Ángel Carrasco Nolasco

Sevilla
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Ángel Carrasco Nolasco, presidente de la UGT de Sevilla

Hijo de Dionisio e Isabel, Ángel Carrasco Nolasco nació en Sevilla en octubre de 1909 y vivía con su mujer Josefa Ticino en la calle Verde, nº 7. Sabemos que en 1931, con 21 años, ya pertenecía a la UGT sevillana y que años después, en 1934, se afiliaría a las Juventudes Socialistas, aunque su vida política se desarrolló principalmente en el ámbito sindical. Contable de profesión y de una acusada formación autodidacta, muy pronto descollaría entre sus compañeros siendo elegido miembro de la directiva del sindicato de empleados de oficinas, del que sería poco después su presidente y miembro del Comité Nacional. En dicho sindicato fragua una estrecha relación con otros destacados ugetistas sevillanos como José Luis Canseco y José María Morgado. En 1934, con motivo de la huelga general de octubre, fue de los primeros sindicalistas en ser detenido. Al año siguiente, la Federación Local de Sindicatos de la UGT de Sevilla lo nombró vicepresidente y en diciembre de 1935, pese a su juventud, era ya presidente, acompañado de Manuel Adame Misa como secretario general. Miembro de las Juventudes Socialistas, cuando se produjo la unificación de éstas con las Juventudes Comunistas, fue nombrado vocal de su dirección, aunque sin desarrollar un papel relevante en la organización ni ingresar en las filas del PCE, toda vez que su actuación se desenvolvió siempre en el sindicato. Al frente de la UGT tuvo un destacado papel en la lucha sindical sevillana, tanto en las negociaciones a través de los Jurados Mixtos como en los conflictos reivindicativos. Fue seguidor de las orientaciones políticas y sindicales de Largo Caballero, al igual que la mayoría de los socialistas sevillanos de la capital. Intervino de forma destacada el 14 de enero de 1936 en el mitin del Monumental Cinema de San Bernardo junto a Carlos Rubiera y Julio Álvarez del Vayo, en la antesala de las elecciones generales de febrero. En dichas elecciones formó parte de la candidatura socialista del Frente Popular y desarrolló una intensa actividad en la campaña, con diecisiete mítines en diferentes pueblos de la provincia. En marzo de 1936, cuando nace su primera hija la llama Claridad Isabel, en homenaje al nombre del periódico de las juventudes de signo caballerista.

El golpe militar del 18 de julio de 1936 le sorprendió en Madrid, adonde había acudido para una reunión del Comité Nacional del sindicato y para solucionar diversos recursos de los Jurados Mixtos en el Ministerio de Trabajo. Inmediatamente se integró en la lucha contra los golpistas y, según las acusaciones que le harían años más tarde, participó activamente en el asalto al cuartel de la Montaña, donde se consiguió sofocar la sublevación en la capital. Enrolado en las milicias republicanas desde el 20 de julio de 1936, sería ascendido a teniente y posteriormente capitán en la 47 Brigada Mixta. En mayo de 1937, ya como comandante, es nombrado jefe de Estado Mayor de la 36 División y en septiembre del mismo año, jefe de la 113 Brigada Mixta destacada en Toledo.

Al término de la guerra fue detenido en las cercanías del puerto de Alicante. Estuvo en la Plaza de Toros, en el Castillo de San Fernando y en el campo de concentración de Los Almendros. Más tarde lo llevaron a la Prisión-Hospital de Alcoy y luego a la Prisión Reformatorio de Alicante, donde su mujer Josefa consiguió verlo. El 5 de agosto de 1940 fue enviado a la Prisión de Aranjuez y desde allí a Madrid a la cárcel de Porlier, donde sería procesado.

Su proceso constituyó una gran farsa judicial para justificar lo que ya estaba decidido de antemano. Se le acusó de asesinatos en Polán (Toledo) en octubre de 1936, cuando su permanencia en dicho pueblo se dio en 1937. Se buscaron todo tipo de declaraciones falsas para imputarle delitos, sin que pudieran probar uno solo. Incluso pidieron informes de Sevilla para aumentar las acusaciones. Cuando la policía fue a su calle a interrogar a los vecinos, éstos le dijeron que era de conducta moral intachable y hombre muy estudioso.

