previamente este le advirtió por carta que llevaría un traje marrón oscuro  y corbata negra, que tenía el pelo negro y lentes, pues hacía 26 años que no se habían visto y temía que no se reconociesen cuando  llegara a la parisina estación de Austerlitz. En general, mantuvo una más o menos fluida correspondencia con todos ellos aunque, al contrario que Andrée no era muy proclive a escribir cartas familiares. Ambos recortaban y guardaban las noticias de España que aparecían en los diarios franceses, especialmente en Le Monde, y oían frecuentemente la radio queriendo saber de España, pues nunca tuvieron televisión. Tampoco automóvil, a pesar de que Antonio asistió a las clases para obtener el carnet de conducir, y dado que su posición económica fue generalmente desahogada, se nos antoja que ambas cosas eran señal de ir por la vida un tanto a contracorriente.

Pesa las dificultades de comunicación, sobre todo en los años de la postguerra, en los que las tarjetas postales tenían en el espacio destinado al sello un material trasparente, para evitar que se pudiese colocar algún mensaje debajo del mismo, y muchas de las cartas se las enviaban por medio de terceras personas, que vivían en Gibraltar, Londres o Bruselas, Chamorro se mantuvo en contacto con aquello que le interesaba. Afirmamos esto porque conservaba en su poder una esquela mortuoria de su maestro Alejandro Otero, publicada en el Faro de Vigo el 27 de mayo de 1953, dando noticia de que sus restos mortales habían llegado en barco al puerto de A Coruña, procedentes de México, para ser inhumados en Redondela (Pontevedra) el día 28. Quién se encargó de enviársela es algo para lo que no tenemos respuesta.

Cuando Chamorro pudo volver a España sin miedo a represalias, a finales de los años setenta, ya estaba jubilado, y en realidad nada, salvo quizás los sentimientos, le ataba aquí. No se nacionalizó francés, como hicieron muchos compatriotas que permanecieron allí y nos preguntamos si el lento ascenso a las máximas categorías en su trabajo no se vería influido por ello. Seguiría con la consideración de refugiado hasta que en el año 1979 la policía parisiense le comunica que, habiendo cesado en España las circunstancias que motivaron su solicitud de refugiado, perdía dicha condición. Pasó entonces a ser residente privilegiado. Un año antes había solicitado, y obtenido, del Consulado español de París el pasaporte español y así pudo realizar cinco viajes a nuestro país a lo largo de unos pocos años.

A Granada no volvería hasta el 3 de mayo de 1980, por lo que habían pasado casi cuarenta y cinco años desde que partiera para Berlín en diciembre de 1935. Al día siguiente de su llegada visitaría, en compañía de Andrée, el cementerio, donde intentó ver el lugar en el que habían sido fusilados muchos amigos y compañeros, durante la guerra civil. Años más tarde consignaría en el testamento que allí deseaba que fuesen inhumadas sus cenizas.

También visitó el Hospital de San Juan de Dios, al cual estuvo adosada la Facultad de Medicina que él conoció. Allí había realizado los primeros trabajos de investigación y, sin duda, con la nostalgia propia del caso, recoge en una fotografía la parte superior del segundo patio, que era donde se encontraba la Maternidad de su tiempo. En cambio, no le gustó nada el actual emplazamiento de la Facultad y el Hospital Clínico, de los que, según manifiesta Andrée en su diario, dijo que estaban excesivamente lejos del centro de la ciudad.

Después de la jubilación de ambos, Andrée era profesora, siguieron con sus costumbres, en muchos puntos coincidentes con la vida ciertamente bohemia que habían conocido en la juventud: asistían frecuentemente a exposiciones o conciertos relacionados con España; a modo de ejemplo, eran unos asiduos de todo lo que concerniese con Pablo Picasso; acudían al cine varias veces por semana y comían o cenaban a diario en ciertos restaurantes de altura. No habían tenido hijos.

Residieron, juntos o por separado, en varias viviendas parisinas, hasta que, a partir del año 1960 estarán domiciliados, oficialmente, él en el 69 de la rue Montparnasse y ella en el 29 del boulevard Edgard Quinet; aunque debemos decir que entre ambas direcciones solo median unos pocos metros. Lo hicieron de forma conjunta en un apartamento de la Costa Azul, en la urbanización denominada Les Verts Anées, en Juan les-Pins, donde pasarían temporadas cada vez más largas, lejos del crudo clima de París. Siguieron viajando de manera constante por toda la geografía francesa, siempre utilizando el ferrocarril, como ya antes lo habían hecho, y Andrée se encargó de recoger en sus cuadernos de viaje.

Los dos fueron muy aficionados a los toros, y así se desplazaron a los lugares del sur de Francia donde se celebran corridas durante el mes de agosto; también al flamenco, como vemos por su muy amplia colección de discos de vinilo, cuyo número  supera con mucho a los de música sinfónica o ligera. Siempre que podían asistieron a espectáculos de este tipo de cante.

Andrée fue una persona sensible y minuciosa; infatigable lectora, entendida en Historia, Literatura y Arte, también proclive al feminismo, tal como muestra el contenido de su biblioteca. Su diario nos informa que soportó estoicamente el duro carácter de Antonio Chamorro, pero hemos de decir que, cuando murió en 1993, él ya no volvió a ser el mismo. A modo de ejemplo, durante diez años permaneció cerrada con llave la habitación que Andrée ocupaba en el apartamento de Juan les-Pins. Así estaba cuando, tras la muerte de A. Chamorro, tuvimos la oportunidad de visitar el citado apartamento. Con su desaparición, nosotros perdimos la mejor fuente de información sobre su compañero.