Sin serlo, y como solía ser habitual, fue acusado de pertenecer al Partido Comunista y de encontrarse en Madrid en julio de 1936 en “misión especial”. Otros testigos falangistas llegaron a acusarlo de “500 asesinatos”, y que lo sabían por “rumor público”, aunque vecinos del mismo pueblo declaraban que no se cometieron desmanes de ningún género y que el Carrasco se comportó correctamente con los vecinos.

En un detallado escrito que dirigió al Consejo de Guerra el 31 de octubre de 1942, desmontó una por una las acusaciones que le hicieron, aunque en todo momento tuvo claro el tipo de justicia que los vencedores estaban aplicando. En una carta a su amigo José Leyrás, le explicaba con claridad cómo veía la situación desde su celda en Porlier:

…Los vencedores dan a sus muertos el nombre de mártires; a sus asesinos el de caballeros; a sus paseos, operaciones de limpieza de la bestia roja.

De la justicia han hecho una venganza personal y de los españoles dos razas separadas por un mar de indignidad.

Era consciente de que iba a ser fusilado, y asumía su muerte como algo inevitable en la lucha contra el fascismo:

Yo sabía de antemano que tenía que caer, que debía de caer. Si alguien debía de dar su sangre para calmar el furor de la fiera, eran los jefes. Si alguien debía de ser eliminado por los representantes actuales de unas clases que han dejado un surco de crueldad en nuestra historia, éramos aquellos que habíamos contribuido a la formación del instrumento de defensa y de lucha del pueblo, éramos los enemigos contumaces, los dirigentes. Yo dentro de mi modesta personalidad era un dirigente y un jefe del Ejército Rojo.

Y no renunciaba a la vida que había llevado hasta entonces.

La vida tiene un sentido primordial: vivir. Pero vivir por algo y para algo. Yo creo que para conseguirla plenamente hay que poner un riesgo en la vida. Cuando se sabe jugársela por un ideal, por un sentimiento fuerte y noble, es bella la vida.

Yo aún amo la vida, porque amo ese futuro que hay que llenar de ideas y de hechos, por mi mujer y por mi hija, por la vida en si, para ser absolutamente sincero, pero no seré débil en la hora que se acerca.

El 16 de abril de 1943 el consejo de guerra lo condenó a la pena de muerte y a ser ejecutado a garrote vil. En ese momento lo pasaron a la galería de los condenados a muerte. Esa galería en Porlier era conocida como “la provisional” y estaba situada en los sótanos de la prisión. Allí, con cinco metros de ancho y treinta de largo, había doscientos hombres en espera de ejecución cuatro años después de haber terminado la guerra, en 1943. Todas las semanas, desde una pequeña escalerilla junto a la puerta de la galería, un oficial leía la lista de ocho o diez nombres de los que iban a ser fusilados. En una carta, Ángel Carrasco narraba esos momentos:

A la galería se la para el corazón. Cesan todos los murmullos que producen constantemente doscientos hombres hacinados… y unos sonrientes, otros con un gesto indefinible, van destacándose los nombrados.

Se empiezan a repartir abrazos en silencio. Se murmuran al oído las últimas recomendaciones a los amigos. Hay una frase común en los que se van…¡Que tengáis más suerte que yo, muchachos! Es la despedida que se repite.

En un lateral existe una pequeña puertecilla de hierro. Se abre con un chirrido de cremallera como si a la cerradura se le desgarraras las entrañas. Por ella empiezan a salir los hombres que no verán más el nuevo día.

Y esto se hace a las cinco de la tarde. Cuando el sol pone manchas de oro sobre los hierros de los ventanales, cuando en las tardes grises un cielo de plomo suave nos trae una evocación hogareña de reposo junto a personas queridas, frente a un hogar de alegre chisporreteo con un libro que nos hable o con personas para conversar de las mil sutilezas que hacen unas horas tranquilas y felices.

Pero este espectáculo que se repite semanalmente como una lotería de la muerte y de la tragedia ha aproximado más a los hombres.

Ante el curso que tomaron los acontecimientos, su mujer Pepa se había trasladado a Madrid con su hija para intentar estar cerca de él y llevarle algunas cosas a la prisión. Fueron días muy duros y difíciles. Estuvo trabajando de camarera en un bar y durmiendo en el hueco de una escalera. Realizó también innumerables e infructuosas gestiones para conseguir un indulto que nunca llegaría. Mientras, los días pasaban y los momentos en la prisión se hacían especialmente duros y dolorosos.

Unos días antes de morir, describía con desgarro y sentimiento la espera de su ejecución a medida que otros compañeros iban saliendo de la galería para ser fusilados.

Tengo hoy un gran pesar. Dejé la escritura ayer porque hubo la consabida “saca”. Es la segunda de esta semana. Cuando pasó el mal momento yo no tenía ni ánimo ni ganas de escribir. La emoción se había hecho pastosa, se nos había agarrado fuertemente al pecho y a la garganta. Doscientos hombres pálidos, con un brillo de angustia y de ira en los ojos, nos despedimos abrazando en silencio a ocho compañeros que dejaban la vida, ocho más en la lista interminable.

Cada abrazo era una tenaza; fuerte, fuerte. Parecían querer incrustarse los pechos. Afán de retener al amigo, afán de retardar el momento de la separación definitiva.

Asomaban lágrimas a nuestros ojos y sonrisas sin vida a muchas bocas. Esas lágrimas y esas sonrisas que dicen lo mismo.

No se abraza así más que una vez en la vida y te aseguro que en ese abrazo va toda la verdad. Toda la noche en la celda, pared por medio de nuestro encierro, ha cantado con voz clara y fuerte uno de los sacrificados hoy.

A las seis de la mañana se fueron entre los guardias de la policía armada. Al pasar por la puertecilla que separa el pasillo de celdas de la galería provisional, se han despedidos todos.

¡Salud! Han dicho voces fuertes, juveniles y vigorosas. ¡Salud! se les ha contestado. Unos pasos y se han ido para siempre.

La galería no duerme en estas noches, cada uno se ve en los que se han ido, porque lo que hace trágicamente veraz estas escenas llenas de frío cruel es que los que quedamos sabemos con una certeza que no desmiente casi nunca la realidad, que dentro de unos días estaremos entre los que salen, que la tragedia en todos sus minuciosos detalles se repetirá, siendo nosotros los principales actores. Por ello hay tanta angustia verdadera y cala tan hondo la emoción en estas despedidas.

Pero en todo momento fue consciente de la fuerza de sus ideas y el motivo de su lucha.

Puse lo mejor de mi juventud, de mi vida, en una idea, en una lucha, en una pasión. Ha sido el gran amor de mi vida y tenía que ser como ha sido: amor a vida o muerte.

No albergó venganza alguna para sus asesinos, pero sí para sus ideas.

Yo no pido al modo clásico de los que salen para el piquete, venganza. Seré un caído en la lucha, uno más. Vengadme de una forma. Sabiendo rescatar para el pueblo que trabaja, para los niños, para los hombres del futuro, una existencia digna, una moral limpia, una cultura clara y una patria que pueda tener tal nombre.

Una amiga y compañera socialista de Sevilla, Dulce del Moral, que hacía poco había salido de prisión, consiguió visitarlo y verlo en sus últimos días.

Desde el 21 de mayo de 1943, que el capitán general de Madrid había dado su aprobación a la sentencia, se esperaba de un día a otro el enterado de Franco. Finalmente, el 11 de junio de 1943, a las seis de la mañana, fue asesinado en las inmediaciones del cementerio del Este. Tenía 33 años. Lo único que consiguió su mujer fue que le dejaran enterrar su cuerpo en una modesta sepultura, por la que tuvo que pagar 250 pesetas que le dieron algunos amigos y compañeros de Ángel. Cuando fueron a retirar su cuerpo había junto él otros nueve asesinados en esa misma jornada.

Su memoria se perdió en el olvido y nunca fue rehabilitada. Sirvan estas líneas como testimonio a su hija Claridad Isabel y homenaje a uno de los más y mejores luchadores del sindicalismo sevillano.