En 1994, el nonagenario Antonio Chamorro permaneció un tiempo ingresado en el servicio de cardiología del Hôpital de la Fontonne, en Antibes, donde había muerto Andrée, mejorando hasta el punto de llegar a vivir casi diez años más.

Lo que viene a continuación también es ya historia. En el año 1985, Enriqueta Barranco estaba elaborando su memoria de tesis doctoral, dirigida por Fernando Girón, que versaba sobre Alejandro Otero y su escuela. Entonces un profesor de la Universidad granadina trató de ensombrecer su  memoria: se  suscitó  una polémica en el Ideal de Granada acerca de la oportunidad de que se hubiera titulado la clase nº 5 de la Facultad de Medicina como Aula Alejandro Otero. Desde las páginas del mismo diario, ella saldría en su defensa de aquél.

Al profundizar en el estudio de los personajes que desarrollaron su actividad científica junto a Otero, Enriqueta Barranco descubriría que Antonio Chamorro había pertenecido al grupo. Tras algunas indagaciones, se puso en contacto con José Chamorro Daza, quien sería de inestimable ayuda a la hora de establecer correspondencia con Antonio. Este, conocedor de la polémica sobre el Aula Otero y satisfecho con la idea de la tesis, mediante la cual él también recibiría el reconocimiento, que hasta el momento se le había negado, remitió de inmediato su Exposé des titres et travaux publiqués, que tenía escrito desde el final de los años sesenta, pero actualizado. De este modo, ella completó el trabajo y leyó su tesis doctoral en 1987.[11] De esto A. Chamorro también tendría noticia.

Utilizando parte del material que le había enviado publicó, todavía en vida de A. Chamorro, dos artículos en una revista médica, destinados a divulgar su actividad investigadora entre la comunidad científica granadina.[12] Pero lo cierto fue que el trabajo diario, por un lado, y las tareas docentes e historiográficas, por otro, desviaron posteriormente nuestra atención. Transcurrirían muchos años antes de volver a tener noticias de Antonio Chamorro, y estas llegaron a través de una notaría francesa y en forma de testamento. En un registro ológrafo de sus últimas voluntades, quiso sellar sus agradecimientos, por un lado, con la Facultad de Medicina de Granada y, por otro, con su inolvidable maestro español, Alejandro Otero. Además, en él se nombraba ejecutores testamentarios a Enriqueta Barranco y a Fernando Girón.

Ya para entonces, había fallecido en Bañolas, Gerona, a donde llegó trasladado por sus sobrinos Antonio y Miguel Chamorro, pues, tras sufrir una fractura de cadera en una caída casual, su situación física se deterioró hasta el punto de casi  haber llegado a la caquexia. Durante su viaje, no cesaría de preguntarles a cada momento si habían llegado ya a España. Moriría unos pocos días antes de cumplir los cien años.[13]

Fuente: http://www.catedrachamorro.es/quienes-eran/#encabezado-1

 


[1] Otero Carvajal, L.E. (dir.) La destrucción de la Ciencia en España. Depuración universitaria en el franquismo, Madrid, Editorial Complutense, 2006.

[2] Sobre este personaje puede consultarse: Barranco, E.; Girón, F. Alejandro Otero, Granada, Cajagranada, Obra Social, 2006.

[3] Sobre los médicos becados por la JAE puede consultarse: Ribera Casado, J. M. Los médicos en la Junta de Ampliación de Estudios, Tribuna Médica, números  986, 987, 988, 989, 991, 1983.  

[4] Martín Nájera, A. El grupo parlamentario socialista en la Segunda  República, estructura y funcionamiento, 2 vols., Madrid, F. Pablo Iglesias, 2000, p. 1.382.

[5] Sobre el exilio véase, Barona, J.L.; Lloret Pastor, J.  El exilio republicano como suceso histórico, Ciencia, salud publica y exilio (España 1875-1939), J. L. Barona (Comp.), València, Seminari d ´Etudis sobre la Ciència, 2003

[6] Tanto a T. Hernando como a M. Varela  se les reprochó  sus afinidades con la Institución Libre de Enseñanza (ILE),  sin duda  el más positivo intento renovador de la docencia en la España contemporánea. Sobre la ILE véase Jiménez-Landi Martínez, A. La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, Madrid, Taurus, 1973.

[7] Barranco, E.; Girón, F. op. cit.,  p. 154.

[8] Otero Carvajal, L.E. op. cit. p. 202.

[9] Sobre la  UPUEE véase, Cobos Bueno, J.; Pulgarín Guerrero, Antonio; Carapeto Sierra, C. Reunión de la Unión de Profesores Españoles  en el Extranjero UPUEE. La Habana 22 de septiembre a 3 de octubre de 1942 [en realidad fue en el 43], Abaco, Revista de Cultura y Ciencias Sociales,  2ª época, nº 42, 2004, pp. 62-74.

[10] Algunos médicos españoles exilados en Francia aparecen en  Guerra, F., La medicina en el exilio republicano, Madrid, Universidad de Alcalá, 2003, pp. 215-264.

[11] E. Barranco Castillo, La Obstetricia y la Ginecología en la Granada de entreguerras: La escuela de Alejandro Otero (1916-1936). Universidad de Granada, 1987.

[12] Barranco Castillo, E. Científicos españoles en el exilio: Antonio Chamorro (I).  Investigación Clínica2: 81-88, 1999; Barranco Castillo, E.; García Vera, E. Científicos españoles en el exilio: Antonio Chamorro (II). Investigación Clínica,  3: 279-84, 2001.

[13] La documentación utilizada para la confección de esta Biografía pertenece, casi en su totalidad, al  Fondo A. Chamorro, custodiado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada. Agradecemos enormemente las aportaciones de su hermano Ramón y de sus sobrinos Antonio y Miguel Chamorro Mediano.